Pendejadas (y algunas ignorancias) de Juan Carlos Monedero

He visto en Aporrea una entrevista que le ha hecho una enfurecida y ridícula escuálida al politólogo español (seguramente de izquierda), Juan Carlos Monedero. El señor Monedero es una persona preparada, pero tiene la audacia de hablar de la historia de Venezuela y Colombia que no entiende ni ha estudiado, como lo demostraré en este trabajo (cosa que no deja de ser asombrosa, OJO!). Nos quiere poner de ejemplo a Uslar Pietri en eso de que hay que sembrar el petróleo, cuando este acaudalado escritor fue toda la vida pro-gringo (pro-neoliberal como Vargas Llosa) y defendió en el Congreso todos los proyectos colonialistas del Departamento de Estado. Uslar Pietri era el gran carajo que decía que no había que estar perdiendo dinero ni tiempo en darles oportunidades de estudio a los pobres (Léase don Juan Carlos, mi libro "El Procónsul Rómulo Betancourt", en el que yo explico parte de las miserias de Uslar Pietri).

Él dice en esa entrevista que ninguna propuesta de Venezuela la quiere para España, y nosotros podemos decirle igualmente que ninguna propuesta para España la queremos para Venezuela, incluso así venga del grupo PODEMOS. Cada país, según Gramsci, que haga sus cambios o revoluciones de acuerdo a su cultura, historia y tradiciones. Lo que yo sí tengo claro es que ningún español ni en este momento ni en ningún otro de nuestra historia, está en condiciones de darnos lecciones ni consejos de lo que nosotros debemos hacer en el actual proceso que vivimos en la patria de Bolívar. Que se guarden sus consejos y sus ideas para su país, que España realmente es un inmenso reducto de fascistas desde hace dos milenios; que es prácticamente inadmisible el que pueda venir a América Latina algún español a enseñarnos algo de humanismo o de política revolucionaria, desde esa apestosa letrina de hombres de garnacha, de los purpurados de la iglesia y de la espada asesina de aquellos conquistadores de siglo XVI (casi todos con alma de Borbones, de Franco o Primo de Rivera). Así como no creo en gringos (tipo Eva Golinger), tampoco creo en españoles por muy de izquierda que quieran parecer. Y los que andan pensando que Pablo Iglesias puede hacer algo en España, que sólo vean sus veleidades (que ni huele ni hiede), como se mueve, amarteladito, al lado de Pedro Sánchez cada vez que hay que tratar los temas cruciales de esa rancia y emputecida España. Nosotros sí podemos hacer una revolución, pero eso en la tierra de los Borbones es lamentablemente IMPOSIBLE.

Como estos sesudos no pueden hacer la revolución en su país se vienen en plan de asesores, para decirnos cómo debemos hacer la nuestra. Menuda estupidez. Y vienen a decirnos cómo debemos hacerla con la carga de dos milenios de sometimiento a los prejuicios más espantosos de la civilización occidental. Y fácilmente podemos pronosticar que de llegar Pablo Iglesias al poder, a las pocas horas de incrustarse en la Moncloa comenzaría a concertar él y su grupo acuerdos miserables con la derecha. Ese es un sistema, el español, enclavado en la mayor pudrición del esclavismo, la explotación del hombre, el racismo y la exclusión de los pobres. Eso sí es verdad, una ilusión de imbéciles creer que países como España (el más jodido y dependiente del sistema capitalista mundial de Europa), Francia, Alemania o Inglaterra, cuyos poderosos bienes sociales provienen de masacrar a África, Asia y América Latina, puedan hacer algo por la humanidad. Cuando Monedero dice quejosamente que España es el Estado más desigual de la Unión Europea, es porque de algún modo aspira a los dones miserables de Alemania, Francia o Inglaterra, los más hitlerianos del mundo (sustentados todos por asesinos como Trump).

El señor Monedero, óigase bien, habla muchas pendejadas, pero las dice tan maravillosamente enrevesadas, con tanta pompa, que le hace sacar a algunos idiotas un "¡wao!". Vean esto que él dice con una entereza que provoca pánico: "Igual que en Venezuela existe esa figura arquetípica del Tío Conejo, el pícaro o el vivo, que es una figura típica española. Es la persona que en medio del compromiso con lo colectivo busca escaparse. Y por tanto, esa herida ciudadana, que tiene como objetivo superador el que entendamos que lo que es de todos, es de todos, no es de nadie. Que fue el esfuerzo que yo intenté construir en Venezuela y fracasé. Mi gran esfuerzo allí fue construir un Instituto Nacional de Administración Pública. Mi intento de colaboración allí consistió en construir funcionarios weberianos (¿o güevorianos?) con un compromiso muy fuerte con lo colectivo."

Ahora bien, él que se queja del maldito rentismo petrolero venezolano, resulta que dice que fracasó en su tarea porque: "Fracasé porque no fui capaz de llevarlo a cabo. La cultura rentista de Venezuela pesa más que la voluntad de cambio y eso es como una maldición que apenas se empezó a solventar durante los gobiernos de Chávez pero el hundimiento de los precios del petróleo y su desaparición frenó esa posibilidad de que Venezuela se reinventara de una manera alejada de ese rentismo petrolero".

Cursi y contradictorio, ¡coño!

Y por eso el que lo entrevista le retruca: ¿uno quería alejarse del rentismo cómo es posible que la causa del no funcionamiento sea el propio rentismo ¿No hay otro sistema que se pudiese implantar? ¿Qué sistema recomendaría?

Y HE AQUÍ LA MAYOR PAVOROSA ESTUPIDEZ QUE NOS SUELTA:

"El problema es que Venezuela nunca fue un Virreinato, fue una Capitanía General y eso la ha llevado a arrastrar un déficit institucional histórico".

Y le preguntamos: ¿Y por qué entonces en Colombia nunca se ha podido hacer nada que valga la pena desde el punto vista moral, político ni humano en la administración pública? Todo lo contrario señor Monedero, nosotros nos diferenciamos de Colombia en muchos aspectos y sobre todo en el cultural porque en nuestra tierra Bolívar hizo la guerra a muerte para sacar de raíz a toda esa degenerada, pervertida y miserable España (virreinal); quiso hacer el más grande experimento de amputación de luchador social en este mundo para deslastrarnos de todos esos vicios monstruosos que nos trajo la conquista y la colonización española, que por cierto, quedó prácticamente intacta en la Nueva Granada con sus Santander, Uribe y Santos... Nada más parecido a España en todo lo malo en América Latina que Colombia. Y hoy nada más lejano de España en América Latina que Venezuela. Gracias a Bolívar, a Chávez, a sus luchas.

Y qué decir de esas lacras virreinales y ultra-traidoras de Perú y México que paren esos adefesios pro-godos como el Mario Vargas Llosa o el Carlos Fuentes. ¡Puras mierdas!

Qué deprimente cultura la de este señor Monedero. Qué decepción. Nosotros debemos estar alertas con esta gente que llega aquí en plan de asesorarnos y que lo que hacen es crearnos trabas y confusiones tremendas en muchos niveles del Estado. Cualquier campesino nuestro, cualquier luchador de base de los barrios de Caracas o de los Andes, está mil veces más claro que este señor. Lamentablemente hay gente que todavía grita ¡WAO! cuando escucha a estos tontos.

El Libertador quiso hacer en parte un experimento de amputación que requería de una mano y de un pulso únicos. Desmembrar esa parte nefasta, mercantilista, esclavista, criminal, pordiosera, aventurera y mercenaria que era la sucia España que había emigrado hacia nosotros. Después de siglo y medio de tan cruenta guerra, padecemos más o menos los mismos males. Han cambiado tal vez los nombres de las calles, de las plazas y el color del cielo; la moda del vestir y del caminar serán diferentes, las aldeas se habrán transformado en ciudades, las chozas en altos edificios y las recuas de mulas en ampulosos carros de lujo. Pero, en el fondo, el hombre macilento, el carácter a veces turbio, otras rabioso o abandonado, persevera haciendo entre nosotros estragos. Domina ese carácter altanero que pretende ocultar la incapacidad o la ignorancia; esa árida verborrea que rabiosamente protege a la mediocridad. Los cabildos, sindicatos, partidos y congresos siguen bajo la estridencia de leguleyos, de seudocaudillos y fariseos, y nos ahogamos en el sopor de una agonía sin nombre. Verdea mucho la mala hierba en nosotros: divididos más que nunca, explotados y dependientes de las potencias extranjeras más que nunca, imitadores de todo lo malo más que nunca: nuestros países mantienen en el horizonte turbulentas nubes de tempestades políticas, miserias, anarquía, desesperanza. Toda esa hierba mala habría querido Bolívar calcinarla con su voz y con su espada.

Dice Indalecio Liévano Aguirre: El deseo de establecer una situación privilegiada para los americanos, aunque fueran enemigos, y una guerra sin cuartel contra los españoles, así fueran indiferentes, revela muy a las claras el propósito de Bolívar de crear una frontera definitiva entre España y América, de la cual se engendrara la conciencia americana frente a la Metrópoli. A la lucha de razas y de castas desatada por los caudillos españoles, que había hecho de la guerra de emancipación una guerra civil entre americanos, Bolívar contestaba con la guerra a muerte, destinada a transformar la lucha en una mortal contienda entre españoles y americanos, a unificar al Nuevo Mundo frente a la Metrópoli conquistadora.

Que esta forma de guerra obedeció a la necesidad de establecer una tajante separación entre España y América, para poner término al engrosamiento progresivo de las tropas realistas con nativos del continente, y evitar el paso de desertores de las fuerzas republicanas a las del monarca hispánico.

Ahora, obsérvese, que esta guerra no se llevó a cabo en territorio granadino, consecuencia por la cual allí quedaron más o menos intactos los más perniciosos elementos del pasado, de la enferma y torpe España que vino a nosotros, fuertemente adherida a las costumbres del pueblo y en gran parte a la vieja estructura feudal y administrativa de sus gobiernos. Las primeras convulsiones que iban a chocar contra el sistema republicano se dieron en Pasto, la crema más retrógrada e infernal de lo que nos llegó de la península. Allí, encastrada la sangre belicosa del conquistador con los sometidos indígenas a los que se vejaba, se produjo una explosiva raza que tendría en jaque a Bogotá por varias décadas. Nació de aquí el mito de la rebeldía granadina representada por indios, y a los más feroces se les harían monumentos.

Más tarde la locura de Pasto se apagó, como se apaga todo, pero quedó su abominable enseñanza, y los elementos más atroces se usarían luego en las guerras nacionales. Iba a intervenir principalmente en estas contiendas la infecta España que había quedado intacta de la hecatombe independentista. Y Boves y Morales, Calzada y Tízcar iban a quedar pálidos ante el derroche de terror y descuartizamientos que los distintos bandos se inferirían. Cuando Bolívar entró en la Nueva Granada, casi todo el mundo asustado se llamó colombiano y al "Tirano en Jefe" le tembló la mano para realizar lo que se había propuesto: extirpar la oscura e infernal herencia de la torpe España.

Entonces quedaron todos los elementos que habrían de provocar la violencia colombiana, tan parecida a la española y que lleva ya tantos muertos en este siglo -con sus perfiles grotescos y absurdos- como la guerra civil española. Hoy, aún se oye en los pueblos el macabro batir de tambores excitando al odio cada vez que cae "un combatiente". A mediados del siglo veinte, la violencia ha recrudecido. Dejo a monseñor Germán Guzmán Campos que nos hable de un genocidio en La Mesa de Limón, donde "mueren 13 personas. La cabeza de un niño de tres meses la dejan sobre una estacada frente a la del padre ensartada en otro poste de la cerca".

Esta no puede ser la gleba que se hace justicia. Hacer justicia suicidándose en sus hijos de la manera más horrible; parto bestial de la locura que campea en esta tierra. Y hay que afrontar el horror aunque nos tiemblen los ojos, y nos apriete el asco porque esto fue lo mismo que palpó el Libertador en su tromba de rehabilitación el año 13. Monseñor Guzmán refiere el siguiente relato fidedigno de un campesino: ultimaron a una familia cuyo hijo menor de seis meses fue estrellado contra un cimiento por Luis A. Silva, quien luego lo descabezó para impedir -según sus propias palabras- que el cuerpo del 'chino', siguiera brincando "; otro fue crucificado sobre un tablón, expuesto al sol y luego rematado por los puntillones que le clavaron por los ojos... y a Jesús Anzola le quebraron los dientes con unas tenazas, le rebanaron las plantas de los pies y lo obligaron a caminar por sobre el piso regado de sal hasta que expiró de dolor".

¿De dónde viene esta avalancha histérica, sádica, sino de haber impedido -por puro capricho demagogo, hipócrita de los liberales desde 1828 - darle poderes a Bolívar y que éste calcinara con leyes implacables el vicio enervante del crimen del 13, que poco a poco se veía reverdecer?

Ahí está hoy Colombia, con el fruto obtenido de la abstracción de una república aérea, con sus leyes jamás entendidas, frías como la geografía de la altiplanicie, sede central del gobierno, con su plaza donde el Vicepresidente hacía caracolear su caballo sobre los cuerpos aún convulsos de los hombres fusilados, algunos de ellos, enemigos personales; (plaza en la que para bochorno de la humanidad se ha colocado a Bolívar a sufrir los más espantosos rituales de pólvora y sangre); se nos ahoga el alma, en esta barahúnda de inextricables maldades, cuyas frías leyes desencadenaron una guerra fría donde los bandos exclaman: "Qué paz del carajo, lo que importa es la victoria"; el grito maligno de la peste realista que una vez lanzaron los pastusos, la guarida infernal de la antigua España, y que luego los demagogos explotaron para convertirla en el recurso de sus alzamientos.

Este polvorín de Colombia ha traspasado sus fronteras. Cuando en un país ocurre un horrible crimen, la prensa sin averiguar mucho lanza la hipótesis de que han sido colombianos los posibles victimarios. Así ha sucedido muchas veces en Estados Unidos y en Europa, y Colombia humillada, maltratada, tiene que salir a protestar; una protesta cohibida, que suena a dolor, a pena, a tormento.

Veamos el panorama geográfico, político y humano que era la antesala de la guerra en que Bolívar se vería envuelto. Empecemos por decir que una de las guerras de independencia más devastadoras del planeta se dio en territorio venezolano. En nuestra América hispana, como en España, han fructificado mucho la agresión, la autodestrucción. En política, en orden y disciplina hemos sido de los más despistados. El conquistador español vino en busca de oro para explotar salvajemente esta tierra y a sus hombres; no es exagerado afirmar que algunos de nuestros caudillos eran también unos pequeños conquistadores, tan salvajes y destructores como los primeros que vinieron a América. No luchaban, de veras, por amor al país o por ideal alguno. El grito de libertad para ellos era un estandarte anárquico preñado de maldición (el español de antes y el venezolano de hoy viven en nuestro país como en casa ajena, como gente indolente que va de paso; insensibles al caos y al hedor que nos rodea por los cuatro costados).

El grito de guerra a muerte lanzado por Bolívar contra los españoles es la etapa bárbara, brutal, de nuestra lucha de independencia. (Habríamos de tener más tarde -después de la batalla de Boyacá- la etapa espiritual de la revolución). Esta primera etapa, escandalosamente implacable, permitió someter bajo el imperio de la rudeza, de la supervivencia del más fuerte de carácter y de voluntad, a las huestes revolucionarias desperdigadas y desunidas que vagaban por la exigua República.



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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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