Sopa de caraotas… en el Vaticano

Esto del Papa Francisco me ha parecido increíble! Y entonces, la conclusión que podemos sacar es que de Europa y EE UU sólo nos pueden sobrevenir caos y muerte. Esto, compatriotas, tengámoslo siempre muy claro.

Empecemos por decir que nadie en Europa ni en EE UU protestó por la quema de negros (o chavistas) durante los pasados cien días de horror vividos en Venezuela. Ni siquiera el Vaticano. Ni siquiera el Papa se atrevió a decir algo que pudiera expresar someramente alguna conmoción moral o espiritual, viendo aquella escena del joven Orlando Figuera corriendo en llamas, desesperado y enloquecido por las calles. Me cuenta un amigo sacerdote (de nombre Macario) que al Papa le llevaron esas imágenes pero que estaba ocupado en otras cosas "más importantes".

  • El Vaticano debe ser como el ojo de Dios que lo ve todo – me comentó Macario.

(Aunque – me dije- lástima que el pobre Macario no entienda que ese imperio sólo ve lo que le interesa).

El Papa cogió la carpeta con las imágenes de Figuera y se fue a una mesa donde pidió para el almuerzo sopa de caraotas, un plato típico de los venezolanos. Nadie lo vio persignarse, y mi amigo el sacerdote dice que no podía creer que el Papa no estuviera enterado del caso de Figueras, y que le apenó mucho su reacción porque se embebió sorbiendo y masticando lentamente sus caraotas.

  • De seguro – me dijo mi amigo-: que si ve las imágenes se le quita el hambre.

Le respondí:

  • ¿Has oído lo de boccato di cardinale? Ay, amigo, usted sí es inocente: nada le quita el hambre a un obispo, mucho menos a un cardenal o a un Papa. Y si aspiras a llegar lejos en la tierra de los Borgias, tienes que entender muy bien a Maquiavelo e irte desprendiendo de muchos "escrúpulos".

Mi amigo, el cándido cura Macario, agregó en un raro gesto que el Vaticano entonces no tiene perdón de Dios.

  • De ser así –agregó-: evidentemente entonces que todos iremos a parar a la quinta paila del infierno.

  • Ya estamos en él – le contesté- ¿no ves cómo está ardiendo la tierra?

Macario es tan angelical, que quería hablar personalmente con el Papa para explicarle el horror que vivimos en Venezuela, que se hizo tan patética y difundida esta práctica criminal de quemar negros entre la jauría de los terroristas, que cuando asediaban a un chofer de buseta o de cava con comidas, a un guardia nacional o policía, a algún humilde ciudadano con "aspecto de chavista", lo primero que gritaban era "¡quémelo!", "¡échenle gasolina!", "¡préndanle fuego!".

  • Necesito decirle estas cosas- insistía-: no puede ser que todo sea tan falso en este mundo. ¿Entonces para qué tantos rezos y templos…?

Mi amigo Macario veía al Papa allá muy lejos, solitario, sorber sus judías negras con matanza (es decir con cerdo troceadito).

En aquel cuadro tan terrible, Macario se decía una y mil veces que de alguna manera el Papa tuvo que saber algo de la quema de aquellos negros en Venezuela. Y si nunca lo supo, ni lo vio, ni se enteró, pues entonces (se escandalizaba al pensarlo) es el propio Demonio quien gobierna el Vaticano.

Yo traté de explicarle un poco la razón atávica que hay tanto en la Iglesia como en lo que heredamos de Europa para que todavía existan estas prácticas tan monstruosas.

Fueron más de veinte negros los quemados entre esa mortandad provocada por la derecha en esos cien días. Porque los que aquí quemaron a estos compatriotas fueron monstruos de la derecha alimentados por la cultura de Hollywood, el atavismo inyectado por la Inquisición española y los valores del Ku Klux Klan. Los quemaban, los veían arder y gritaban: "¡Qué arrecho, viste cómo ardió el mono ese, fue la única vez que fue blanco en su vida!"; y se reían los hijos de puta, y los veían arder mientras masticaban chicle o se tragaban una hamburguesa, o libaban cervezas, para luego, fresquecitos irse a una discoteca o largarse a rumbear en una playa. Les parecía de lo más chic y natural de cuantos logros heroicos obtuvieron en esos tenebrosos cien días.

Los capos de la prensa mediática mundial se cuidaron de mostrar fotografías de estos negros ardiendo en las calles, y no porque en sí dejasen de tener algún valor para sus notas periodísticas, sino porque en el fondo para ellos quemar negros es menos que matar una cucaracha.

En EE UU, elevaron a la presidencia a Trump, un sifrino organizador de eventos de "belleza", adorador del Ku Klux Klan y de la supremacía blanca. ¿Cómo carajo este maniquí de rana platanera podría llegar a conmoverse porque en Venezuela sus hijos mimados del Julio Borges y el Freddy Guevara estuviesen ordenando quemar negros?

En España, en el reino de Torquemada y del Gran Inquisidor de Sevilla (leer la novela de Dostoievski) no es de esperarse que nadie se conmoviera por eso. Para Rajoy, Aznar y Felipillo González las gestas opositoras de esos cien días superaron en Venezuela las obras godas y liberadoras de sus caudillos José Tomás Boves y el pacificador Pablo Morillo.

Qué decir de Alemania, Francia y el Reino Unido los dos países que más han asesinado, descuartizado y quemado árabes y africanos (después de los gringos) en toda nuestra historia universal. Que disfrutaron ardientemente junto con Hillary Clinton cuando destrozaron con sevicia el cuerpo de Gadafi y la redomada cerda gritó, ardiente de alegría: "¡We came, we saw, he died!".

Ángela Merkel hoy en día es la perfecta reencarnación de su abuelo Adolfo Hitler. Hay que decir con Bolívar: nunca esperemos nada de esos asesinos europeos, y agreguemos, mucho menos de los gringos.

El mundo capitalista está contra Venezuela, y vean como sin ton ni son, ahora salta la gran prostituta de Canadá y también nos condena.

De todas estas cosas pude hablar con Macario, quien me ha dicho que se le está acomodando el estómago. Que mañana viaja de nuevo al Vaticano, pero que el mundo es como es y que nadie podrá cambiarlo.

Lástima.



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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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