El historiador norteamericano Thomas Rourke estuvo viviendo varios años en Venezuela y para todos lados llevaba su bisturí. Era una especie de médico en relatos y sainetes. Eso fue a principios del siglo XX, y él creía que su bisturí tenía una punta de diamante muy esclarecedora. El papel de míster Rourke, como el de todo gringo, fue espiar, primero al gobierno de Cipriano Castro y luego al de Juan Vicente Gómez.
Revela Rourke que Cipriano Castro fue definido por Estados Unidos y su presidente Teodoro Roosevelt como un chimpancé, como un mono orgiástico, como una rara y despreciable criatura, como un negro semi-liberto o un indio recién salido de la manada de una tribu de caníbales. Sus facciones, su raza, color de piel, su mirada, su rostro, su contextura, manera de hablar o caminar, su lenguaje, su trato, su dicción y sus modales fueron muy bien estudiados por los más severos investigadores gringos y europeos de las más distinguidas universidades y concluyeron que era muy, "pero muy feísimo", y desde entonces en nuestra clase media y alta quedó la categorización de los hombres que deben dirigir nuestros destinos: bellos europeizados o si no eran del tipo muy "apuesto" para morigerarse tenían que adoptar los modales civilistas, civilizados y civilizatorios de los gringos o europeos. Por ejemplo, Betancourt y CAP fueron muy bellos para la presan euro-gringa.
Experto en autopsias, Thomas Rourke, como sucede con todo gringo que se cree una especie de súper héroe, comenzó a entrometerse en nuestros asuntos, sin comprender ni papa de nuestra Venezuela. Thomas Rourke cargaba su bisturí como un trinchete para hacerle su propia autopsia al dictador Gómez, y en sus merodeos ideológicos se parece a Alden Pyle, el personaje de "El americano impasible" de Graham Greene. Todo el mundo debe leer esta novela de Greene porque si no lo hace podría parar en el mismísimo infierno (se la recomiendo urgentemente a Eva Golinger).
(Por esta novela Graham Greene fue declarado persona non grata en Estados Unidos, es decir no podía pisar esa tierra de locos, cobardes, asesinos o borregos).
Pues bien, cuando Thomas Rourke le enterró el bisturí al cráneo de Juan Vicente le brotó una luz que seguramente era la acumulación dialéctica de su sonrisa socarrona, la que en varias ocasiones denunciara Cipriano Castro. Una sonrisa jamás calibrada por los expertos antes de 1908. De la caja torácica y del pleura, no le brotó la luz que se esperaba, sino una especie de baba adeca infecciosa con tornasolada teluridad. En el informe de Rourke, se lee entre líneas que Juan Vicente Gómez fue el primer adeco del mundo, un admirable hallazgo antropológico que también debería interesar vivamente a mis respetados amigos de Iraida y Mario.
La autopsia de Thomas Rourke se titula "Gómez, el Tirano de los Andes", y en la portada se muestra un hígado y unas agallas enormes. Resulta que después de analizar los intestinos grueso y delgado, el páncreas y los aparatosos destrozos de los riñones y la próstata (todavía intactos, un milagro!), Rourke certificó que no estaba seguro que Juan Vicente estuviese muerto y que quizá viviría ontológicamente por varios siglos más. Advierto que es un autopsia que hay que leer con un poderoso tapaboca industrial, porque apesta espantosamente.
Al abrir el esternón y la clavícula, descubre Rourke que Gómez nunca se bañó en el mar, que además lo vino a conocer siendo viejo. Que nunca en su vida dio un discurso, que comía muchas bolas de toro y que se confesaba sólo con curas españoles y pecaminosos como el padre Borges.
Ay Dios mío, son tantas las adherencias pútridas las que se consigue un médico en piltrafas cuando mete sus narices donde no debe:
Había que analizar en profundidad qué había en su neuma para encontrar esos misterios adecos que causarían luego tantos estragos entre nosotros. ¿Cómo fue que sacó Gómez de la cárcel a su hermano Eustaquio quien había matado al gobernador (al doctor Luis María Illa) de Caracas en un botiquín? El doctor Illas había ido hasta este bar porque Eustaquio estaba armando un escándalo tremendo, y vino el arrecho Eustaquio y le metió un tiro. Gobernaba todavía Castro y metieron preso a Eustaquio en la prisión de San Carlos. En cuanto Gómez toma el poder en 1908, llega y coloca de director de la cárcel San Carlos a Eustaquio, allí donde éste se encontraba preso.
Qué maravilla, carajo.
Es jodido leer un libro con un tapaboca industrial.
Vayan tomando nota: Bisonte Gómez nombró director del Banco de Venezuela a Vicente Lecuna el que quemó innumerables cartas del Libertador y retocó incluso a su manera el Diario de Bucaramanga.
El dictador no se andaba por las ramas y casó a sus hijas con los mayores magnates de la nación. Cuando su hijo Vicentico se muere (o se suicida) en Suiza, viene el potentado Pedro Tinoco Smith y le pide a Gómez la mano de la viuda (doña Josefina Revenga, de las mujeres más bellas). Gómez se arregla muy bien con este mafioso y ambos se reparten los miasmas del cadáver del pobre Vicentico.
En eso de mujeres el dictador tenía bocaditos en todas partes, y eso lo detecta Rourke en la dentadura de la calavera. Su bocado mejor atendido fue el de doña Amelia a quien el tirano se sacó cuando ésta tenía apenas dieciséis años (la misma edad que tenía Cecilia Matos cuando se la pilló CAP).
La clase de la que mejor se sirvió Gómez fue la de los intelectuales. Allí se aprovecharon personajes como José Gil Fortul, Pedro Manuel Arcaya, Laureano Vallenilla Lanz, el propio Rómulo Gallegos (quien recibió del tirano muchas ayudas y becas), César Zumeta, etc.
(Historia por completarse…)