La oposición asoció el papel toalé al sentido de patria. En 2014, cuando se desató la guerra económica en Venezuela los escuálidos pegaron el grito en el cielo: "No tenemos toalé, pero tenemos patria". Aquello fue además un grito de guerra que retumbó por el mundo, y que llenó de pánico a la gente de elevado pedigrí y de exquisito linaje, y andaban desquiciadas. Y se descubrieron tantas cosas ocultas, como que Colombia sí era democrática porque en el virreinato de la Nueva Granada sobraban los rollos de papel toalé (aunque muy pocos pudieran comprarlo).
Poco antes de la desaparición de este ano-lógico implemento, la clase media y alta lo buscaron con demencial histeria, como termitas arrasaron con todos los rollos y los acumularon en sus closets y alacenas. Se hizo para ellos un sublime tesoro. Aún cuando debían estar plenamente consciente de que ese papel no limpia sino que más bien produce hemorroides. En muchas ocasiones, en medio de aquella histeria en los supermercados tratando de cargar con todos los rollos del planeta, se les advertía: "Eso no limpia, lávenselos…".
Pero entonces, aquella gente que acaparaba paquetes y paquetes de cuatro rollos, sentían que llevaban la patria en sus anos, en sus baños y letrinas. Ellos eran los únicos que entonces se imaginaban que tenían patria y Laureano Márquez le componía odas a las marcas Suavel, Scott, Rosal. Algunos se echaban descomunales viajes hasta la frontera, allá donde reinan los Álvaro Uribe y los Juan Manuel Santos, y regresaban como burriquitas cargados de Elite Premiun y Sedamax, Panda o Encanto…
Y hasta no se atrevían a cagar en el camino para no gastarlo.
¡Qué envidia!, cuando lo recibían amigos y familiares, y entonces presumían enviándolo por whatsapp cuando se lo limpiaban….
Pero en fin, aquello se fue dejando de lado porque así es la prisa del consumismo y todo lo que crea el capitalismo. La gente olvida muy rápido estos ripios. Y luego, poco a poco, se habituó a comprar los descomunales rollos que venden los chinos, más ásperos, sin polvos ni olores.
El tiempo fue transcurriendo, digo, hasta que llegó otro ciclo de huracanes y terremotos, y un día apareció un sifrino de luengo copete color cucaracha en la Casa Blanca, por cierto de la mayor supremacía supremamente blanca. Un sifrino asqueroso, bruto y prepotente, apestoso a pachulí de rameras de altura, pero de esos que aman mucho ciertos arrastrados latinoamericanos. Una repugnante rana platanera aunque muy adorado por los mayameros, por los Peña Nieto, los Uribe-Santos, los Macri, las Bachelet, los Temer y los Kuzinstki. El Rana, con nombre de trompeta de la Fama, luego que un huracán arrasara con la isla de Puerto Rico llevó su ayuda en forma de patria aherrojada. Alguien le sopló al oído que en un país de Sudamérica un rollo de papel toalé valía más que la patria, y que por haberse vuelto escaso casi tumban un gobierno comunista; entonces el abominable Rana cargó con miles de bultos de papel toalé como si fuesen metralla. Y así se presentó ante aquel pueblo aterido de desolación, de miseria y humillación. La iluminación de la estupidez hizo estragos cuando el Rana comenzó a lanzar rollos para salvarlos del dolor, por todo lo que habían perdido, por quinientos años que llevan esclavizados y envilecidos. Qué cochina envidia para aquellos que odian a Maduro cuya patria está compendiada en estos rollos de papel.
Qué cochina envidia.
¡Uy!, qué fácil es pertenecer a una colonia en la que a uno le tiren papel toalé, y seguramente, como ahora muchos descontentos compatriotas estarán emigrar, a lo mejor lo harán para Puerto Rico donde ya no está inundada de agua sino de aquellos suaves, empolvados y perfumados… soñadores estampados…