La búsqueda de la inmortalidad ha llevado a los hombres y mujeres de todas las edades a dejar una huella perenne en la historia de las civilizaciones. Altamira, Carnac, Stonhege, Teotihuacán, o Tiahunaco, Macondo, o Fuente Ovejuna, Bárbara o Artemio, la pollera colorada o la selva de cemento, todo es un intento desesperado de la humanidad por alcanzar la eternidad, por acerarse a los viejos dioses y lograr la transcendencia.
Ese intento de alcanzar la inmortalidad deja una huella perene en la historia, en la vida de los y las ciudadanos y súbditos, roza matices superfluos y espirituales, determina desde miedos a supersticiones, trastoca nuestra manera de alimentarnos, de vestir y hasta de dormir. Ese hilo tendido en la nada dibuja nuestras lenguas y costumbres, ese es un milagro al que a falta de otra palabra tan maravillosa como su concepto en sí, solemos llamar cultura.
Esta caña forma la principal raíz del árbol de la humanidad. Es el todo de la suma del quehacer absoluto es la base de todo pensamiento y toda acción, por consiguiente, no es arriesgado señalar que la cultura, cual vieja diosa pagana, nos rodea hasta sin darnos cuenta, pues se encuentra presente en el todo.
Entendiendo entonces que esta forja a la humanidad, es importante comprender por qué es la primera víctima de todas las guerras de nuestra historia. La historia humana es el resultado de una larga y agónica danza entre distintos factores opuestos, ya sea por clases sociales, intereses históricos, o simple antagonismo cultural. Es allí donde se explica la sentencia mortuoria anterior, la historia, fruto de la lucha histórica entre antagónicos, posee características etnófagas, es de carácter destructivo en cuanto a la cultura a pesar de que en sí, también hace parte de la cultura.
No se puede explicar los surgimientos de reinos e imperios sin entender el proceso cultural tras estos, el deseo de forjar una identidad y una identidad cultural a la par que se exterminaban otros, lo mismo ocurre con repúblicas y revoluciones. Estas no se pueden entender sin el surgimiento del malestar en la cultura o la propia evolución dialéctica de la historia enmarcada en la lucha de antagonistas.
Para los Estados que fueron colonias (como el nuestro) es bastante difícil forjar una identidad unitaria ya que lo procesos de anexión geográfica se dieron más por acuerdos y tratados que por desplazamientos demográficos o bombardeos culturales. Irónicamente, esa condición hace que los pueblos de esos estados, mantengan cierta homogeneidad ambigua y sublime que les hace parte de una idea cultural unitaria.
La Venezuela de la última etapa histórica tuvo la enorme suerte de ver al espíritu absoluto de esa determinante histórica. Hugo Chávez, sin duda, fue el ciudadano venezolano de su etapa, más identificado con la cosa cultural venezolana. Un animal repleto de carisma más allá de las poses porque realmente era el hombre del pueblo, el cantante, el poeta empedernido, el pintor taciturno, pero a la vez, el agricultor, el constructor, el militar. Era pues, como señalamos anteriormente apegándonos a Hegel, el espíritu absoluto de lo que es venezolano.
No es de extrañar entonces que Hugo Chávez hubiere encabezado una revolución, de tipo socialista además, la más bella de todas las revoluciones. No es de extrañar tampoco, que haya hecho de esta una revolución cultural, en todo lo extenso de la palabra cultura, no solo rescatando las tradiciones sin pretensiones bauchinista, o haciendo visible un sector que agonizaba en las postrimerías de la IV república, sino dándole el sentido del quehacer necesario a todo cuanto debíase hacer en el nuevo país, alcanzando la máxima plena de la cultura, todo cuanto hagamos en un determinado sistema social.
Así se plantea el asunto del modo de vida bolivariano. Un sistema de valores éticos y estéticos donde se resalta el trabajo, la solidaridad, las bellas artes populares, donde se baja de la torre de marfil las bellas artes burguesas, una serie de ideas políticas, de formas de pensar el país nuevo y el mundo nuevo.
Es natural, que el mundo imperial se abalanzara contra la nueva república, pues representaba una nueva forma de hacer las cosas, es decir, otra cultura. Por tal motivo, desde 1998, el sistema imperial mundial, ha atacado ferozmente a la revolución bolivariana. Desde golpes de estado sosegados hasta rebeliones abiertas, incluso transcendiendo a la muerte de ese gigante imperecedero.
La muerte de Hugo Chávez está marcada por un dolor indescriptible, similar solo al de los pueblos soviéticos, chinos, norcoreanos o cubanos cuando perdieron a sus líderes históricos, empero, en el genio enorme de Chávez, un legado se plantó de frente, un testamento político de magnitudes incalculables, el plan de la partía.
Por primera vez en la historia política del país, un presidente se postulaba para que el pueblo eligiera más que a una figura, a un proyecto de país. Eso es el plan de la patria, una carta de navegación donde se plasman, ideas, teorías, sueños, aspiraciones, ese es el plan de la patria que nos legó Hugo Chávez.
Todos somos Chávez
Tras aquel fatídico incidente, se levantó la consigna "Yo soy Chávez" que recordaban al gran Jorge Eliecer Gaitán. Ese no es en nuestro caso, un canto vacio, se trata por el contrario de un compromiso absoluto que raya en lo sagrado y pleno.
Nicolás Maduro, nuestro hermano mayor, teniendo en cuenta ese grito, convoca, de forma magistral, una vez más a la población venezolana a Emular a Hugo Chávez. Esta vez, y por primera vez en la historia del país, se le señala a la población venezolana, para que en sus diferencias, particularidades y condiciones, sea quien eleve su propio proyecto, su propia idea de país.
Cada sector del país ha sido invitado a la batalla, cada individuo, cada elemento hasta disidente, es llamado a elaborar una idea, a manifestar sus opiniones más profundas, a pensar.
La democracia tradicionalista, la burguesa, entiende ese proceso como una simple intención de voto o una "manifestación de voluntad". Aceptar si quiera una parte de ese postulado por parte del socialismo bolivariano, es enteramente censurable. Nuestro modelo democrático posee fallas dantescas si, empero, da pasos agigantados hacia la consolidación del gobierno de las mayorías –sin dejar de tener en cuenta a las minorías-. Podría decirse sin miedo alguno, que nuestro modelo de socialismo, da brincos hacía la democracia plena, al gobierno popular de pueblo.
El principal frente de combate
Una revolución es cultural o simplemente no es revolución. El carácter epistemológico cultural de una revolución, es inalienable e impostergable. Apegándonos a Fidel, la revolución implica el cambio de todo aquello que debe ser cambiado. Los sistemas imperiales que azotan a los pueblos libres del mundo, tienen por característica, la etnófagia cultural.
Es decir, para que un sistema imperial se establezca, debe exterminar sin compasión alguna todo vestigio cultural autóctono de un pueblo, es allí donde se dibuja el mayor frente de batalla de todas las guerras y procesos históricos de la humanidad, en la supresión, impostura o defensa plena, de un aparato cultural en torno a otro. Incluso podríamos decir en el mayor de los pesimismos posibles, que, se puede perder la guerra, pero mientras el frente cultural permanezca incólume, las esperanzas nos dibujan grandes resultados.