¡Si gringos y europeos tuvieran que pagarnos la deuda moral, humana y económica que tienen que nosotros, les llevaría varios siglos para saldarla! Teniendo en cuenta que los gringos son una extensión en América de lo más podrido que ha salido de alma nazi de Europa.
Algunos misioneros jesuitas llegaron a comparar la moral de los indios con las costumbres de los antiguos dignatarios romanos, como César, Pompeyo y Augusto. Nuestros indígenas eran escrupulosos, mantenían sus promesas y una actitud admirable de dignidad ante las adversidades; eran valerosos en la lucha, tanto que pese a los escasos medios de defensa, enfrentaron con denuedo a los conquistadores y en muchos lugares los derrotaron. No se diga en cuanto a higiene y limpieza corporal, que los blancos europeos siempre han sido extremadamente cochinos. Nuestros indígenas veían en el comportamiento de los europeos una grandiosísima insensibilidad afectiva, una enorme brutalidad y falta escrúpulos (Cristoph Meiners).
Aquellos seres que se encontraban en entera libertad y sencillez de vida, sin contrariedades, y envejeciendo en plena tranquilidad y placidez, sin zozobras ni las angustias propias de la vencida y corrupta sociedad europea, se vieron de pronto dominados y sometidos a las "virtudes" de un conocimiento y de un lenguaje abstracto que en nada les favorecían. Introdujeron los blancos penosas necesidades y enfermedades; trastornaron el paraíso visto por Colón, además de que los indios fueron espectadores de insólitas carnicerías entre blancos por la pasión sexual, los robos que ellos trajeron a América, por el asunto del poder y el dinero. Y para sofrenar las perfidias, los europeos infectaron de leyes al continente por la dominante precaución que debían tomar contra el hurto, la mentira y el crimen.
Así fue como ellos "descubrieron" los inmensos recursos con que colmaron de oro las arcas de los gobiernos que nos han dominado, tiránicamente, por más de cuatro siglos. Se comprende que los godos, los falangistas, que el rey de España y sus franquistas quieran celebrar el "descubrimiento de América", que fue un fascista, Ramiro de Maeztu quien inventó tan adefesio. Entre 1928 y 1929, sacó a la luz la revista "Acción Española" "La Hispanidad", un 12 de octubre, "Día de la Raza". Creemos nosotros lo latinoamericanos que el 12 de octubre debería decretarse Día de la Infamia, y que cada casa o edificio debería ostentar un crespón o un lazo negro en sus ventanas y balcones, y uno mismo estar de luto.
Ciertos gobiernos de América Latina, con sus magistrados semi-europeos, parecidos a españoles o a italianos, sajones o franceses, que visten a la moda, académicos fashionables según los alucinadores brillos que llegan de lejos; esos imitadores de lo extraño que nos han puesto el país a la española, con sus desórdenes y caos, sus mentiras y torpezas, su dejadeces, pendencias y abusos; flojera, traiciones y picardías: la consabida viveza ciudadana que es una extrapolación de la doblez europea para todos los asuntos públicos o sociales. Esos desclasados, mezcla de enlatados americanos, que ansían celebrar haber sido descubiertos, y que están ansiosos por huir de nuestros países…, emigrar hacia el Norte. Esta especie servil, que por habilidades siempre subterráneas, al estilo de los que implantaron aquella democracia representativa, llena de pastosas y enfermizas mañas; tipos, digo, que quieren celebrar, loando a los que cercenaban narices; quemaban vivos a los indios y ahorcaban a niños en medio de satánicas borracheras. Aquellos "héroes" blancos que orgullosamente confesaban enviar de un solo tirón a miles de "salvajes" al infierno, y decían: "Aquellos que escapaban al fuego, eran muertos con las espadas, despedazados... Se supone que en esta ocasión fueron muertos cuatrocientos de ellos. Era espantoso ver cómo indios se asaban en el fuego y cómo, al final, torrentes de sangre apagaban las llamas... la victoria fue considerada un dulce don del cielo y los colonizadores alabaron a Dios, que tan pródigamente les había ayudado a ganar a los indios por la mano sagrada..." (…tatatatatarabuelos de la Conferencia Episcopal Venezolana).
Luego de la conquista perdimos nuestros ser, lo que éramos y quedamos desorientados, sin saber a dónde ir, ni lo que queremos: que perdimos el sentido precioso de nuestra razón de ser. Nuestro dolor no pudo basarse en una sólida posición política, que todas fueron también importadas, y provocadoras de tantos males como los traídos por el carácter europeo. Muy poco había sido fundamentado sobre algo esencialmente nuestro, a excepción de bolivarianismo.
Por mucho tiempo, el envilecimiento de las raíces americanas pareció irreversible, irreparable. Se temió que si había que hacerse un hombre nuevo, seguramente éste tendría que venir fundado sobre la escoria de lo vencido, y con los elementos bastardos de la Europa asimilada por nosotros.
Nada tan complicado como nuestra desintegración, que los argumentos para condenar el "descubrimiento" y la conquista fueron elaborados y forjados por un arraigo de cinco siglos de intromisión extranjera: ella es nuestra frustración en la sangre, en las esperanzas y en las locuras atávicas, monstruo que lucha dentro nosotros mismos, provocando temores y horribles estragos. He aquí el sentimiento con el cual nos adentramos a la dislocada situación política de nuestros orígenes.
(Algunos textos de este artículo son extractos de mi obra MALDITO DESCUBRIMIENTO)