Sin dudas que las bajas y heridas que produce el billete en la guerra económica contra Venezuela empiezan a ser más evidentes cada día.
Cuando los chinos inventaron el papel moneda, hacia el siglo VII, para mediar en el intercambio de productos, no llegaron a imaginar los efectos perversos que el mismo tendría. Es el capitalismo, el que al cosificar todo en las relaciones de producción, sienta el estatus de fetiche para el dinero como mercancía en la que convergen y se unifican todas las demás mercancías.
El dinero, como fetiche, ejerce un poder de fuerza taumatúrgica en la sociedad capitalista. Los individuos se esclavizan, se alinean, sucumben ante él, al punto que la cosmovisión hegemónica tiene la rectoría egoísta de los dominadores.
«Ser mercancías», llega a ser un reto para los individuos que compiten para prepararse, en academias y universidades, con la finalidad de no ser vistos como «obreros» pobres e ignorantes, sino como profesionales, técnicos, licenciados y doctores que se emplean como «correas de transmisión» en los procesos de explotación capitalista, orientados a generar productos para el consumo.
Cada una de nosotras y nosotros es un billete, pero no exactamente por lo que «vale», tomando en cuenta la calidad de su fuerza de trabajo o a lo invertido para forjar a ésta, sino por el fetiche del patrón moneda, al cual toda la sociedad capitalista está obligada a rendirle culto.
Somos el resultado de un intercambio «igual» entre mercancías «iguales», cuya «igualdad» se expresa tangible en el patrón moneda, en el billete que terminamos siendo todas las cosas o mercancías a las que estamos reducidos, por dominio del capital, en las relaciones de producción.
Billetes como somos, cuando el papel moneda desaparece de la «circulación legal», sea porque se le esconde en medio de una guerra económica o porque se le compatibiliza a una moneda virtual, electrónica o a una criptomoneda, la referencia fetiche desata una crisis.
No vemos ni palpamos lo que somos, por lo que se sucumbe o se tambalea toda cosmovisión. Algo así ocurre en esta coyuntura económica que, en Venezuela, tiene una expresión paroxística. Por lo tanto, estamos en un momento crucial en el que se evidencia que estamos en Revolución: el capital no sabe si encontrará luz al final del túnel, pero el trabajo sí sabe que nos acompaña un a Alba proletaria que jamás nos dejaremos arrebatar.
Entre tanto, en el campo se libra la batalla y los estrategas de la Revolución Bolivariana y Chavista proponen al Petro con un doble efecto en el combate: cambiar radicalmente los efectos perversos conocidos del capital financiero y, por otra parte, la convicción de que lograremos contener los ataques de hambre, de miserabilización, de desaparición de la comida y de acoso general y económico contra el pueblo venezolano.
Lo cierto es que el billete, fetiche por excelencia de toda mercancía, ahora se repotencia como misil para atacar a Venezuela, sembrar el caos y reclamar «ayuda humanitaria» frente a una «crisis» que ellos inventaron en sus laboratorios y nos la aplican, en contra de la paz. En contra de nuestro pueblo, de nuestra Patria, soberanía y libertad.
Al billete le debemos ponderar como pertrecho de guerra en manos enemigas. Debemos resistir. No nos debemos dejar doblegar. El enemigo imperial nos quisiera vencer, pero nosotros, armados de conciencia, les decimos: ¡No pasarán!