Imagínese en el desierto, cansado, sin agua, sin provisiones, sin aliento, pero con la esperanza de poder salir de allí con vida; ahora hagamos memoria, cuando comenzó la batalla personal con su salud el comandante Chávez lo llamo su desierto, uno de tantos, de muchos que en vida tuvo que pasar, como cada uno de nosotros y nuestros desiertos particulares.
Aunque no es el lugar más cómodo el desierto nos fortalece, nos enseña, hay quienes se quedan en el camino, quienes no resisten lo duro que puede llegar a ser y se rinden, muchos regresan a algún lugar seguro, otros decidimos entender, avanzar a pesar de la adversidad, aun cansados y sin energías, sabemos que esa esperanza de pasar ese desierto con vida es nuestro testimonio de lo posible.
La mayoría de los opinólogos de oficio nos dan por terminados, desdibujan una revolución que va de salida con la cola entre las patas, fracasada, derrotada entre sus propios desatinos, se enfocan en los errores, nos ponen arena en los ojos, cuando lo que necesitamos es avanzar juntos aun en las diferencias.
Quizás sea este es uno de los desiertos más complejos que nos ha tocado como pueblo en los años de la revolución, sin embargo, todavía con todo en contra al caminar podemos ver a los y las valientes que están enfrentándose a este mismo desierto, con heridas propias del camino, con los ojos llenos de penas y el corazón lleno de fuerza, una fuerza noble que amanece todos los días renovada, decidida a entrar en batalla, dispuesta a confiar, preparándose para vencer.
No es más grande un desierto por inmenso que este sea, que la esperanza que pueda albergar un corazón que guarda la promesa de quienes un día les sacaron de la oscuridad a la que estaban condenados por los enemigos del pueblo, hoy por hoy, seguimos creyendo, confiando y apostando a la revolución bolivariana, como nuestra única herramienta para juntos vencer. ¡Seguimos en combate!