Capital de la República de Venezuela: Ciudad de Angostura (I)

Estamos hoy, febrero de 2018, a menos de un año cuando debemos los venezolanos celebrar, llenos de amor por la patria y henchidos de un sano orgullo por enaltecer a un paisano que supo darle todo el esfuerzo, todo el sacrificio y toda su pasión por lograr su libertad plena; hasta entregarle su vida misma. Hablamos nada menos que del Libertador Simón Bolívar, cuando desde un lugar bastante alejado de la capital actual, le dirigiera el discurso al pueblo más elocuente y visionario que tribuno alguno pudiera hacer. En el escrito iremos señalado las partes, que opinó son primordiales para entender el por qué debemos amar esta patria, Venezuela, con toda las fuerzas de nuestro corazón, nuestra alma, nuestra fe y ofrecerle nuestro cuerpo si fuere necesario. Observe el lector que unos 7 meses después de vencer a los españoles en la parte oriental y llanos de Venezuela, y declararse el nacimiento de la Tercera República, Bolívar antes de abandonar Venezuela, para marcharse al sur de este continente a libertar a esos pueblos sometidos por el Imperio Español, decide dejar un mensaje a sus paisanos, los venezolanos; y ese mensaje se conoce mundialmente como EL DISCURSO DE ANGOSTURA.

Ciudad de Angostura, 15 de febrero 1819

"Señor. ¡Dichoso el ciudadano que bajo el escudo de las armas de su mando ha convocado la soberanía nacional para que ejerza su voluntad absoluta! Yo, pues, me cuento entre los seres más favorecidos de la Divina Providencia, ya que he tenido el honor de reunir a los representantes del pueblo de Venezuela en este augusto Congreso, fuente de la autoridad legítima, depósito de la voluntad soberana y árbitro del destino de la nación. Al trasmitir a los representantes del pueblo el Poder Supremo que se me había confiado, colmo los votos de mi corazón, los de mis conciudadanos y los de nuestras futuras generaciones, que todo lo esperan de vuestra sabiduría, rectitud y prudencia. Cuando cumplo con este dulce deber, me liberto de la inmensa autoridad que me agobiaba, como de la responsabilidad ilimitada que pesaba sobre mis débiles fuerzas. Solamente una necesidad forzosa, unida a la voluntad imperiosa del pueblo, me habría sometido al terrible y peligroso encargo de Jefe Supremo de la República. ¡Pero ya respiro devolviéndoos esta autoridad, que con tanto riesgo, dificultad y pena he logrado mantener en medio de las tribulaciones más horrorosas que pueden afligir a un cuerpo social!"

Sigue más adelante el Libertador diciendo. "En medio de este piélago de angustias no he sido más que un frágil juguete del huracán revolucionario que me arrebataba como una débil paja. Yo no he podido hacer ni bien ni mal; fuerzas irresistibles han dirigido la marcha de nuestros sucesos; atribuírmelos no sería justo y sería darme una importancia que no merezco. ¿Queréis conocer los autores de los acontecimientos pasados y del orden actual? Consultad los anales de España, de América, de Venezuela; examinad las Leyes de Indias, el régimen de los antiguos mandatarios, la influencia de la religión y del dominio extranjero; observad los primeros actos del gobierno republicano, la ferocidad de nuestros enemigos y el carácter nacional. No me preguntéis sobre los efectos de estos trastornos para siempre lamentables; apenas se me puede suponer simple instrumento de los grandes móviles que han obrado sobre Venezuela; sin embargo, mi vida, mi conducta, todas mis acciones públicas y privadas están sujetas a la censura del pueblo. ¡Representantes! Vosotros debéis juzgarlas. Yo someto la historia de mi mando a vuestra imparcial decisión; nada añadiré para excusarla; ya he dicho cuanto puede hacer mi apología. Si merezco vuestra aprobación, habré alcanzado el sublime título de buen ciudadano, preferible para mí al de Libertador que me dio Venezuela, al de Pacificador que me dio Cundinamarca, y a los que el mundo entero puede dar ¡Legisladores! Yo deposito en vuestras manos el mando supremo de Venezuela. Vuestro es ahora el augusto deber de consagraros a la felicidad de la República; en vuestras manos está la balanza de nuestros destinos, la medida de nuestra gloria, ellas sellarán los decretos que fijen nuestra libertad. En este momento el Jefe Supremo de la República no es más que un simple ciudadano; y tal quiere quedar hasta la muerte"



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José M. Ameliach N.


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