El mayor error que pudo hacer el gobierno bolivariano de Venezuela, en este tiempo, es fijar nuestro destino a los cubanos y a las agencias de valores que destrozan nuestra legitimidad financiera avalada por el sector militar y sus componentes. Es decir, que un amplio sector del oficialismo, nos vienen comprometiendo en acciones ocultas del mercantilismo y, los venezolanos, no podemos quedarnos con los brazos cruzados, porque precisamente es el ejercicio democrático lo que está en juego y, los procesos eleccionarios que parecen legitimados, responden a una contravinencia con la Constitución Bolivariana y el despeje definitivo a un neoliberalismo aislante.
Solo las elecciones que el conjunto de la población acepta como justas y creíbles pueden llevar a una alternancia de gobierno pacífica y democrática que confiera legitimidad al vencedor y protección al perdedor. Las nuevas tecnologías vienen respondiendo acertadamente y, debemos bajar las tensiones para unificar los tejidos que envuelven una acción del verdadero sentir democrático y avanzar en un campo informativo verdaderamente capaz de formar a líderes políticos de vanguardia, sean de derecha o de izquierda.
La tecnología no se detiene, y tampoco debe hacerlo la democracia. Tenemos que actuar pronto, porque los avances digitales pueden ser solo el comienzo de una tendencia irrefrenable hacia un mundo orwelliano controlado por un Gran Hermano, en el que millones de sensores en teléfonos inteligentes y otros dispositivos reúnan nuestros datos y nos hagan vulnerables a la manipulación. ¿A quién corresponde la propiedad de los abundantes datos que recogen nuestros teléfonos móviles y relojes? ¿Cómo deben usarse? ¿Debe su uso supeditarse a nuestro consentimiento? ¿A quién deben rendir cuentas aquellos que los usen?
Son grandes preguntas de las que depende el futuro de la libertad.
Desde hace dos años, hubo una amplia discusión sobre las perspectivas de la economía americana en el 2017 y su difusión hacia el Cono Sur. Unos economistas y la prensa global vaticinaban la debacle; otros, un repunte económico. Yo fui —y soy— optimista y cauto a la vez. La apuesta era cómo reaccionarían las bolsas e indicadores ante el nuevo gobierno.
Hoy, estamos en el mismo lugar, con una población más hambrienta.
Más allá de la necesidad o no de nuevas reglas internacionales, debemos procurar que el intento de contener los excesos, no ponga en riesgo el derecho fundamental a la libertad de expresión y el pleno ejercicio de nuestra libertad individual. Las sociedades abiertas deben evitar una reacción exagerada que pudiera debilitar las libertades públicas
Hoy, tenemos un doble desafío, el de las redes sociales y el electoral coadyuvado al económico, la imprenta, radio y la televisión, fueron revolucionarias en su momento. Actualmente, responden a una política netamente neoliberal, donde todas, se encuentran completamente reguladas por CONNATEL.
Necesitamos transparencia, responsabilidad y tributación para que los medios convencionales, respondan con la verdad y, analicemos en conjunto la claridad de estas nuevas elecciones, que plantea un nuevo desafío político.
Pero las redes sociales, no son el primer caso de una revolución de las comunicaciones que planteara desafíos a los sistemas políticos. La imprenta, la radio y la televisión fueron revolucionarias en su momento. Y todas fueron gradualmente reguladas, incluso en las democracias más liberales. Es hora de analizar cómo sujetar las redes sociales a las mismas reglas de transparencia, responsabilidad y tributación que los medios convencionales.
La población venezolana, no ofrecen ninguna clase de resistencia y se dejan manipular y, de allí, se hace más difícil cumplir las normas que impongan, quienes ostentan el poder, los datos nuestros están almacenados y cualquiera puede administrarlos en sus respectivas jurisdicciones, incluyendo los cubanos, tusos, chinos e iraníes, quienes tienen una injerencia directa en el país.
Pero aunque estas medidas sean útiles, no estoy seguro de que la legislación a escala nacional sea un medio adecuado para regular la actividad política en Internet. Muchas naciones más pobres no podrán ofrecer esa clase de resistencia; y para todos los países será difícil hacer cumplir las normas que impongan, ya que la mayor parte de los datos se almacenan y administran fuera de sus jurisdicciones. Claro, controlados por quienes apoyados en el Estado supervisan las redes y el internet.
En Estados Unidos, un grupo de senadores presentó un proyecto de "ley de honestidad publicitaria" que extendería a las redes sociales las mismas reglas que se aplican a la prensa, la radio y la televisión. Esperan lograr su aprobación antes de la elección intermedia del 2018. En Alemania, se aprobó una nueva ley (llamada Netzwerkdurchsetzungsgesetz) que obliga a las empresas de redes sociales a eliminar comentarios violentos y noticias falsas en un plazo de 24 horas, con multas hasta de 50 millones de euros (63 millones de dólares).
En Venezuela, es puro amendetramiento.
Hay que recordar que antes Rusia acusó a Occidente de promover las "revoluciones de colores" en Ucrania y Georgia. Parece que Internet y las redes sociales ofrecen otro campo de batalla para la manipulación subrepticia de la opinión pública.
Si ni siquiera los países más avanzados en tecnología pueden proteger la integridad del proceso electoral, ¿qué decir de los desafíos que enfrentan los países con menos conocimiento técnico? Es decir, la amenaza es global. A falta de hechos y datos, la mera posibilidad de manipulación alimenta teorías conspirativas y debilita la fe en la democracia y en las elecciones, en un momento en que la confianza pública ya se encuentra deprimida.
Las "cámaras de eco" ideológicas generadas por las redes sociales agravan los sesgos naturales de las personas y reducen las oportunidades de sano debate. Esto tiene efectos reales, porque fomenta la polarización política y erosiona la capacidad de los líderes para forjar acuerdos, base de la estabilidad democrática. Asimismo, el discurso del odio, los llamamientos terroristas y el hostigamiento racial y sexual, que se han instalado en Internet, pueden llevar a violencia en la vida real.
En su momento, Internet y las redes sociales fueron aclamadas como herramientas que crearían nuevas oportunidades de difundir la democracia y la libertad. De hecho, Twitter, Facebook y otras redes sociales tuvieron un papel clave en los levantamientos populares de Irán en el 2009, el mundo árabe en el 2011 y Ucrania en 2013-2014. Parecía por momentos que el tuit podía más que la espada.
Pero pronto los regímenes autoritarios comenzaron a reprimir la libertad en Internet: tenían miedo del nuevo mundo digital, porque estaba fuera del alcance de sus mecanismos de seguridad analógicos. Esos temores resultaron infundados. Finalmente, la mayoría de los levantamientos populares motorizados por las redes sociales fracasaron por falta de liderazgo eficaz, y las organizaciones políticas y militares tradicionales retuvieron el poder.
Estos regímenes incluso han comenzado a usar las redes sociales para sus propios fines. Todos hemos oído acusaciones de que Rusia usó encubiertamente las redes sociales para influir en los resultados de las elecciones en Ucrania, Francia, Alemania y, el hecho más conocido, en los Estados Unidos. Facebook calcula que el contenido publicado por Rusia en su red, incluidos comentarios y anuncios pagados, llegó a 126 millones de estadounidenses (cerca del 40 % de la población).
Ahora, tenemos los indicadores en Venezuela, que opinamos y que decide el presidente Nicolás Maduro Moros y Diosdado Cabello, usted lo sabe.