Cuánta gente confundida, opositora (y no tan opositora también), que ahora ha sido inoculada por ese virus infernal de salir buscar ese mismo Dorado que los conquistadores imaginaron se encontraba aquí: un paraíso allá lejos, en el que todo lo que brilla es oro.
Un paraíso con ricas alhajas y golosinas, y entretenimientos, y que reverbera con sus riquezas en Nueva York, Madrid, Lima, Santiago de Chile o Miami; más o menos cerquita; allí, a la vuelta de esquina, al cruzar Cúcuta o al saltar a Bucaramanga.
Y para allá cogen mucho pendejo o pendeja de la dulce comarca, dejando hijos y madre; dejando a sus amaneceres bellos y sublimes; al amigo, a su campo florido, su liceo o universidad, su cafecito mañanero, a su hembra o a su macho...
Y usted los escucha hablar ditirámbicamente:
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Ah, no chico, a Fulgencio le va del carajo, ya puede comer su plato diario de caraotas, ya tiene catre donde echarse; el retrete lo comparte con ocho conciudadanos más y se mete su resfrequito de agua pintada por las tardes... Si Dios quiere, el año que viene traerá un costal de dólares…
A ninguno de los que van en pos de ese Dorado usted le oye hablar de lo horriblemente mal que la están pasando. Muchas que han sido violadas y ultrajadas; muchos que han muerto, que han sido robados y agredidos ferozmente. Casi nadie conoce ese infierno llamado Colombia, por ejemplo, ese país que vive en guerra civil y descuartizamientos indescriptibles desde 1830, cuando asesinaron al Mariscal Sucre.
Hay que decirle a tantos pendejos compatriotas, que eso de andar buscando la felicidad a troche y moche no tiene cura. Que deberían leerse el cuento "El pez de oro" para que rebajen un poco sus humos.
Porque el problema clave de estos "buscadores de felicidad" incierta, sin otra preparación que "la ansiedad por irse del país" es el de la inmediatez: todo tiene que hacerse a como dé lugar; conseguir plata ya, viajar como desaforados y como sea, contactar a un compañero o compañera que se ha ido y que le contó que la vaina por allá está bien buena; llegar a donde sea, comer lo que sea, meterse donde sea, y arrear en la desnudez absoluta con lo que sea.
El otro día vi a una señora que sufrió tal yeyo en el aeropuerto de Maiquetía que le dio por desnudarse y entrar en una tétrica histeria con temblores catatónicos. Seguramente creyó que todo el que llega al aeropuerto tiene expedito el camino para coger hacia ese paraíso (Dorado). Algo parecido al Dorado que buscaban y hemos heredado de los criminales conquistadores españoles.
Hay quienes buscan para sí, lo que no pueden ser, porque lloran la desgracia de no haber nacidos catires como esos gringos que ven por la tele, a los que idolatran. No pueden mascullar bien el inglés y lloran la tragedia de ser tan lerdos para los idiomas. Finalmente, en consiguiendo llegar al Norte (o a donde sea que vayan), se encuentra con la realidad (ya sean profesionales o no), que no van a ser un Brat Pit o una Angelina Joly, y que tendrán que dedicarse a ser recogedores de basura, limpiadores de pocetas o parabrisas, cuidadores de chamitos (babysister) o vulgarmente "sirvientas", esclavos. Aún se da la locura de que esto en lugar de deprimirlos los llena de alegría porque ya para entonces han perdido el juicio, y van a lugares tan lejanos a hacer lo que nunca se atrevieron en su propia casa, en su propio pueblo porque sentían que les degradaba.
Por un puñadito de dólares, se invierten en ellos tantos valores:
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Lavar pocetas en Venezuela degrada, pero hacerlo en el Norte ennoblece.
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Arrastrarse como indigentes, como un paria, en una plaza de Cúcuta o Pamplona donde te desprecian y humillan, es un pasaporte hacia la gloria que está allá lejos en el Dorado...
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Envilecer tu cuerpo por tres lochas es declararte en rebeldía contra el socialismo.
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Esta es la alegría de los seres inferiores que se matan por llegar a un paraíso inexistente porque en algún momento recibieron del becerro de oro el fatal beso negro.
¡AH, señor, quién se podía imaginarse en este mundo que sentirse inferior puede ser una manera de alcanzar la felicidad!
Esa inferioridad con la que se sueña en que un buen día te harás con un carrazo, con algunos billetitos verdes, y pasarás a formar parte de los bendecidos por el éxito.
Esa inferioridad que los identifica como "emigrantes de mierda" según el miserable Trump. Correr precisamente al infierno que vive creando leyes para perseguir a los inmigrantes, que los mata y los deporta.
Es la llaga de la "inferioridad divina" que va en pos de un iphon, un Galaxy, una poderosa tablet, hacia la bestialidad rutilante de los rascacielos, hacia la maravillosa producción de enajenación y muerte; hacia ese vórtice de genios superdotados e infinitamente prepotentes, que saben muy bien construir cárceles y campos de concentración para aplastar y exterminar a la polilla que va en plan de venderse y ser esclavizados.
Dios mío, como pudo darse ese fenómeno que ha hecho posible esa grandiosa inferioridad que ha logrado que seres odien lo que no son, por lo que no han podido ser, descarriados por la certeza de que allá lejos está "la salvación"... Que en el propio desprecio de sí, aún persisten en buscar ese fulano "mundo de oportunidades", a costa de cualquier bajeza que los ahogue; a costa de irse a servir como mercenario en los ejércitos criminales que envían al Medio Oriente, huyendo dentro de sí hacia las cavernas más inmundas.
¡Oh, "grandiosa inferioridad" que haces tantos milagros, como haber elevado a la supremacía del horror, a hordas de desgraciados que prefieren la vagancia y la delincuencia a la honradez y al trabajo en su país, en su campo, en su patria; que entonces para ser "felices" acabaran en ese Dorado que no es otro que en manos del sicariato, del narcotráfico, siendo peones de las miles de mafias que las propias ranas plataneras del Norte han creado en América Latina.
Cada vez que se me acerca un latinoamericano, me horroriza el que vaya a enarbolar ante mí su patética, orgullosa y gloriosa inferioridad, y me hable mal del socialismo, me diga que está apostillando sus papeles para ser más feliz; que esté fortificando su centro endeble de infra-hombre para buscar el Dorado. Que me vaya a hablar de lo mal que se siente siendo venezolano, de lo difícil que está su hombría, de lo orgullosamente que se siente porque desea irse porque ha encontrado otro padre y otra madre en el infinito centro de su inferioridad... Yo ahora no pienso sino en esa grandeza de la inferioridad que resplandece en las cuevas infernales de los manicomios tan repletos de seres que ya se creen recuperados y muy sanos. ¿Qué fenómeno tan extraño se habrá dado en los nervios, en los genes, en la naturaleza de esta gloriosa tierra que pudo parir genialidades como Bolívar, Sucre, Miranda, Chávez…, para que algunos hayan salido a buscar el Dorado que no es otra cosa que el vil plato de lentejas que muy bien han sabido aderezar en el planeta los miserables yanquis…?