"¿Qué pasaría si la participación en las presidenciales del 2018 no pasa del 10%?"
"Abstención :¿medio o fin?"
"Cualquiera que intente hacer política tendrá que pactar con los poderes diabólicos de este mundo por muy ética que sean sus intenciones"
Max Weber
"Las responsabilidades sin convicciones serían ciegas
y las convicciones sin responsabilidades vacías"
Javier Muguerza
"…… los fines y los medios no pueden ni deber concebirse por separado, porque se encuentran íntimamente imbricados hasta el punto de que resultaría más interesante y provechoso preguntarse, por escandaloso que parezca, no si el fin justifica los medios, sino si los medios justifican el fin"
Victoria Camps
I. Introducción
Uno de los pensadores contemporáneos que mejor han descrito las consecuencias de la modernidad en la vida cotidiana fue Max Weber. A principios del siglo XX, justamente después de que se produjera la revolución socialista de 1917, pronunció en la Universidad de Múnich una conferencia que ha hecho época. Se dirige a unos estudiantes exaltados y animados a trasladar con urgencia a tierras alemanas la revolución socialista. La conferencia llevaba por título La política como vocación y en ella presentó de forma clara no solo dos modos de situarse ante la acción política, sino dos modos de afrontar la acción humana en general. La ética de la convicción y la ética de la responsabilidad no son únicamente dos formas de ejercer la vocación política, sino dos modos de estar en el mundo. Mantienen una ética de la convicción quienes, a la hora de obrar, dan prioridad a las convicciones absolutas, dejando de lado las consecuencias, las situaciones y los contextos. Se trata de una ética que considera que hay acciones intrínsecamente malas y por ello están siempre prohibidas. Hay una máxima de la ética que sintetiza este planteamiento: "hágase la justicia aunque perezca el mundo" (Fiat iustitiam, pereat mundus). Max Weber también la llama ética absoluta o ética de nobles intenciones, porque el sujeto moral no repara en las consecuencias, los medios y los contextos de sus acciones al considerar que hay bienes absolutos e incondicionados. El sujeto es un "racionalista cósmico-ético" porque no admite la racionalidad ética del mundo, es decir, el hecho de que nos encontremos fenómenos morales inexplicables como la muerte de los inocentes, el infortunio del justo, el sufrimiento inmerecido o una catástrofe natural. Para Weber, la ética del Sermón de la Montaña es un claro ejemplo de la ética de la convicción. Se propone un modelo de la vida moral guiado por fines últimos o convicciones que dan luz, que guían, que orientan y que permiten resolver el carácter dramático que tiene la acción humana. Mantienen una ética de la responsabilidad quienes, a la hora de obrar, dan prioridad al cálculo de las consecuencias, al conocimiento de las situaciones y a la valoración de los contextos. Weber estaba dirigiéndose a un auditorio de estudiantes convencidos de la urgencia de la revolución, con independencia de cuáles fueran las consecuencias o efectos de su acción. Estos estudiantes y sindicalistas no habían calculado que una acción bien intencionada puede tener consecuencias no deseadas o imprevistas. La ética de la responsabilidad es una ética de la cautela, de la precaución, de la prudencia y del conocimiento meditado de la naturaleza humana. La naturaleza y la historia humana son más complejas de lo que piensan un yogui, un profeta o un revolucionario. El problema se plantea habitualmente en la gestión de la violencia cuando hay un conflicto, o en la administración de la sinceridad en las relaciones humanas. La existencia de esos enfoques no significa que una ética de las convicciones coincida con una ética de la responsabilidad, ni una ética de la responsabilidad coincida con un oportunismo sin principios. Lo que muestra es la complejidad de una vida moral que necesita tanto de principios como de responsabilidades, tanto de fines últimos y convicciones como de cálculo de medios y consecuencias. Por eso, quizá sea más correcto hablar de una ética de la responsabilidad convencida o de la convicción responsable. En definitiva, si aquí encuentra su punto de partida una ética aplicada, no es porque estos modelos se puedan adscribir a las dos grandes tradiciones de moral occidental, la deontológica y la teleológica, sino porque vuelven a situar en primer plano el valor del conocimiento en la era de la ciencia y de la técnica. Sin conocimiento, la convicción es ciega, sin conocimiento, la responsabilidad es irreflexiva.
II. Alguien es responsable de algo
Si analizamos la proposición "alguien es responsable de algo", lo primero que hay que decir es que este alguien o agente que tiene la responsabilidad de algo sólo puede ser una persona; si, por ejemplo, un gato cruza la calle justo delante de un automóvil y el conductor frena en seco de manera que se produce un accidente en cadena, el responsable de tal suceso es el conductor, no el gato, a pesar de que éste sea la causa del accidente. Al gato no se le atribuye la comparación de la situación ni la capacidad de juzgar el significado de su conducta. Para que sea responsable, el agente tiene que ser consistente de lo que hace, es decir, saber lo que hace, tener la capacidad de interpretar o comprender la situación o escenario en el que se produce o deja de producir de controlar el inicio de la acción o el cese de la misma, si así quiere. Cuando se cumplen todos estos requisitos, podemos decir que una persona es responsable de algo. El nivel de mayor o menor responsabilidad del agente dependue de la fuerza o debilidad con la que cada uno de los requisitos anteriores se presenta. Se puede ser más o menos consciente de lo que se hace, así como tener una comprensión mayor o menor del perjuicio que sea puede producir a los otros. Igualmente alguien puede tomar la decisión de hacer algo después de una profunda deliberación o, por el contrario, tomar la decisión con cierta precipitación. A veces, el dominio del inicio o cese de la acción está bajo el control del agente mientras que, otras veces, tal control es muy limitado como sucede cuando queremos dejar de fumar. Por tanto, entre la plena responsabilidad y la falta de responsabilidad hay una variabilidad de niveles que corresponde a las diversas maneras en las que se puede decir que una decisión o acción es un acto propio de la persona.
III. Los valores morales y los valores políticos
En un ensayo dedicado a la "Política como profesión", ensayo que es considerado por muchos como un clásico del pensamiento sociológico y politológico, Max Weber traza un amplio análisis conceptual e histórico-comparativo de los elementos esenciales que marcan a la dimensión política de las relaciones sociales. Las actividades que definimos como "políticas" tienen que ver con el poder, pero éste es multiforme y ubicuo, es decir, se introduce en una multiplicidad de relaciones y de situaciones. Por tanto, no tiene un carácter inmediato lo que se debe entender con la palabra "política". Desde el punto de vista del sentido común, el término política inmediatamente traslada a un conjunto de actores individuales (los políticos) y colectivos (los partidos, los gobiernos, los Estados, las instituciones supranacionales) que se ocupan profesional e institucionalmente del arte de gobernar una colectividad, ya sea de grandes o pequeñas dimensiones. En términos generales se puede decir que la política comprende "toda suerte de actividad directiva autónoma" y, más concretamente, aquella "actividad que influye en la dirección de una asociación política" entre las que se encuentra el "Estado". Quien hace política aspira a participar y a obtener el poder "o como medio de servicio para otros fines –ideales o egoístas- o por el poder en sí mismo".
Debido a estas complejas motivaciones, la política siempre se mezcla con concepciones religiosas, filosóficas, antropológicas, ideológicas y utópicas. Todas ellas elaboran el sistema de los fines ideales a perseguir mediante la acción práctica; a la connatural distancia que siempre circula entre estos últimos y las primeras a menudo se añade el deliberado propósito de esconder, tras nobles fines ideales, la consecución del beneficio inmediato. De esta forma se entra en aquella ambivalencia inextirpable de la ideología que, al mismo tiempo, oculta y revela los fines intencionales del obrar.
IV. ¿Escindidos entre los valores y los fines?
Según Max Weber "Cualquiera que intente hacer política tendrá que pactar con los poderes diabólicos de este mudo por muy ética que sean sus intenciones". Weber puso el dedo en la llaga cuando, en su célebre conferencia del año 1919, consagró la distinción entre convicciones y responsabilidades. :
"Cualquier acción éticamente orientada puede hallarse bajo dos máximas diametralmente opuestas y antitéticas: puede orientarse conforme a la ética de la convicción o con arreglo a la ética de la responsabilidad. No es que la ética de la convicción se identifique con una total ausencia de responsabilidad o viceversa. Pero media un profundo abismo entre ambas, pues la primera sólo se ocupa de obrar correctamente, mientras que la segunda exige responder de las consecuencias (previsibles) de su actuación".
La distinción entre moral pública y privada sobre la base de los resultados obtenidos suele invocar la distinción de Weber entre "ética de la responsabilidad o consecuencias " y "ética de la convicción": "No es posible colocar bajo un mismo techo la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad o decretar éticamente cuál fin ha de justificar cuál medio, se hace alguna concesión a este principio"(VER). Cuando se habla de la ética y del poder público es necesario referirnos a la moral de las consecuencias. Las decisiones políticas afectan a un gran número de personas y, en la medida en que un poder sea legítimo, se puede lograr una valoración de las diferentes clases de consecuencias y de los medios que se emplean para llegar a ellas. Uno de los valores éticos que todo político debería considerar es el de la imparcialidad: ponerse en el lugar de aquel que sufre las consecuencias. Ésta es la vieja idea expresada por Kant cuando afirmó que deberíamos actuar como súbditos y soberanos en el reino de los fines.La visión weberiana de la política está insertada en la tradición del "realismo político", tradición inaugurada por algunos proto-científicos de la política como Maquiavelo y Hobbes. En tal visión la esencia de la política coincide con la lucha por el poder y éste tiene como rasgo distintivo el ejercicio de un dominio sobre otros que pueden ser aliados o contrarios. En este último caso, sin embargo, son incapaces de oponerse eficazmente al más fuerte.
V: Abstención ¿medio o fin?
La relación entre los valores políticos y los valores éticos ha dado origen a grandes polémicas; no sólo por la importancia que tiene teóricamente sino también por sus repercusiones en la práctica. Somos testigo de los crímenes a los que puede llegar la humanidad cuando elimina la moralidad de las decisiones políticas.
Max Weber concibió el problema de la relación entre la ética y la política recurriendo a la distinción entre la ética de la convicción y la ética de las consecuencias. Si actuamos de acuerdo con la primera, nos guiamos por máximas, si dirigimos nuestra conducta de acuerdo con la segunda, tenemos que examinar cuáles son los efectos de nuestra acción. Para Weber, la ética no puede eludir el hecho de que para conseguir fines buenos hay que contar con medios moralmente dudosos, o al menos peligrosos, y con la posibilidad e incluso la probabilidad de obtener consecuencias moralmente reprochables. Ninguna ética del mundo puede resolver cuándo y en qué medida pueden ser sacrificados los medios y las consecuencias laterales moralmente peligrosos, en virtud de un fin moralmente bueno.
A pesar de la afirmación de Weber, podemos distinguir algunas posiciones al respecto; de hecho, la pregunta ¿el fin justifica los medios? ha tenido varias respuestas.
La primera a la que me referiré ha sido atribuida a Maquiavelo: el fin justifica los medios. Esto significa que las acciones políticas no pueden ser juzgadas moralmente como buenas o malas. Los medios no tiene un valor en sí mismos, éste les es otorgado por los resultados que se obtienen con la acción. La originalidad del autor florentino radicaría precisamente en sostener la doctrina de la doble moral: existe una moral para los soberanos y otra moral para los súbditos. Afirma Maquiavelo:
"Y ha de tenerse presente que un príncipe, y sobre rodo un príncipe nuevo, no puede observar rodas las cosas gracias a las cuales los hombres son considerados buenos, porque a menudo, para conservarse en el poder, se ve arrastrado a obrar contra la fe, la caridad, la humanidad y la religión. Es preciso, pues, que tenga una inteligencia capaz de adaptarse a rodas las circunstancias, y que, como he dicho antes, no se aparre del bien mientras pueda, pero que, en caso de necesidad, no titubee en entrar en el mal"
Esta ética de las consecuencias (responsabilidad) también ha sido presentada y discutida como el problema de las manos sucias en los casos en los que se justifica una acción moralmente reprochable para alcanzar un estado de cosas percibido como valioso.
Con la segunda respuesta, en cambio, se sostiene que la política y la moral no pueden separarse. Para los defensores de este punto de vista, la justificación moral de los medios por los fines es negativa. Esta posición suele ser llamada deontológica y defiende que hay acciones, a pesar de la bondad de sus fines, que no pueden ser justificadas bajo ninguna circunstancia. Ello se debe a que los individuos tiene ciertos derechos que obligan a aquellos que tienen el poder a tratarlos como fines y no exclusivamente como medios. Por otro lado, los que sustentan el poder también tiene ciertas obligaciones de acuerdo al puesto que ocupan, el cual les impide, prima facie, e independientemente de las consecuencias, llevar a cabo ciertas acciones. Los derechos y las obligaciones son el origen de las máximas que deberían ser respetadas independientemente de los fines propuestos. Algunas de estas máximas se refieren a la integridad física, moral y social de las personas. Finalmente, el límite del poder se encuentra en los derechos de los individuos, pero los que sustentan el poder piensan más en términos de lo que están haciendo que en sus consecuencias.
Weber vislumbró el problema en el que podemos caer si adoptamos una ética de la convicción: podemos transformarnos en profetas quiliásticos, es decir, en un tipo de personas que, por ejemplo, al defender de una manera absoluta ciertos derechos no caen en la cuenta de que están violando otros. Sin embargo, es posible sostener una posición deontológica débil que nos permita, en los casos de conflicto, sopesar unos derechos frente a otros recurriendo a la llamada sensibilidad consecuencilista. Dicha sensibilidad consiste en respetar los derechos sin dejar de tomar en cuenta las consecuencias que obtendremos de dicho respeto. Sostener una clase de consecuencialismo no implica comprometerse con la idea de que los que sustentan el poder pueden justificar cualquier acción en función de sus resultados.