Antes de exponer mi tesis robinsoniana (por Samuel Robinson) y freirianamente problematizadora (por Paulo Freire) acerca del «parto animalizado», debo confesar mi convicción anticapitalista, antiimperialista y antipatriarcal, de que no es verdad aquello según lo cual el hombre es la especie superior ante los demás mamíferos y, por extensión, de todas las demás especies vivas y sobre toda la naturaleza del planeta. El universo está compuesto de iguales diversos y complementarios, sin importar el tamaño o visibilidad de cada ser. No hay superiores e inferiores, sino contrarios necesarios y diversos que contribuyen al equilibrio universal (incluyendo el campo de la salud, que tanto preocupa al ser humano).
En segundo lugar, debo decir que de cuatro hijos que he parido (junto a sus respectivas madres, obvio), dos de ellos nacieron de forma natural -es decir, animal- y siendo yo mismo el partero, sin formación alguna en el campo de la medicina alopática y quirúrgica, pero muy cercano a precursores de lo que hoy se llama «parto humanizado», como Elisa Jiménez, Pedro Colmenares, Trina Patiño, Iván Paravisini y María Elena Fernández, entre otros.
En tercer lugar y, como consecuencia de los dos aspectos aquí mencionados antes, debo dejar claro que cuando me refiero a parto animalizado, no lo hago por sarcasmo ni pretendiendo ironizar lo que considero una política gubernamental necesaria y correcta, pero que -apresuradamente y sin pensamiento crítico y contrahegemónico- se le ha llamado «parto humanizado», siguiendo el patrón hegemónico de que lo «humano» es superior y lo animal inferior.
Olvidan los proponentes que la perversidad de alienar los actos de parir, convertirlos en mercancías y empujarlos a los quirófanos para hacerlos más rentables, es tan «humanizada» como lo que se contraoferta social y económicamente desde la Revolución en materia sexual y reproductiva. Es decir, reconozcámoslo de una vez, las relaciones de producción capitalistas, con todo su horror de explotación entre seres humanos y sus consecuencias, es tan «humanista» como la igualdad y liberación que configuramos en la utopía socialista. Toda realidad social y cultural es humana, en tanto la generan individuos que se relacionan de una determinada manera (esclavista, feudal, capitalista, comunista) para producir, distribuir y consumir sus bienes.
Por este último hecho es que resulta importante cuestionar el que llamemos «humanizado» a un parto, simplemente porque se opone al quirúrgico, mercantilista y «científico» que ofrece la sociedad capitalista que padecemos.
Si observamos cómo, con qué naturalidad, armonía y perfección, paren los demás mamíferos no humanos, el término correcto que deberíamos adoptar para un parto no capitalista, no patriarcal, no cosificado ni mercantilista, es el de «Parto animalizado».
En defensa del parto sin mercantilización ni agresiones propias al capitalismo, a sus relaciones de producción y a su superestructura, me anoto en la defensa de los animales. Creo que debemos tener la humana humildad de reconocer que podemos aprender de los animales y de toda la naturaleza que son mucho más sabios que los reduccionismos interesados de la ciencia bajo el dominio del capital. Es uno de los retos para la auténtica liberación de nuestra cosmovisión y de los valores que se nos han impuesto hasta el presente.