El surgimiento del Estado - Nación en Venezuela tiene sus antecedentes jurídicos en la Primera República de 1811, pero la formación de la nacionalidad venezolana es mucho más antigua. La nacionalidad venezolana tiene sus antecedentes más remotos en nuestras milenarias culturas aborígenes, en el proceso de colonización europea de mas de tres siglos, en la inmigración de culturas africanas y en definitiva en los casi doscientos años como república independiente. Entre la riqueza y heterogeneidad de nuestras culturas aborígenes, las contradicciones y violencia del proceso colonizador, entre la sumisión y la rebeldía de nuestros aborígenes y pobladores negros, en la religión y la cultura europea, en sus universidades, en la efervescencia política del siglo XIX, en la estructura rentística del siglo XX, en fin en todos estos acontecimientos se fue constituyendo nuestra nacionalidad, nuestro sentido de pertenencia a una tierra, a una lengua, a una historia común, es decir; nuestra identidad.
La nacionalidad a igual que la identidad son procesos que no podemos afirmar haberse constituido antes de 1498, puesto que no existía nada que nos identificara como nación ni mucho menos con el nombre de Venezuela, ni siquiera aún en la etapa posterior cuando se introduce el componente cultural español y africano se consolida un sentimiento de unidad. La división política administrativa y la dependencia de los territorios que hoy forman el Estado venezolano con respecto a dos Virreinatos distintos, el de Nueva Granada y Santo Domingo, y la debilidad de las comunicaciones imposibilitaron este sentido de pertenencia a una misma patria (tierra), a una misma nación (cultura). Es innegable el papel político que representó la Capitanía General de Venezuela en 1777 para dar sustentación política a la unidad territorial que hoy conforma el Estado Venezolano. Pero la conformación de una cultura nacional, de una identidad y nacionalidad venezolana no se detuvo allí ni se detendrá puesto que no es un proceso estático.
Ni siquiera el proceso de independencia puede ser explicado como tradicionalmente se hace, buscando solo como primeros antecedentes el movimiento de Chirinos en 1795 o el de Gual y España en 1798, o el de Miranda en 1806, esto es nuevamente demostración de una parcialización, por no decir de racismo, en nuestra percepción histórica. Los primeros antecedentes de nuestra independencia se encuentran en los propios inicios de la colonización, es falso aquello que proclamara Bolívar, cuando desesperado por la quietud conservadora y la indiferencia de las oligarquías, señalara: "trescientos años de calma no Bastan".
Las primeras crónicas y luego los documentos oficiales de la colonia están llenos de evidencias, de manifestaciones de repudio contra la agresión colonial. Desde la resistencia de las etnias de Puerto Flechado, de los Jirajaras y Caquetios, de los negros esclavos de las Minas de Buría, el alzamiento encabezado por Guaicaipuro, entre muchos otros, abundan testimonios oficiales que desde entonces, y hasta hoy día, hacen referencia con tono de subestimación, pero en realidad con mucho temor, a supuestos movimientos minúsculos "de cuatro negros o indios realengos" - según refieren textualmente los documentos- cuando en realidad se trataba de movimientos de carácter regional que abarcaban varias localidades y que hicieron necesario la movilización de un importante contingente de soldados realistas para su extinción, pero que a pesar de los severos castigos, pronto se reproducían.
Insistimos que el concepto de Estado - Nación es relativamente nuevo entre nosotros pero no así el de nacionalidad, entendido como pertenencia e identidad a una historia, una lengua y costumbres comunes. Como es sabido, en la época colonial, el poder político y económico estaba controlado por la población blanca. Los españoles que representaban apenas el 1 % de la población dominaban los más importantes cargos públicos, los blancos criollos, representaban cerca del 20% , eran los principales propietarios del poder económico, tenían solo acceso a los cabildos o poder municipal, pero las grandes mayorías tenían muy poca o ninguna participación en la distribución de la riqueza y en la vida política y eso cambió muy a posteriori de la independencia ya que no solo la participación política, sino la propiedad territorial, la situación de la mano de obra, la esclavitud, el derecho a la educación, la igualdad social, los derechos de la mujer, solo sufrieron algunos avances a finales del siglo XIX y mas propiamente en el siglo XX y en algunas de estas realidades aun se espera hoy por los cambios.
La independía político-militar con respecto a España solos se logró cuando la mayoría entendió que era una nación y por lo tanto el triunfo fue garantizado cuando la independencia se hizo un proyecto colectivo, aunque fueran distinto los interese de los blancos y el de las mayorías pardos, mestizos y negros, aunque sopesaran o fueran impuestos unos interese sobre otros, pero se pensó en país. Igual pasa ahora, la única garantía de lograr la verdadera independencia, la soberanía alimentaria, la independencia económica, la plena libertad política, y lo mas importante la independencia intelectual y cultural, sólo se lograra cuando se convierta en proyecto colectivo, el de las mayorías conscientes, de lo contrario seguiremos atados a la dependencia y a la imposición de los interés de unos sobre los otros.
Fue a través del sincretismo como las culturas dominadas lograron preservar sus manifestaciones, insertándolas en la cultura de sus dominadores y esto se expresó fundamentalmente en las festividades religiosas del catolicismo, léase, la celebración de los días de San Juan, San Antonio, San Pedro, etc., y se convirtieron en la única posibilidad de expresión de esas culturas. Los Diablos de Yare, los Santos Inocentes, la Paradura y secuestro del niño, El Tamunangue, la devoción a los santos negros (San Benito, San Antonio) fueron el escenario fundamental para expresar la cultura y religiosidad que ni las autoridades reales ni religiosa permitían y que solo el ingenio y la creatividad hacían posible. Pero así como esta manifestación de sincretismo representó una defensa a ultranza de las culturas dominadas, también está demostrada históricamente la proyección política que se le dio a las manifestaciones religiosas, por ser estas festividades las únicas en la que se les permitía a mestizos y negros esclavos reunirse, sirviéndose de ellas en más de una oportunidad para realizar movimientos de lucha y liberación. Solamente como ejemplo podemos citar el intento de rebeldía fallido del 24 de junio de 1749, en donde los pobladores de los Valles del Tuy y de Caracas, planificaron bajo el pretexto de la fiesta, una toma armada de estas regiones, con toda seguridad este no fue el primero ni el último de los movimientos que aprovechó los días de celebración religiosa, tanto fue así que desde entonces, y pasando por todo el siglo XIX y las primeras del siglo XX, muchas de estas festividades fueron prohibidas o reguladas. En lugares más alejados, descendientes de indígenas lograron preservar tradiciones como Las Turas, el baile del jojoto, entre otros.
La negación o subestimación de esta realidad por parte de la historia oficial fue, y es ayer y hoy, demostración de una historia parcializada y racista en donde solo ha tenido cabida el protagonismo de la población blanca, ayer y hoy, aborígenes, mestizos, negros, son subestimados, llevados a la categoría de pueblo o masa deforme, manipulable que solo sirve para apoyar los designios de una élite. Hoy, el tema de la identidad nacional está siendo severamente cuestionado por los pretendidos procesos de homogeneización del mundo sustentados en la globalización y la revolución informática. En efecto el cuestionamiento al concepto de identidad es viejo, debido a las dificultades de establecer quienes son los idénticos o quien es más idéntico que otro, y no es menos cierto que desde el punto de vista histórico cuando nos referimos a identidad se pudiera estar cayendo en graves errores. Primero; el no reconocimiento a la diversidad y heterogeneidad cultural, segundo, la desconsideración a las minorías culturales, tercero, asumir como cultura o identidad nacional lo que en realidad fue la imposición y asimilación de una cultura dominante sobre las mayorías, cuarto; erigirse como cultura superior a las otras, es decir, auspiciar movimientos xenófobos y racistas, quinto, formación de enfrentamientos entre identidades que aniquila cualquier posibilidad de integración.
Pero sin desconocer la advertencia a la que nos lleva los planteamientos anteriormente señalados, no es menos cierto que los seres humanos históricamente se agrupan en colectivos. Desde el micro colectivo que es la familia, pasando por el barrio o urbanización, la localidad, la región, la nación, el continente hasta la humanidad es representación de un colectivo, que a pesar de sus diferencias y heterogeneidades de cada uno de los miembros que lo integran existen elementos comunes (fortuitos o intencionados, naturales o creados) que los identifica. La identidad a igual que el amor y el resto de sentimientos humanos son difíciles de precisar, muchas veces contradictorios, pero existen, y es necesario defenderlos. Pero la identidad no es solo un deseo o sentimiento, la identidad se alimenta de la historia, de las costumbres, pero también se alimenta de hechos tangibles como el espacio físico-natural, la dinámica urbanística, el patrimonio arquitectónico, éstos son la albacea de la identidad. En las viejas calles, antiguas casas e iglesias, en las reliquias de una factoría económica se encierra la memoria colectiva de una localidad. Si algo están obligados a preservar, no solamente las autoridades políticas, sino la sociedad en general son sus patrimonios arquitectónicos, porque ellos son la más viva representación de una historia presente, una historia viva. Ella cumple una función pedagógica que es difícil o imposible de lograr solamente a través de la frialdad de los documentos históricos. Para el historiador, pero más importante aún, para el aprendiz de historia de una localidad, es realmente difícil no solo comprender, sino quizás lo más importante, querer, algo sobre lo cual solo tiene referencias escritas.