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Chávez venció limpia y legalmente en las elecciones de 1.998, y los gringos ni un besito le echaron. ¡OH, sublimes y virtuosos gringos tan duchos en amar a los DEMÓCRATAS que vencen en elecciones transparentes y en preocuparse enternecida y locamente por las crisis humanitarias del planeta!
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Luego en el 2.000, Chávez arrasó en una consulta para aprobar la nueva Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, pero los gringos duchos en alabar y ensalzar a los DEMÓCRATAS, a los amantes de las consultas electorales justas y ultra-legales, se hicieron los pendejos y callaron arteramente, no dijeron nada.
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A medida que Chávez iba consolidando su poder, los gringos planificaron su asesinato, y con sus arrastrados de la derecha lanzaron un golpe de estado el 11 de abril de 2002. Inmediatamente los malditos gringos, duchos en amar las DEMOCRACIAS, reconocieron al dictador Pedro Carmona Estanga. ¡BINGO!
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Y pensar que hay imbéciles que odian a Maduro porque los gringos así lo ordenan. Siento el más profundo asco hacia los cobardes y miserables que sienten un inmenso placer atacando a Maduro y al mismo tiempo se niegan en redondo a reconocer la guerra económica, los bloqueos y los planes criminales de esos asesinos, desde 1998, contra la patria.
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¡Yo apoyo a todo aquel que es odiado por los malditos gringos, sin detenerme a considerar por qué este susodicho fulano está siendo odiado por los bestiales y asesinos yanquis! No existe un solo ser humano que sea odiado por los gringos por razones de grandeza, de generosidad o piedad. Los gringos no sienten piedad por nadie. Gringo no se compadece por los males de nadie, y por esa razón han buscado ardorosamente que nos matemos unos a otros en Venezuela. Ellos alcanzarían la gloria si entre nosotros se desatara una guerra civil. Eso llenaría de placer infinito a Marco Rubio y compañía.
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Todo odio yanqui es siempre interesado, y ¡AY DE AQUEL QUE SIENDO SOCIO DE SUS PLANES LLEGA UN DÍA Y DECIDE DARLE LA ESPALDA!: lo pulverizan en el acto. El dictador Rafael Leonidas Trujillo (impuesto por EE UU en República Dominicana) quiso estar por encima de los mandatos gringos y lo ametrallaron de ipso facto; el dictador Marcos Pérez Jiménez (apoyado por EE UU para dar el golpe contra Medina el 18 de octubre de 1945) trató de zafarse de las imposiciones de Ike Eisenhower y lo siquitrallaron el 23 de enero de 1958. Manuel Antonio, Noriega notorio narcotraficante y agente de la CIA, un día repentinamente quiso montar tienda aparte, pues llegaron los gringos e invadieron Panamá y al pobre diablo lo metieron en una cárcel de EE UU hasta que a éste lo destrozó un cáncer.
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Es un hecho históricamente constatado en mil documentos que los gringos desprecian a Bolívar, y que jamás han reconocido a un solo estadista noble latinoamericano. Y ahí está ese PUEBLO gringo, indolente, inculto y borrego, acoplado en medio de todo a sus asesinos gobernantes, que sabe callar, que sabe hacerse el loco con todos sus mandatarios que masacran y destruyen el planeta.
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Por eso, Pinochet, Pastrana, Gaviria, Uribe y Juan Manuel Santos siempre vivieron y han vivido viven cagados (aún en el Infierno) cada vez que los gringos les pasa revista, y por esa misma razón se dejaron meter siete bases en Colombia.
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Por esa razón Macri, Temer, Peña Nieto, Piñera, Lenín Moreno y demás arrastrados han decidido por orden yanqui declararle una guerra atroz a Venezuela.
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El odio de los yanquis siempre tiene precio, se tasa en oro y diamantes, en petróleo y en poderosos recursos naturales. Y los ríos de sangre que dejan a su paso tienen un nombre muy bello: ¡AYUDA HUMANITARIA!
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Por eso, queridos compatriotas, todo el que hoy está contra Maduro de algún modo concuerda con los criminales ataques gringos hacia Venezuela. Nada en este terreno de la lucha política es inocente, tiene nada de patriótico o propio de una acción desinteresada. Si mañana, los gringos llegasen a ser benevolentes con algún mandatario instalado en Miraflores es porque éste es un perrito faldero (tipo Kuczynski, tal cual como Henry Falcón está decidido a imitarlo), un vil cobarde a las órdenes del Departamento de Estado.