Los políticos prácticos, sean profesionales o aficionados, hacen hoy legión en Venezuela. Ellos hablan por doquier, hacen sus diagnósticos y propuestas utilizando su intuición personal, pero sobre todo los conceptos e interpretaciones que se difunden por todos los medios, desde las redes sociales hasta los programas de entrevista de TV. En esa vorágine de opiniones y polémicas, hay los que simplemente se adscriben a una línea de interpretación ya establecida, elaborada por algún "líder de opinión" ("opinadores de oficio", a veces se les dice) o por las direcciones políticas de alguno de los bandos entre los cuales se dirime la disputa pública que suelen hacer sus mítines televisados con gran despliegue de una ritualidad estereotipada: aplausos, celebraciones de chistes bobos, insultos, gritos y consignas. Pero también hay los que intentan esbozar sus propios pareceres, elaborando "teorías" personales. Ahí es donde surgen conceptos y enfoques correspondientes a las distintas capas de nuestra cultura política. Estas se han ido depositando una sobre otra, a veces mezclándose, a veces coexistiendo sin reparar en su potencial contradicción.
Por eso es que, en esas discusiones políticas en que participamos por doquier, podemos encontrar yuxtapuestas, amontonadas en capas superpuestas, sin ninguna coherencia, desde visiones provenientes de la "guerra Fría" de las décadas de los 50 y 60, pasando por la onda neoliberal en polémica con el keynesianismo reinante durante las décadas de los 80 y 90, así como discursos religiosos con una delgada capita de doctrina política, sobre todo entre los fanáticos de lado y lado, y simples catarsis de rabia, frustraciones y resentimientos que a veces adquiere expresiones propias de niñitas de colegio.
Así, uno escucha a algún canoso personaje opinar que el "comunismo" o "la izquierda" tomó el poder en España, para referirse a la destitución de Rajoy y la selección de un representante del PSOE. Evidentemente este opinador tiene su alma en la misma época de aquel "marxista-leninista" que cree en la omnipotencia "científica" del materialismo histórico, hasta llegar a defender las "proezas" de Stalin (lo cual lo ubica en, más o menos, 1948), suponer que la Rusia de Putin está motivada por los mismos objetivos estratégicos de la URSS y que China todavía promueve la formación de la "Guardia Roja" de la tan enmascarada "Revolución Cultural". En otra parte, uno descubre, en las líneas de algún asesor (sobre todo, asesora, o sea, la profesora Curcio) del gobierno, una encendida polémica contra el monetarismo desde posiciones claramente keynesianas, que defienden las ventajas de mantener un elevado déficit fiscal por cuanto un gran gasto público puede ayudar a aumentar el mercado interno con el fin de eventualmente reanimar el aparato productivo o al menos paliar el hambre de las muchedumbres con una "política social"; mientras, por otro lado, se defienden las bondades del "libre mercado" en un mundo donde no hay tal cosa y en donde, sobre todo, el nuevo proteccionismo norteamericano está en el centro de las tempestades los enfrentamientos comerciales entre China y Europa, por un lado y, por el otro, los Estados Unidos de Trump, con políticas que incluyen, no sólo el proteccionismo, sino incluso la revisión de los tratados de libre comercio que fueron la bandera principal del neoliberalismo triunfante de los 90.
No se trata únicamente de una lamentable desactualización intelectual, contrastante con la avalancha de informaciones, garantizada por todos los medios disponibles hoy. Se trata de una osificación del pensamiento. Las categorías, conceptos, explicaciones que se siguen usando hoy, han envejecido, se han hecho rígidos, se han empobrecido y, finalmente, se han hecho completamente inservibles. Claro que hay una crisis económica bestial, así como otra social y cultural. Pero la peor crisis que vivimos hoy es la del pensamiento, porque percibimos que nadie sabe en realidad qué está pasando, por qué está pasando y, en consecuencia, no se sabe realmente qué hacer. Hemos dicho que "nadie sabe qué hacer": esa es la peor crisis.
Por supuesto que los intereses inmediatos de los agentes políticos obstaculizan el pensamiento. Además, hay asesores, de lado y lado, a quienes no les interesa hacer una verdadera revisión conceptual. Ni a los asesores norteamericanos de la oposición de derecha, ni a los asesores cubanos, españoles y criollitos del gobierno, les interesa mucho actualizar sus propios pensamientos. Sus empleadores, por su parte, les resulta mejor seguir pensando mediante consignas y slogans como "imperialismo", "liberación nacional" y hasta "guerra económica" que, además, funcionan como verdaderos chantajes ideológicos en los "pegagritos" y pegaafiches" que llegan a ser hoy hasta ministros.
Vale todo este ya extenso comentario a propósito de un tema que me parece de gran relevancia que es la caracterización del sistema de dominación hoy vigente en Venezuela. Mariclen Steling introdujo una especie de travesura conceptual con el solecismo de la "hiperanomia" para referirse a algo así como la desintegración social resultado directo de la violación sistemática de las reglas mínimas de convivencia en las instituciones y, más grave, en la vida social cotidiana.
Veámoslo a propósito de uno de los ámbitos claves que puede explicar casi todo lo demás. Me refiero al estado venezolano. No sólo se trata de que es un estado demasiado grande, paquidérmico, frondoso en burocracia que parece reproducirse monstruosamente como el tejido canceroso; sino de que la vieja ineficiencia estatal, ligada culturalmente a la tradicional resistencia venezolana a la formalidad (esencial para cualquier estructura administrativa), ha devenido en total parálisis, ineficiencia, descontrol y, finalmente, ausencia del estado.
Esto último puede sonar paradójico, pero es evidente: ¿cómo es posible que un estado pueda desaparecer justo porque ha crecido demasiado porque pretendía controlar tantas cosas como los precios, la distribución de los productos de primera necesidad, las medicinas, la asignación de las pocas divisas que entran por concepto del casi único producto de exportación que tenemos, y hasta aspectos tan vitales y elementales como el cuido de las fronteras, como señala atinadamente Luís Britto García? Con esta paradójica inexistencia del estado se explican muchas cosas en la economía. Por ejemplo, esa "guerra de todos contra todos" (Luís Salas acuñó la frase a propósito del remarcaje de precios en Venezuela, no se trata de Hobbes) en que terminó la presunta "guerra económica", comodín propagandístico que le sirve al gobierno para quitarse cualquier responsabilidad en la hiperinflación, la devaluación bestial de la moneda, la escasez, etc., todo lo que ocurre y sufrimos, y le sirve a los militantes fervorosos (los Jobs militantes a los que me referí en anterior artículo) para darle un objetivo aceptable a una fe irracional, para la furia y la desesperación propias de la hiperinflación y crisis generalizada de la cotidianidad (transporte, servicios públicos, salud, y un largo etc.).
A esta desaparición, digamos que administrativa, del estado, se agrega, como otro factor destructivo, la suspensión de toda institucionalidad estatal, con la instauración de una dictadura supraconstitucional, disimulada bajo el nombre de "Asamblea Nacional Constituyente". Ha ocurrido en Venezuela un caso de laboratorio donde la deslegitimación de todo el estado se ha dado porque, ni la cúpula que controla las fuerzas armadas y las empresas del estado, ni el grupito que ha comandado la oposición a través de una ya larga sucesión de derrotas, han tenido confianza en el cumplimiento de las instituciones previstas por la Constitución; los primeros porque sólo las utilizaron en función de sus intereses inmediatos como parcialidad política, los segundos, porque nunca aceptaron la Constitución de 1999, siempre la vieron como un traje "a la medida" del despotismo.
Pero entonces, si esto es así, si la institucionalidad está en suspenso y el estado ya no controla nada, paralizado por su propia ineficiencia, ¿cómo sigue existiendo una entidad llamada Venezuela? La respuesta es complicada, pero podemos resumirla diciendo que hay un sistema de dominación, justificada con una ideología que, como cualquier otra, encubre y mitifica, engaña y manipula sistemáticamente, reforzada por el control sobre la distribución de los productos de primera necesidad, la principal industria del país y el paroxismo del tradicional clientelismo político, reforzado por una maquinaria donde ya no hay fronteras entre el Partido, el Estado y el Gobierno. Este sistema de dominación es la culminación del rentismo o, mejor, el extractivismo, ese modo de acumulación de capital (Oly Millán la llama, apropiadamente, extracción mafiosa de la renta) que se basa en la extracción de abundantes recursos naturales, valorizados en el mercado mundial, sin propuestas industrializadoras, mucho menos de independencia económica, porque requiere de capital transnacional, debidamente asociada con las empresas en manos de los militares, para seguir extrayendo petróleo y minerales.
Ese modelo de dominación es funcional a los intereses geopolíticos de potencias que hoy se disputan los mercados en el sistema mundo capitalista, en un momento postneoliberal, donde cada potencia se la juega en el plano monetario, comercial, industrial, hasta llegar a lo militar y, eventualmente, el político. Algunos intelectuales "orgánicos" del gobierno han indicado que es bueno aprovechar las pugnas interimperialistas entre China, Rusia y Estados Unidos, además de otros actores como Irán y la India, para continuar en el poder. La cuestión es la naturaleza de ese poder, de ese sistema de dominación que hoy reina en el país, y cuidado si no se extiende en el tiempo hasta convertirnos en un fantasma de lo que alguna fue Venezuela.