Nunca la degradación de un gobierno había sido tan contundente como ahora.
En la conducta de los gobernantes hay extremos imposibles de ignorar. Retrocesos capaces de aplastar no solo la dignidad de las personas sino también su integridad física y moral. Actos de tal magnitud como para despertar todas las alarmas, en especial si son cometidos por quienes están supuestos a administrar con ética y transparencia los bienes del Estado. El ejemplo más ilustrativo de tales desmanes está ahí, en Guatemala, y a la vista del mundo.
Alguna vez creí haber visto los extremos de la perversidad en los círculos del poder. Pero lo sucedido antes y durante la erupción del Volcán de Fuego la semana pasada ha sobrepasado todo lo imaginable. Las hordas gubernamentales no tardaron en organizarse, pero no para alertar a la población en riesgo, sino para apoderarse del flujo de ayuda recolectada por la ciudadanía y fingir, por medio de actos indignos de seres humanos, que esta provenía del gobierno. No contentos con esa farsa, algunos alcaldes han asumido un poder ilegítimo para prohibir la entrega directa de víveres y otros insumos a la población damnificada, obligando a los donantes a depositarlos en sus bodegas, quizá con el propósito de utilizarla a su favor en alguna próxima campaña electoral.
Pero lo más aberrante ha sido la actitud de las autoridades en su trato a la población infantil guatemalteca refugiada; son niños y niñas que lo han perdido todo. Son las víctimas de siempre, la infancia desprotegida por pobre, indígena y campesina. Tengo en la memoria la inconcebible imagen de la repartición de bananos y la marca con tinta en la frente de esos niños para que no osaran pedir otro. ¿Es acaso la instauración del Último Reich en Guatemala? ¿Coinciden estas atrocidades con las perversas intenciones del congreso, cuyo propósito es marginar legalmente toda diversidad sexual mediante oscuros pactos en medio del caos? ¿Es parte del nuevo régimen dictatorial legislar para eliminar las penas por crímenes de lesa humanidad? ¿Con qué autoridad esas pandillas arremeten contra los pequeños avances alcanzados en la búsqueda de una sociedad justa e igualitaria?
En medio del dolor y la rabia es imposible pasar por alto que un funcionario aparentemente no identificado tuvo el gesto de alertar a primeras horas de la mañana del domingo a la gerencia de un exclusivo club de golf porque ahí se hospedaban personas importantes. Evacuaron las instalaciones del club a las 10 de la mañana. Todos se salvaron. Mientras tanto, la Comisión para la Prevención de Desastres emitía un comunicado afirmando que no era necesaria la evacuación. ¿Acaso otra estrategia contra la población indígena? Cientos de víctimas fatales merecen ahora investigación, justicia y reparación por parte de un gobierno que les negó el derecho de tener una oportunidad de sobrevivir, aunque fuera mínima.
Viví el terremoto de 1976 y vi con mis propios ojos cómo el glorioso ejército se apropiaba de la ayuda internacional. Carpas de lujo, hospitales de campaña, mantas, víveres, ropa, medicinas… Cuando se firmaron los Acuerdos de Paz pensé que jamás volvería a suceder semejante despojo pero he aquí la historia repetida con calculada maldad, solo que en esta ocasión con mayor desparpajo, si eso es posible. Médicos voluntarios clamando por medicinas porque las autoridades las embodegaron y no les permite el acceso a ellas. Rostros de cientos de ciudadanos solidarios marcados por la impotencia y el cansancio, siempre prestos a ofrecer lo poco que tienen para salvar la vida de otros, quedarán como imagen imborrable en nuestra memoria.
¿Es Guatemala un ensayo en probeta para repetir los desmanes del nazismo?