El reto del debate

Días enteros dedican los grandes medios de comunicación a publicitar el reto de Rosales al Presidente Chávez para realizar un debate público. El debate en política es un arma importante no sólo para medir conocimientos, balance de obras, propuestas, sino también la inclinación de la audiencia, es decir, es como una elección sin necesidad de votar. Es como el diálogo que siempre resultará un recurso para buscar acuerdos negociados a una determinada situación de conflicto. Pero ni el debate ni el diálogo son fruto de una voluntad del corazón, sino de lo que una realidad le dicta a la conciencia. Para mejor decir: tanto el debate como el diálogo dependen de una situación concreta, de circunstancias específicas que lo justifiquen y hasta lo obliguen a realizarse o rechazarse.
La pauta primaria para un debate o un diálogo está fundamentada en un elemento esencial: el bando que lleve la ofensiva, el que concentre la mayor correlación de fuerzas, el que tenga aire de vencedor. Es cierto que un debate sería siempre conveniente a la hora de un proceso electoral para que el pueblo, mirando o escuchando juntos pero no revueltos a los candidatos, se haga una idea sobre las respuestas  de cada uno en torno a los problemas esenciales de la nación. Pero un debate se produce dentro de determinadas condiciones –esencialmente- de objetividad más que de subjetividad. Los ejemplos así lo ilustran. Vayamos a los últimos realizados en América Latina dentro de las campañas electorales.
Los candidatos López Obrador (México) y Daniel Ortega (Nicaragua) se negaron a asistir al debate alegando sus puntos de vista subjetivos dando la espalda a la objetividad de, esencialmente, la correlación de fuerzas. Creyeron que estaban arrasando y no necesitaban poner en juego su supuesto triunfo en un debate que consideraron favorecería a su adversario más cercano por la publicidad que concentraría de los medios de comunicación enemigos. Aun, cuando en el caso de López Obrador fue demasiado evidente el fraude a favor de Felipe Calderón, el primero cerró los ojos y se tapó los oídos para no ver ni escuchar las multitudes que también concentraban los candidatos del PAN y del PRI, lo que le obligaba ir al debate para ganar espacio en la opinión pública, ya que en México no existe segunda vuelta. En el caso de Daniel Ortega, éste no ha querido aceptar que no uno sino, por lo menos, dos candidatos adversos atraen población votante, lo cual le hará muy difícil ser el vencedor en la primera vuelta con más del 50% de los votantes. Ha debido ir al debate y, por lo menos, despertar simpatía en sectores que serán perdedores en la primera vuelta con la posibilidad de atraerlos hacia su candidatura para la segunda vuelta.
En el caso de Ecuador el candidato Correa hizo bien en aceptar ir a los debates, porque varios candidatos adversos llenaban plazas públicas como él, lo cual vislumbraba que no era posible obtener el triunfo por encima del 50% en la primera vuelta. Además hubo el fenómeno del hermano de Lucio Gutiérrez que sin campaña llegó cerca de los dos primeros, donde ninguno alcanzó ni siquiera el 30% de la votación. Fue una elección, independiente de los elementos de fraude, muy apretada, donde los dos candidatos que pasaron a la segunda vuelta necesitan del voto, por lo menos, de los que ocuparon el tercero y cuarto lugares. Siendo objetivo: Correa no tiene vida, porque casi todos los candidatos perdedores darán su respaldo al de la derecha. Si Correa se hubiese negado a debatir, tal vez, hasta hubiera llegado de tercero o demasiado apretado disputándose el segundo.
En el caso de Brasil, sólo Lula y sus más íntimos colaboradores creían que iban a ganar en la primera vuelta con más del 50% de los votos. La objetividad decía otra cosa y así lo demostró la realidad. Lula ha tenido que confrontar sus ideas en varios debates públicos y ha ganado espacio frente al candidato de la derecha. Sin duda, no hay que ser adivino, para afirmar que vencerá en la segunda vuelta –o ya será vencedor antes de salir a la luz pública este artículo-, pero su gobierno no romperá ningún lazo importante con el capital ni criollo ni foráneo. Difícilmente el Partido de los Trabajadores vuelva a ganar una elección presidencial después del desgaste y pérdida de credibilidad del gobierno de Lula en su segundo mandato, sencillamente porque no gobernará para los trabajadores.
En el caso de Venezuela no están dadas las condiciones objetivas para un debate entre el retador y el Presidente de la República , candidato a la reelección. ¿Por qué?: Todas las encuestas, como la misma realidad, indican que Chávez lleva más de un 20% de ventaja sobre Rosales, porque los demás candidatos no tienen ni siquiera la mínima esperanza de cobrar placé. Las obras ejecutadas por el gobierno de Chávez hablan a su favor, aunque la oposición se empeñe en negarlo. Los mismos críticos del imperio están plenamente convencidos que no existe posibilidad alguna que Rosales gane la Presidencia de la República , y están convencidos que Chávez saldrá triunfante. En esas circunstancias un debate en nada favorece a Chávez sino a Rosales. La táctica del primero en negarse a realizarlo es la correcta, porque la mayoría del pueblo no aprueba que se produzca.


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Freddy Yépez


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