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Aunque soy un perro callejero, advierto que sobre todo me defino como un cuantificador y sopesador de los aconteceres a mí alrededor, y en tal sentido lo que voy a referir tiene un profundo sentido crítico y filosófico, digno de ser analizado por los señores opositores, para que entonces saquen conclusiones a la luz de la nueva realidad que estamos viviendo.
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Con o sin pulgas, les digo que vi en el Mukumbarila una verdadera ola de guarimberos que venía de los sectores más "aguerridos" de Las Américas, donde por meses llenaron avenidas y calles con el horror de quemas, sangre, trabuzacos y trancas espantosas. Gritaban estos guarimberos: "¡Queremos el Carnet de la Patria!", "¡Queremos el Carnet de la Patria!", "¡Queremos el Carnet de la Patria!", "¡Queremos el Carnet de la Patria!"
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Yo, como simple perro callejero de la ciudad de Mérida, que va por allí, andando sin parar pero seguro de sus pasos, esquivando motos y ciclistas, busetas y gandolas, y otros animalejos esperpénticos de acero, me pregunto, si acaso los humanos, el común de los ciudadanos que también iban por la calle en aquellos días mayo de 2014, en medio de ese torrente anónimo de seres que llevaban cajas o bolsas de comida, que iban con sus niños para visitar a algún familiar con problemas o apurados para conseguir una cita con un médico, se enteraron, digo, lo que yo vi un día durante las guarimbas, cuando unos tipos encapuchados con armas en la cintura quemaron una ambulancia, en el momento en que ésta se disponía, estacionada cerca de la Terminal de Pasajeros, recoger a una señora enferma de cáncer.
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Como perro callejero, me detuve un largo rato a ver arder la ambulancia sin que nadie de los alrededores se atreviera hacer algo, no ya por la ambulancia que ardió en minutos como una tea, sino por la enferma que quedó tendida en una acera en una camilla esperando por la caridad de los mismos que cerraban la avenida. Escuche más bien de éstos, gritos de victoria, que muchos de estos jóvenes bien vestidos, aplaudían y celebraban contemplando la descomunal hoguera sin reparar en nada en la enferma.
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Largo rato estuvo allí la pobre señora, en medio de una desolación infinita. Los paramédicos de la ambulancia que habían podido traspasar muchas "barricadas" para llegar hasta allí, porque los familiares de la enferma despejaron algunos recovecos, ahora estaban atrapados en un infierno, en medio de hierros retorcidos, aceite quemado regado por la calle, enormes promontorios de basura, escombros y alambres de púas que cruzaban de un extremo al otro de la vía, facilitados por varias ferreterías opositoras al gobierno.
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La enferma venía siendo asistida en el Seguro Social, a unas tres cuadras más arriba, cumpliendo con un tratamiento de quimioterapia. En la camilla, ahora ella estaba cubierta con una sábana blanca sobre un montículo de tierra, arbustos y basuras, cuando se oyeron estallidos de morteros muy fuertes, y el ruido de sirenas, probablemente de la guardia nacional o de la policía. Hay que decir que estas sirenas aumentaba el ardor de los guarimberos quienes de inmediato buscaban posiciones bien guarnecidas para echar plomo y procurarles los mayores daños posibles a las llamadas fuerzas del orden. Esto evidenciaba que nadie podría sacar de allí a la enferma que yacía enteramente sola en medio del infierno desatado.
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En dos horas de guerra campal, en medio de bombas lacrimógenas y cauchos quemados, sólo yo agazapado en una manigua, cerca de la enferma esperaba que ocurriera un milagro. Los paramédicos huyeron y a la enferma la recogieron sus familiares para refugiarla en el sótano del estacionamiento de un centro comercial. Pude enterarme que la pobre murió a la semana siguiente.
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Me retiré de allí asustado porque a muchos de mis hermanos perrunos esa misma gente los roció con gasoil y luego les prendió fuego. Dos parientes míos del sector Santa Rosa se salvaron milagrosamente, aunque siguen por allí cojos y con el pelo enmarañado con pegostes de grasa y aceite.
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Hoy me he echado a ver una reunión en esa misma urbanización, a la que asisten un grupo de los mismos guarimberos que cerraron ese sector durante cuatro meses en el año 2014, y durante tres meses el 2017 en los que gritaban todos los días que de allí nadie los sacaría sino muertos. Están en el Mukumbarila sacándose todos el Carnet de la Patria y anotándose para recibir las cajas de CLAP, y… no dejé de preguntarme una y mil veces que habría sido de Venezuela si todos estos locos hubiesen logrado su propósito de derrocar el gobierno chavista. En qué manos nos encontraríamos hoy, Ave María Purísima. ¡Qué desvergüenza y qué desastre, Dios mío! No se acordaban ahora todos esos guarimberos allí fresquecitos y muy santicos, hasta alegres, de nada de aquellos crímenes espantosos, y en verdad que hubiese querido ser humano para decirles: ¡Coño!, ustedes aquí tan frescos, ¿pero no se acuerdan de la señora enferma de cáncer que mataron allí frente a la Terminal?
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Recuerdo tantas cosas de aquellos días, también cuando unos hijos de papi incendiaron una unidad antimotines conocida como "la grilla" e igualmente dejaron heridos a siete funcionarios de la policía del estado, de los cuales tres fueron por armas de fuego. Los de este incendio eran unos diez encapuchados que pude escuchar estaban apoyados por paramilitares colombianos especialmente llegados de San Cristóbal, y matan porque están apoyados por el Departamento de Estado. ¿Estarán entre estos asesinos y sus cómplices lo que ahora se están sacando el Carnet de la Patria? ¿Estarían allí en Mukumbarila los que cercaron al oficial José Eduardo Mora, de 27 años de edad, quien fue herido con un arma de fuego, cuya bala se alojó en el arco orbital izquierdo, lesión que acarreó pérdida total de su globo ocular? ¿Estarán allí los que le dispararon a Pedro Mora, jefe supervisor, funcionario de de 44 años, quien recibió un balazo de entrada y salida, resultando con fractura del húmero izquierdo, quien también tenía una esquirla alojada en el pectoral izquierdo?
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Mi rutina diaria. Son las 9:10 am: desde el centro hacia el sur. Veo a la gente va silenciosa, unos consultan sus celulares y otros llevan audífonos con su música personal, pero percibo un denso silencio en las personas, quizá todos estén pensando en la guerra que nos quieren montar desde fuera.
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Veo que en el negocio de los chinos de La Pedregosa no hay cola porque ayer los propios dueños vaciaron los estantes. En cambio, hoy viernes, hay cola para entrar en el motel de la esquina.
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Cuando paso por el Cementerio La Inmaculada la gente automáticamente se persigna, y mira con respeto reverencial el terreno donde algún día a muchos de ellos les tocará descansar en paz.
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Por los alrededores hay vendedores de flores, lo único material que se le puede llevar a los muertos. Claro, hay jóvenes que compran ramos a sus novias, y que bueno es ver a los jóvenes consortes. Lo cual reconforta. El día está esplendoroso, y se avecina un calor bien sabanero.
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Tomo hacia la Avenida Andrés Bello y me encuentro con un gran congestionamiento de personas haciendo cola para entrar al Banco de Venezuela. Muchos buscan desesperados efectivo para venderse a las lacras colombianas; Qué vida la de esta gente. Gente que nunca había visto un dólar ahora negociándolos a través de comercios para vender su alma, y así hundir nuestra economía. Toda una gran tragedia.
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Nuestra única salvación posible está en la conciencia, lo digo yo que soy un simple PERRO CALLEJERO...
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O sea…