Unos pocos, muy pocos, “lectores” han despotricado contra mi artículo “¡Muerte a los pensionados!”. No les voy a responder a ellos, pero considero mi deber plantear un par de cosas al respecto, sobre todo después de que alguien me informó que el debate sobre ese artículo era tendencia en Twitter. No sé si es cierto, no soy ni seré usuario de esa plataforma digital, pero por si acaso, aquí voy.
El problema no es el contenido de mi texto, no es a eso a lo que me voy a referir, rara vez me pongo a defender lo que escribo. Mi teoría es: cada quien que dé su opinión y que los lectores, que en su mayoría son gente adulta, se formen su propio criterio. No quiero convencer a nadie sino decir lo que pienso, que es acaso lo único público que suelo hacer en la vida. Lo que me preocupa es que haya gente tan incapacitada para leer.
Los pocos que despotrican contra mi artículo pueden ser considerados en dos categorías: escuálidos ignorantes y chavistas inmamables. Los primeros me encaran porque soy chavista, los segundos porque yo sería una especie de traidor, enemigo de los viejos y del Gobierno. Una señora escuálida me escribió tratando de regañarme por supuestamente meterme con los viejos, creyendo que lo hacía por ser una persona joven. Le respondí amablemente que en dos meses cumplo 71 años y le transcribí una frase genial y sarcástica del gran Groucho Marx: “Encuentro a la televisión muy educativa. Cada vez que alguien la enciende, me voy a otra habitación a leer un libro”. Le sugerí que usara ese método, a ver si algún día aprende a leer. También le asomé la idea de que leer no es entender las palabras escritas, sino descifrar su contenido intrínseco, a veces escudriñando el texto en sus complejas interioridades, a veces leyendo entre líneas. Son el tipo de cosas que solo se aprende leyendo, haciendo ejercicios para desarrollar el músculo nervioso que es el cerebro.
Sarcasmo, esa es la cuestión. El sarcasmo arrastra varias definiciones, acaso la más pobre e incompleta es la que acerca el diccionario de la RAE. A mí me conforma, con todo y la limitación propia de las definiciones, la siguiente, de origen enciclopédico: “El sarcasmo es una burla mordaz con la que se pretende dar a entender lo contrario o manifestar desagrado. El término también se refiere a la figura retórica que consiste en emplear esta especie de ironía”. Por ahí más o menos va la cosa.
El sarcasmo es el estilo retórico que utilicé en el referido artículo, que es una defensa dura de los sagrados derechos de los pensionados. Me gustaría haber sido digno de lo asentado en otra definición, esta atribuida a Oscar Wilde: “Sarcasmo: la forma más baja de humor pero la más alta expresión de ingenio”. También haber sido digno de cierto tipo de personas que tengo en alto nicho en mi templo personal: los artistas. Muchos de ellos han utilizado el sarcasmo, desde hace siglos, como una de sus herramientas para hacerse sentir.
Para ofrecer un ejemplo práctico, sarcasmo es estampar, para referirse a Julio Borges, la frase “ese honorable ciudadano”. Claro, el sarcasmo puede ser un problema para gente de entendimiento corto, pues te tienta a pensar, que es una de las actividades más complejas que pueda existir. Fíjense en esta perla de Voltaire: “Está prohibido matar; por lo tanto todos los asesinos son castigados a menos que maten en grandes cantidades y al sonido de las trompetas”. Y esta otra, de un genio llamado Mark Twain: “No fui al funeral, pero envié una carta diciendo que lo aprobaba”.
Otro problema del sarcasmo es que trastoca el sentido literal del lenguaje, y eso no todo el mundo puede descifrarlo. Tuve un amigo, lamentablemente fallecido, el actor venezolano Raúl Medina, a quien cada vez que me lo encontraba le decía “¡Te odio!”, siendo que lo quería tanto (y él, que era un hombre muy inteligente, reía de buena gana).
En mi opinión, el sarcasmo es algo altamente positivo. El periodista Lindsay Holmes, del Huffington Post, refiere que “Según un estudio reciente, es posible que las personas sarcásticas sean más ingeniosas. Los participantes de la investigación que hicieron comentarios sarcásticos -al igual que los que recibieron esos comentarios- obtuvieron mejores resultados en los test de creatividad. De esta forma, el sarcasmo podría impulsar el pensamiento abstracto”. Y de acuerdo a una investigación publicada en la revista Smithsonian, “el cerebro tiene que hacer un sobreesfuerzo para procesar los comentarios sarcásticos, lo que puede traducirse en la obtención de una mejor capacidad para la resolución de problemas”.
Pero resulta que el sarcasmo tiene también que ver con la tendencia política. Un trabajo realizado con universitarios estadounidenses, citado igualmente por Lindsay Holmes, llegó a la conclusión de que el 56% de los participantes de los estados del norte de Estados Unidos concebían el sarcasmo como algo divertido, mientras que solo un 35% de los participantes de los estados sureños lo consideraban de este modo. Como se sabe, los estados del sur suelen ser los más conservadores de Estados Unidos. Ahora le será más fácil entender al lector por qué los escuálidos suele andar de tan buen humor: ¡hablando de sarcasmo!
En fin, ahora quizá se pueda discernir por qué algunos tuvieron tanta dificultad para entender el contenido de mi artículo en cuestión o desenmarañarlo del ovillo sarcástico. A ellos les regalo esta frase de George Bernard Show: “Me gustaría tomarte en serio, pero hacerlo sería ofender tu inteligencia”. Y si me encontrara a alguno en persona, quizá esta otra de Groucho Marx: “No suelo olvidar una cara, pero con la de usted haré una excepción”.