Ya, hemos recorrido un largo camino que ha cansado nuestros pies y, es lamentable desde ciertas perspectivas seguir manteniendo una conducta permisiva, ante las maniobras populistas de nuestro y amado presidente, Nicolás Maduro Moros para mantenerse en el poder. La democracia es un estado de derecho en todos los venezolanos y, cada día se hace más difícil recuperarla. Primeramente, porque algunos dirigentes quieren poner lineamientos encima de la ley y por otra, una tensión permanente.
Nuestra democracia es producto de una larga lucha que, tiene más de un siglo que le importa a un colectivo que jamás ha querido estar sometido a un grupo encaramado al poder, que, ahora quiere desconocer los derechos constitucionales, civiles, jurídicos y políticos dados por el comandante, Hugo Chávez Frías, es decir, vivir en una verdadera democracia con plenos derechos para preservarla.
Buena parte de nuestra historia política, tanto en el Siglo XIX como en el XX, hemos vivido los venezolanos sometidos a gobiernos despóticos y personalistas, que han dejado a su paso dolor y luto, pues la violencia desatada por esos regímenes, ha tenido, además, un costo en vidas humanas y consiguiente dolor y luto.
La democracia reconquistada 1958, luego de las dictaduras de Juan Vicente Gómez y Marcos Evangelista Pérez Jiménez, ha costado una cuota elevada de vidas humanas y una sacrificada lucha de los hombres y mujeres por vivir en un régimen de libertades, pero no basta haber reconquistado el vivir en libertad, sino que hay que preservarlo, con la misma determinación con que se lo reconquistó.
La garantía para vivir en democracia es el cumplimiento estricto de las leyes por gobernantes y gobernados, a partir de la Constitución y leyes inferiores, un régimen de división e independencia de poderes y, en especial, una justicia que garantice los derechos ciudadanos ante cualquier agresión, en especial de los que detentan el poder.
De nuevo, las masas han de ser arrastradas por el discurso inflamado de patriotismo y, que sepamos diferenciar una diplomacia de Estado, la salud moral del pueblo es esencial, donde debemos actuar con sentido critico y prudencia. Hay que dejar el miedo atrás.
El presidente Maduro ha sido engañado e ignora hacia donde va nuestro café, cacao y gasolina. Aunque hable mal de Colombia. Ignora, por ejemplo, ¿Que desde hace décadas hay productores y empresarios venezolanos que con gran esfuerzo mantienen café de alta calidad en los altos de Boconó y Biscucuy? ¿Ignora que hay café venezolano de exportación premiado en concursos internacionales y el presidente Bill Jefferson Clinton, lo ha probado en las Ferias del tinto en Colombia?
Debemos tostar café de altura, la tacita que marca la diferencia.
Pero, el asunto no es solo café. Siguiendo muy de cerca la situación venezolana, convirtiéndose de hecho en el vocero oficioso de Washington y de sus multinacionales petroleras, Almagro viajó recientemente a Colombia, desde donde pidió, con el mayor descaro y violando todos los protocolos diplomáticos, la opción militar para acabar con la Revolución Bolivariana. "En cuanto a intervención militar para derrocar a Nicolás Maduro, creo que no debemos descartar ninguna opción". Según su decir, dado que las múltiples reuniones elucubradas por él desde la OEA pidiendo sanciones contra Venezuela, o abiertamente su expulsión de ese organismo regional, no dieron los resultados esperados, ahora "el tiempo se agotó".
Hay, muchos intereses por romper el hilo democrático del país.
Decir "intervención militar" es decir invasión de fuerzas extra nacionales capitaneadas por Estados Unidos, que tiene preparada esta opción como un recurso final para recuperar esas cuantiosas reservas petroleras, nacionalizadas y manejadas por un Estado con compromiso social. De ahí la cantidad de bases militares con alta tecnología bélica, todas norteamericanas, que atenazan a Venezuela (7 en Colombia, 1 en Curazao, 2 en Honduras), más el posible accionar de ejércitos nacionales de algunos países latinoamericanos bajo el manto de la OEA, todos bajo el liderazgo militar de Washington.
¿Qué tiempo se agotó?, podríamos preguntarnos. ¿La paciencia de la Casa Blanca será?, la cual probó numerosísimas variantes para desplazar al Gobierno venezolano —ayer con Hugo Chávez, hoy con Nicolás Maduro—, siendo que ninguna de ellas le resultó. Ni golpes de Estado, paros patronales, guarimbas, sabotajes, mercado negro, hiperinflación inducida, desabastecimiento, provocaciones varias, pudieron torcer el rumbo del proyecto nacionalista que hace ya cerca de dos décadas se desarrolla en Venezuela. La intervención militar foránea se ve ahora como, quizá, la única opción posible para detener el proceso político en curso.
Hay períodos históricos en que se vuelve más difícil para la izquierda lograr imponer la hegemonía de su proyecto. En las dictaduras, por ejemplo, cuando las condiciones de organización y movilización del movimiento popular se vuelven muy difíciles. Los gobiernos de bienestar social lograron cautivar a amplios sectores populares, al atender una parte significativa de sus reivindicaciones.
Los gobiernos neoliberales, en su primera fase, lograron cautivar a una parte importante de la población con sus promesas de recuperar las economías, con políticas de ajuste fiscal. Esas promesas se agotaron. Cuando resurgen gobiernos neoliberales —como en los casos de Argentina y de Brasil—, éstos pierden esa capacidad de captar la simpatía y el apoyo de partes importantes de la población. Por ello, mantienen, hasta donde pueden, el diagnóstico de que los problemas de la economía se deben a los problemas heredados de los gobiernos que tildan de "populistas", con sus gastos supuestamente excesivos de recursos públicos. A ese argumento suman los de la corrupción que atribuyen a esos gobiernos.
Pero, aun si, esos gobiernos perdieron la capacidad de conquistar mentes y corazones, como habían tenido en décadas anteriores. No hay comparación entre señuelo de la política de paridad de Menem con las promesas de Macri. Ni entre las políticas neoliberales de Cardoso y las de Temer. El de Temer se desplomó antes, pero el de Macri también pierde rápidamente apoyos.
No hay situación más favorable para la izquierda. Se vive, aun con limitaciones (más todavía en Brasil), un sistema democrático, con disputa electoral, pero a la vez con gobiernos con programas profundamente antipopulares, que acumulan recesión y desempleo masivo. Las condiciones son inmejorables si la izquierda logra resolver sus problemas internos.
El ataque, contra Elias Jaua Milano debe cesar por las huestes oscuras que bordean el gobierno bolivariano del presidente, Nicolás Maduro Moros. Los alacranes, despedazan el partido Psuv imponiendo sus propias reglas.
Esa lucha requiere, ante todo, un programa netamente antineoliberal, con acento en la recuperación del desarrollo económico, con políticas de inclusión social, priorizando un plan emergente para la lucha en contra del desempleo. Requiere, asimismo, unidad entre las fuerzas populares, con un liderazgo claro, que exprese la confianza del pueblo en aquellos que lideraron los gobiernos que garantizaron y extendieron sus intereses. Necesita también incorporar temas que no fueron abordados antes o no de forma suficiente, como la democratización de los medios, la democratización del Poder Judicial, la reforma tributaria, la reforma bancaria.
Pero nada de eso tendrá efecto y la izquierda no estará a la altura de las posibilidades actuales si no hay un verdadero espíritu de unidad, de conciencia de la lucha en contra del modelo neoliberal, que es el objetivo fundamental de la izquierda y del campo popular, y que a ese objetivo debe estar sometido todo el resto. Ambiciones personales, competencia entre liderazgos, rencores, tienen que ser dejados a un lado para que la fuerza potencial de la izquierda se vuelva realidad, mediante un liderazgo que unifique toda la lucha. Si no es el líder tradicional, por una u otra razón, tiene que ser otro, pero que represente toda la fuerza unificada del pueblo.