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El fascismo de izquierda nos arropa, después de adormecido Chávez Frías

El historiador e hispanista Stanley Payne, tan bien conocido entre nosotros, acaba de escribir que la interpretación del fascismo "es posiblemente el problema de análisis político más difícil y enojoso en la historia de la Europa del siglo XX" (Revista de libros, febrero 08). Y dice Payne que el "debate sobre el fascismo" ha sido especialmente intenso durante el último tercio del siglo XX. Hace también sólo un par de semanas The New York Times se hacía eco de la aparición del libro de Jonah Goldberg Liberal Fascism en el que, seguramente para sorpresa de muchos izquierdistas de por aquí, se estudia la "historia secreta de la izquierda americana" y sus conexiones con el movimiento fundado por Mussolini. Advirtamos que, en lenguaje político americano, liberal significa, precisamente todo lo contrario que en Europa y que la mejor traducción del título del libro de Goldberg sería "fascismo de izquierda". Este autor critica la práctica, tan extendida en la izquierda americana como también en la nuestra, de motejar de "fascistas" a las posiciones de la derecha, como fácil recurso dialéctico para desacreditarlas. Se ve que en todas partes cuecen habas. Pero lo más notable y curioso es la conclusión a la que llega: El fascismo no es en absoluto una idea conservadora y de la derecha, sino que -según él- ha sido siempre y aún lo es hoy una concepción de izquierda, "aunque los mismos izquierdistas no se hayan enterado".

La tesis de Goldberg no es tan descabellada si atendemos a los orígenes del fascismo. Mussolini procedía del socialismo, el partido de Hitler se llamaba "nacional-socialista", ambos jugaron cuanto pudieron con "lo social", ambos se manifestaban contrarios a la "plutocracia capitalista" y ambos aprendieron de Lenin esa suprema técnica de todos los totalitarismos que es el partido único. Goldberg añade, por su parte, como rasgos fascistas, la tendencia de la izquierda americana a imponer su propio concepto de "corrección política" y la de exigir obediencia total a sus causas, presentando a los disidentes no sólo como equivocados sino como inmorales. Goldberg ha analizado este fenómeno, en otro libro, en relación con la guerra de Vietnam. Y no sería muy difícil prolongar ese estudio hasta la polémica sobre la guerra de Irak. Cualquier lector español, medianamente avisado, no tendrá demasiada dificultad es trasladar esas reflexiones hasta nuestro contexto político, en el que prácticas como las de los pactos tipo Tinell o los "cordones sanitarios", tan de moda entre la izquierda, encajan perfectamente en esa concepción del fascismo. Descalificar, al contrario, haciendo de él no ya un adversario sino un enemigo es un uso típicamente fascista, como mostró en su tiempo Carl Schmitt, tan utilizado por el nazismo. El corolario de ese planteamiento es evidente: al enemigo ni se le da cuartel ni se le considera como un igual, sólo cabe destruirlo.


En el mismo número de la Revista de libros citado más arriba, aparece un largo estudio del profesor Ferrán Gallego en el que hace el análisis de tres libros italianos recientes sobre el fascismo. Gallego no acepta que el hecho de que comunismo y fascismo tuvieran el mismo adversario -el orden burgués existente- hace de ambos algo idéntico, pero no deja de señalar los elementos de "transversalidad" que se dieron en aquella generación de los treinta. Así, recuerda cómo Palmiro Togliatti, en 1936, dirigía un manifiesto a los jóvenes fascistas ofreciéndoles un acuerdo, para luchar contra las "desviaciones" del régimen fascista, sobre la base del programa inicial mussoliniano de 1919 que, al parecer, no le disgustaba demasiado al líder comunista.


Ahora bien, todos los líderes de la izquierda han sido burgueses y tienen sus raíces en la oligarquía, pensar que son pobres, esto jamás. Conozco un ex acalde de mi ciudad natal, Puerto Cabello, Osmel Ramos es un gran economista y de joven pasaba frente a él y, siempre tenia una diez revistas de izquierda y otro grupo de Resumen, cuyo autor era el abogado Jorge Olavarría. Era noche tras noche en ese farol, la casa de su mamá, daba con la de mis tíos y fundamos un club para festejar los fines de semana y firmamos un contrato con la Cervecería Polar, nos regalaban doce cajas de cerveza, adicionales y traíamos conjuntos musicales y poetas progresistas, todo quedo en el olvido, aquel muchacho al llegar a ser alcalde se olvido de Puerto Cabello, tal como sucede con Marvez, el alcalde Valencia, oriundo de Montalbán, un muchacho trabajador y ahora, por igual se olvido de la capital carabobeña, le conocí, siempre iba a predicar el evangelio al Municipio Miranda, a su caserío y fundamos un Local Evangélico. Así, sucede, todo revolucionario al llegar al poder se convierte en burgués y luego en fascista. Rafael Lacava, su papá tenia grandes negocios en Puerto Cabello, tenía residencia muy cerca de nuestra familia y era un deportista, no lo juzgo, aunque progresista, tiene una novedosa conciencia política, lo comparo con Maradona, Diego siempre triunfante. Es otra manera, de hacer política y deporte, un asunto diferente.

Que Mussolini fue miembro del partido socialista es un hecho conocido. Hecho problemático, en especial para una de las interpretaciones dominantes del fascismo; a saber, que éste fue la reacción alentada o dirigida por el gran capital contra el avance del proletariado. En tal evento, aquel hecho y la evolución consecutiva debían ser entendidos como oportunismo, incoherencia o, en el mejor de los casos, como una cuestión de conversión que no deja huellas en el pasado de un hombre. La obra de Zeev Sternhell y sus colaboradores (El nacimiento de la ideología fascista) ha puesto toda esta materia bajo otra luz. En su interpretación, la comprensión histórica del fascismo no puede disociarse esta ideología de sus orígenes de izquierda.

Desde luego, toda una pléyade de historiadores y filósofos abordó hace ya tiempo el problema del fascismo: cada uno según sus particulares orientaciones espirituales, con sus propios puntos de vista y sus personales prejuicios, pero no sin altura: Ernst Nolte, Renzo de Felice, James A. Gregor, Stanley Payne, Giorgio Locchi, y last but not least, el joven investigador hispano-sueco Erik Norling, entre otros. No es que la "vulgaris opinio" aludida arriba goce hoy de autoridad intelectual. Pero Sternhell viene a aportar la valorización de fuentes hasta aquí tal vez descuidadas y, con ellas, la novedosa interpretación que es objeto de este comentario. Estudioso en particular del nacionalismo francés (suyas son Maurice Barrés et le nationalisme français, La droite revolutionarie: les origines françaises du fascisme y Ni droite ni gauche, l’ideologie fasciste en France), el profesor no se cuida de los criterios de la corrección política. Es notable leer sobre el tema páginas en las que está ausente la edificación moral, en las que no se ha estimado oportuno advertir al lector que se interna en terrenos peligrosos; en los que no hay, en suma, demonización ni tampoco el afán de achacar polémicamente a la izquierda una incómoda vecindad.

¿Qué es, pues, el fascismo en la interpretación de Sternhell? Ni anomalía en la historia contemporánea, ni "infección" (Croce), ni resultado de la crisis de 1914-1918, ni reflejo o reacción contra el marxismo (Nolte). El fascismo es un fenómeno político y cultural que goza de plena autonomía intelectual; es decir, que puede ser estudiado en sí mismo, no como producto de otra cosa o epifenómeno. Por cierto, y de entrada, para Sternhell es preciso distinguir el fascismo del nacionalsocialismo (Sternhell dice "nazismo", acomodándose al uso, contra lo cual, sin embargo, se rebela honestamente un Nolte). Con todos los aspectos que uno y otro tienen en común, la piedra de toque está en el determinismo biológico: un marxista puede convertirse al nacionalsocialismo, más no así un judío (en cambio, hubo fascistas judíos). El racismo no es elemento esencial del fascismo, aunque contribuye a la ideología fascista.

Y unas páginas más adelante el autor apunta que uno de los elementos constitutivos del fascismo es el nacionalismo tribal; esto es, un nacionalismo basado en el sentido de pertenencia, la "tierra y los muertos" de Barrés, la "sangre y suelo" del nacionalsocialismo. Este sentido organicista lo comparte con los nacionalismos desde finales del siglo XIX, germanos y latinos, Maurras y Corradini, Vacherde Lapouge y Treitschke. El mismo Sternhell debilita así la distinción que acaba de hacer (reparemos, de paso, en la delicadeza del adjetivo "tribal": ¿sería poco oportuno por nuestra parte recordar que una traducción de "tribal" es "gentil")

El fascismo entonces es una síntesis de ese nacionalismo "tribal" u "orgánico" y de una revisión antimarxista del marxismo. Sternhell se extiende explicando que a finales del siglo XIX las previsiones de Marx no se han cumplido: el capitalismo no parece derrumbarse, ni la pauperización es la señal característica de la población, mientras que el proletariado se integra política y culturalmente en las sociedades capitalistas occidentales. De aquí la aparición del "revisionismo". Siguiendo el ejemplo del SPD, el partido socialdemócrata alemán, el conjunto del socialismo occidental se hace reformista; esto es, sin renunciar a los principios teóricos del marxismo, acepta los valores del liberalismo político, y en consciencia, tácticamente, el orden establecido. Más una minoría de marxistas va a rehusar el compromiso y querrá permanecer fiel a la ortodoxia -cada uno a su modo-; son los Rudolf Hilferding y los Otto Bauer, los Rosa Luxemburgo y los Karl Liebknecht, los Lenin y los Trotsky, todos de Europa del Este.

Al mismo tiempo, en Francia y luego en Italia surgen quienes, desde dentro del marxismo, van a emprender su revisión en sentido no materialista ni racionalista, sin discutir la propiedad privada ni la economía de mercado, pero conservando el objetivo del derrocamiento violento del orden burgués son los sorelianos, los discípulos de Georges Sorel, el teórico del sindicalismo revolucionario, autor de las célebres "Reflexiones sobre la violencia". Las diferencias entre los dos sectores revolucionarios son grandes. Los primeros, casi todos miembros de la "intelligentsia" judía, destaca Sternhell, mantienen el determinismo económico de Marx, la idea de la necesidad histórica, el racionalismo y el materialismo, mientras los sorelianos comienzan por una crítica de la economía marxiana que llega a vaciar el marxismo de gran parte de su contenido, reduciéndolo fundamentalmente a una teoría de la acción. Los primeros piensan en términos de una revolución internacional, "tienen horror de ese nacionalismo tribal que florece a través de Europa, tanto en el campo subdesarrollado del Este como en los grandes centros industriales del Oeste… No se arrodillan jamás ante la colectividad nacional y su terruño, su fervor religioso, sus tradiciones, su cultura popular, sus cementerios, sus mitos, sus glorias y sus animosidades" (p. 48). Los segundos, comprobando que el proletariado ya no es una fuerza revolucionaria, lo reemplazarán por la Nación como mito en la lucha contra la decadencia burguesa y así confluirán finalmente en el movimiento nacionalista

Así que, dejen de utilizar al pueblo y ustedes, camaradas venezolanos, son unos simples burgueses que se recostaron a Marx y utilizan la izquierda como una doctrina y movimiento de excusa social. Chávez lo sabia y Elías Jaua Milano, aún más, ahora quieren esguazarlo porque no es de su estirpe, el de ustedes, fanfarriosos.



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Emiro Vera Suárez

Profesor en Ciencias Políticas. Orientador Escolar y Filósofo. Especialista en Semántica del Lenguaje jurídico. Escritor. Miembro activo de la Asociación de Escritores del Estado Carabobo. AESCA. Trabajó en los diarios Espectador, Tribuna Popular de Puerto Cabello, y La Calle como coordinador de cultura. ex columnista del Aragüeño

 emvesua@gmail.com

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