Una gran fiesta sin música

Saben, desde ese primer instante en que sentí la tremenda ola de calor húmedo cacheteándome suavemente la piel de la cara al salir de la puerta del DC-9 de Viasa y que bajé la escalera móvil --- manual, no eléctrica --- hacia la pista del aeropuerto de Maiquetía respirando ese aire salado caribeño y aspirando el aroma afrodisiaco del cariaquito que todavía crece por aquí en Vargas donde vivo hoy, me enamoré de Venezuela, y poco después, también de mi esposa, venezolana, bella y mágica como el país, y más.

Eso fue hace más de 40 años.

Eso fue en los años 1970.

Había arribado desde Canadá, donde por casualidad --- nadie me lo pidió --- nací de padre canadiense francés y madre Indígena, pero con la sangre judía de mi abuelo.

De todos los hermanos fui el único que salió con la sangre Indígena-judía, sin pelo en el pecho y con una mente extremadamente artística-matemática, mientras que los demás salieron más como franceses-judíos, peludos, blancos, y hombres de negocio, y por eso, por ser tan diferentes a ellos, aun siendo el mayor de los hermanos, y habiendo sido el que los crió (mi madre estaba a menudo enferma), resulté siendo "la oveja negra" de la familia, era (soy) el que no cuadraba con los demás, era (soy) bastante diferente a ellos, pero muy parecido a la mayoría de los bohemios.

Esa "ovejera negra" me llevó --- a partir de los 11 años de edad --- a irme de la casa en búsqueda de la aventura, a vivir, a ver, a saber, me montaba sobre los trenes de carga y me iba, lejos de la casa, a veces durante días, hasta cientos de kilómetros de distancia, y por allá, por esos lados, a menudo con los Indígenas, pescaba mi pescado, hacia mi fuego, y dormía sobre las piedras de los ríos, viendo los cielos, respirando la naturaleza, y soñando con los países del Sur del planeta, con sus selvas, sus ríos y mares, su calor, su sol, y su gente.

Tal vez allí podría sentirme mejor, lejos de los blancos y sus máquinas y relojes y reglas, así lo pensaba.

Bueno …

Tuve la inmensa suerte de tener una madre Indígena.

Ella me dejaba andar, no me restringía, no me sobreprotegía, y aun me apoyaba y siempre se aseguraba de que tenga una docena de naranjas y una botella de agua a la mano en caso que decidiera irme.

… Como tal vez se lo imaginan, comí muchas naranjas entre los 11 y 15 años de edad

… hasta que entonces me fui de la casa por siempre.

Mi madre me compró una mesita (con libros, papel, y lápices), una silla, y una lamparita, y las puso al lado de mi cama, allí en la misma habitación donde dormía con 3 otros hermanos … así podía ir y venir de noche cuando quisiera, y leer y escribir y estudiar y hacer matemáticas, ella sabía perfectamente que yo no quería sentirme atrapado ni encerrado como un aminal en una jaula, como mis hermanos, no podía, y todavía no puedo, y así se lo expresaba.

Ella me escuchaba.

Tuve mucha suerte.

Por eso me fui a ver el mundo.

Bueno …

Gracias a mi madre vivo aquí en Venezuela …

De todos los países que he conocido en mi vida --- 34 en total, todas aventuras --- he escogido a Venezuela como el país donde moriré, si señor, moriré donde quiero, donde me siento bien, este regalo del destino.

Desde que la conocí a Venezuela, ella siempre ha sido para mí una mujer paradisiaca, un lugar de grandes magias, de grandes misterios, siempre exótica, amorosa, y mística, así como me gusta.

Para mí, Venezuela ha siempre sido como una gran y valiente mujer, bellísima, gitana, guerrera, una Juana de Arco latina, una María Lionza, bronceada, no debilucha, ni dejona, ni tampoco manejada por ningún hombre, --- y menos todavía por un hombre machista, prepotente, y sordo amador del oro y la prosperidad --- bendecida con las más grandes maravillas del mundo (ver más abajo).

Mi relación con Venezuela siempre ha sido romántica …

Muy romántica …

Como una película de amor a-la-Indiana-Jones …

Pero últimamente …

A partir de cuando Maduro entró en el poder y empezó a perder el control …

Ese gran misterio, esa gran magia, ese exotismo --- esas maravillas de Venezuela --- se han ido disipando y diluyendo, así cómo se diluye un jugo, agregándole más y más agua hasta que al final casi no sabe a nada.

Esa sabrosura ya casi no existen para mí.

- Ya casi no se escucha a los niños cantando el himnos nacional mientras caminan por las calles o mientras juegan afuera,

- ya casi no se escucha a los vecinos alegres cantando y tocando salsa de día y de noche,

- ya casi nunca no se ven ni se escuchan los miles de cohetes y traqui-traquis en los cielos cuando la gente celebra sus cumpleaños, el 24, o el 31,

- ya no se ven los Misioneros y las Misioneras de Chávez yendo de casa en casa buscando para ver si por allí no nos habríamos olvidado de alguna viejita, de un discapacitado, un pobre drogadicto, un adolescente deprimido, o un niño abandonado,

- ya no se ven esos miles y millones de chavistas, la mayoría pobres, bailando en las calles, reuniéndose, soñando, proyectando, esperando a que Chávez salga al balcón, o a una tarima, o que simplemente pase por su lado en una caravana,

- ya casi no se ven los niños caminando tranquilos a la escuela, orgullosos con sus libros y bolsos nuevos, gratuitos, sin miedo de ser atracados, o volviendo de la escuela sonriendo, satisfechos de su día y de la comida que le dieron a comer durante el día,

- ya no se ve --- por nada --- ese brillo y esa dignidad en los ojos de los pobres por saber que no necesitan preocuparse por comer mañana, o el día siguiente, o el día después de ese …

No, hoy el pobre es como el pobre de antes, antes de Chávez, cuando a nadie le importaba nada, cuando lo único que importaba era el poder y el aparentar, hoy el pobre otra vez debe preocuparse por encontrar cómo van a comer hoy, pero solamente por hoy, porque mañana será otro día, será otra repetición de hoy, otro día más de inquietud, ansiedad, preocupación, desespero, sufrimiento, sobrevivencia, y miseria.

Aun muerte o enfermedad, o una bala o cuchillo por la cabeza a cambio de un par de zapatos usados.

El pobre --- con Chávez --- estaba bien porque lo que decía Chávez se cumplía, no siempre a la letra, pero se cumplía de tal manera que generaba confianza, seguridad, y bienestar en la mayoría de la población pobre (la única que a mí me importa o interesa), y eso es lo que cuenta, de ser escuchados, de ser atendidos, y de ser reconocidos.

De ser dignificados, y no ignorados o tratados como ganado.

Pero, esa certitud, esa piedra, esa ancla moral de Chávez, esa desganadería del Pueblo pobre ya no existe hoy bajo el mando de Maduro, ha sido reemplazada en vez por el "veremos" o el "¿qué hacer?" o el eterno "sálvese quien pueda."

No hay más salsa, ni cohetes, ni himno nacional, no hay alegría, no hay dignidad, y básicamente, no hay esperanza.

No hay Maria Lionza.

Se fue.

Todo se ha ido al gran basurero de la prepotencia, de la politiquería, y del poder de los pocos quienes prosperan hoy pacíficamente a costilla de la miseria de los demás.

Ven …

Para mí …

Aunque las grandes maravillas de Venezuela siguen allí, por ahora, antes de que la codicia por el oro y los diamantes las hagan desaparecer, maravillas como Canaima, el Salto Ángel, los relámpagos de Catatumbo, las Fresitas, la Piedra del Indio, y los otros cientos --- sino miles --- de lugares de grandes maravillas y misterios de Venezuela ya no están acompañadas por venezolanos y venezolanas felices y alegres como antes.

Estas maravillas de Venezuela ya no son las mismas de antes, hoy están vacías, sin sustancia, sin carne, sin vida.

Son como momias --- de alto valor para algunos ---, pero son realmente cadáveres en urnas de oro, altamente decoradas por fuera, pero sin almas por dentro, son como piñatas sin niños, son como navidades sin pernil ni hayacas, son como neveras vacías, como cerveza sin alcohol, como carros sin motores ni neumáticos, o son como una sinfónica sin músicos, los instrumentos están allí pero no hay nadie para hacer música.

Para mí, hoy, básicamente, Venezuela es una gran fiesta sin música.

 



Esta nota ha sido leída aproximadamente 2226 veces.



Oscar Heck

De padre canadiense francés y madre indígena, llegó por primera vez a Venezuela en los años 1970, donde trabajó como misionero en algunos barrios de Caracas y Barlovento. Fue colaborador y corresponsal en inglés de Vheadline.com del 2002 al 2011, y ha sido colaborador regular de Aporrea desde el 2011. Se dedica principalmente a investigar y exponer verdades, o lo que sea lo más cercano posible a la verdad, cumpliendo así su deber Revolucionario ya que está convencido que toda Revolución humanista debe siempre basarse en verdades, y no en mentiras.

 oscar@oscarheck.com

Visite el perfil de Oscar Heck para ver el listado de todos sus artículos en Aporrea.


Noticias Recientes: