Tener necesidades (no la pobreza), sufrir necesidades, en una sociedad capitalista como la nuestra, corrompe al individuo. En nuestro caso país ha sido una experiencia doblemente terrible.
(Antes debo aclarar que aquí no se juzga la conveniencia o no de lo que muchos llaman un híper liderazgo. Esa es otra discusión para darles gusto a muchos hipócritas y demócratas burgueses.)
Con la emergencia de Chávez como guía redentor de los necesitados, la sociedad de los necesitados se unió a él como un verdadero cristo, así de circular es la cosa: Chávez fue el cristo redentor de los desamparados. Mientras Chávez estuvo vivo estuvo encendida la esperanza, la fe y la "solidaridad". Fue el Cristo del perdón, no fuel el juez acusador, quiso cambiar al sistema y a la sociedad sin violencia, buscando ordenar cada espacio para diferenciar bien los modelos de sociedad enfrentados, cada "propósito" de cada lado: allá la empresa privada y aquí el Estado socialista, y sin violencia acabar con el modelo explotador: "produce y no explotes…, ya veremos". Una tarea difícil. Por eso Chávez se convirtió en el maestro de todos, padre, capitán, presidente, comandante, ¡todo!, todo lo jefe que pudo ser para aglutinar a los más necesitados dentro de una esperanza redentora: el socialismo, la patria socialista. Pero fue así como, perder esa esperanza a manos de sus herederos en el poder, lanzó a su pueblo chavista a un abismo moral y a un retroceso material.
Perder esa esperanza nos hizo caer de nuevo en la fatalidad de los desvalidos. Los desvalidos estamos condenados a pensar y pensarnos con la cabeza de los ricos propietarios, estamos condenados a ser esclavos en un sistema que nos constriñe para no creer en nosotros, como la fuerza social que pudimos ser, a volver al tumulto de individuos que pelea a diario por una salvación individualista, personal, en la sociedad de los ricos; todos tratando de escapar de una ratonera.
La segunda cosa terrible es, que si junto a Chávez habíamos alcanzado niveles de amor propio y amor por el prójimo, como un colectivo amoroso; saludándonos como compatriotas porque sabíamos que era posible tener patria en el socialista, ahora, sin esperanzas y sin patria no nos importa envilecernos y guardar las apariencias. La humanidad, la solidaridad, el trabajo voluntario no sirven de nada frente a una dirigencia indiferente, que en muy poco tiempo se distanció de su pueblo –del pueblo que lucho con ellos y por ellos-, acordando con la burguesía y el capitalismo –con la fracción de la sociedad que Chávez quiso vencer sin violencia y a provecho de toda la sociedad- ahora a su favor, a favor del egoísmo y de su estilo de vida insensible y superficial, de espaldas al trabajador y del hombre y la mujer más necesitados de todo (sobre todo de amor propio y de educación para el socialismo). Una dirigencia que sobrevivió a Chávez para mentir descaradamente, mientras se desataron los demonios pequeñoburgueses, la corrupción, el provecho de lo público, el éxito personal sobre el fracaso del resto de la sociedad.
Ante ese modelo de líderes, la sociedad se envilece de forma gradual y sin pausa. El trabajador honesto ahora no le importa nada sus responsabilidades, el "honrado" y que quiso serlo, ahora roba, el empleado que antes fue solidario con sus compañeros ahora los soslaya con desprecio, un ex compatriota compite con su vecino por unos paquetes de harina, otro roba los cauchos del carro de su ex camarada, un dirigente sindical descaradamente se vende a los patrones, sin dar muchas explicaciones, el moralista clase meda guarda las apariencias pero vende a sus colegas de trabajo y de clase por menos de un plato de lentejas.
Una sociedad corrompida, a eso hemos llegado. Una sociedad que guarda las apariencias pero hierve en corrupción y descomposición. Lo que vale es aparentar la decencia, pero la decencia es ahora un antivalor de hecho, ¡para todos!. Los discursos son cada vez más esplendorosos mientras la realidad es cada vez más fétida: mientras más envilecidos estamos mejor hablamos de nosotros mismos. La condición para la traición es declarase un alma sincera y fiel. Para salvar el propio pellejo se aplasta a los indefensos, luego les exigimos que nos lo agradezcan, porque somos su salvación. Los dirigentes solo se ocupan de pulir sus discursos, y la gente en la calle de guardar las apariencias, como lo hacen sus amos, mientras la sociedad cada vez está más corrompida y fragmentada.
Los que podemos ver más allá de la publicidad, de la vanidad y los discursos melodramáticos salimos fortalecidos de este desengaño, de la depresión de la derrota. No hay nada más abajo (que no sea el fascismo, la forma última, la más suicida que tiene una sociedad envilecida de guardar las apariencias; una sociedad que prefiere que se acabe la toda humanidad antes de reconocerse podrida). Pero, más allá del desengaño, no hay nada, estamos tocando fondo. Todo lo que venga después de esto debería ser fuerza.
Volver a la revolución, más fuertes: "lo que no nos mata nos fortalece" dice un gran "psicólogo" por ahí. De aquí saldrá un aprendizaje el cual debemos poner en limpio, escribir la historia reciente de los chavistas que salimos derrotados y nos sabemos derrotados, no la historia falsa de los que ahora gobiernan o de los que saldrán victoriosos; el fatalismo burgués, y el fatalismo pequeñoburgués de los periodistas.