Al igual que el pasado, con cada día que pasa el clima se pone más caliente, más fuerte es la urgencia del gobierno de recursos frescos y mayor el reclamo de los dos partidos de oposición de hacer ajustes y de cambios en el accionar del gobierno. La nueva deuda es un espejismo, como espejo fue la venta propagandística de la disminución de la pobreza en la administración de Chávez, números volátiles y resultados que se los llevó el viento. Pero el paciente sigue enfermo, la fiebre vuelve a aumentar y el paliativo de la deuda es necesario para evitar caer en cuidados intensivos, una vez más.
Sin dólares y eurobonos, la situación económica del país se pone difícil, ya de por sí compleja por el estancamiento de la producción y el desempleo, será muy duro financiar con deuda interna el flujo de caja del gobierno. Los intereses subirán y muy probablemente también el tipo de cambio. En ese contexto, el ajuste financiero motivará menos gasto en el lado de las familias y menos inversión del lado de las empresas, receta que necesariamente llevará a menos crecimiento y menos empleo. Pareciera entonces, que la deuda urge para evitar que el barco se hunda. Como si eso fuera poco, con el pasar de los meses llegarán el ajuste fiscal, las huelgas anunciadas por los sindicatos y el malestar de más indigentes, más pobres y más desempleados. Mientras, un presidente paralelo se la juega fuera de fronteras y crece el número de fallecidos en el interior del país.
Anteriormente, en atención a los primeros casos de fraude electrónico a los que se vio expuesto el sector, allá por el año 2008, la Cámara de Bancos e Instituciones Financieras de Venezuela, ya había emitido el "Código de buenas prácticas para la protección de los servicios electrónicos". Andando el tiempo, también esa Cámara ha aprobado, tanto unos "Lineamientos generales sobre el deber de información al consumidor bancario y sobre las cláusulas en los contratos que regulan sus operaciones y servicios", como un "Manual de buenas prácticas para el manejo de los datos personales de los clientes de los servicios financieros". Recientemente esas medidas fueron ajustadas, son puros manuales inservibles.
Todas estas son, por tanto, manifestaciones de autorregulaciones que tienen por objeto proteger a los consumidores bancarios, ante la falta o déficit de las regulaciones públicas que, o no llegan a tiempo, o bien existen, pero están desfasadas o resultan inadecuadas.
Ahora bien, hasta ahora, el concepto de autorregulación se había utilizado con referencia a la capacidad del mercado para encontrar su propio equilibrio, sin injerencia alguna del Estado. En virtud de ello, el uso de este término había conducido a crear una distinción entre las nociones de regulación como actividad estatal tendente a garantizar los equilibrios del mercado, y autorregulación como capacidad del propio mercado de encontrar su propio equilibrio. Sin embargo, en los últimos tiempos se viene advirtiendo un cambio en las relaciones entre la autorregulación social y la regulación estatal, de suerte que, ya no se trata de dos realidades enfrentadas, sino de dos círculos cuyos puntos de intersección son cada vez más numerosos.
Bajo esa premisa, la autorregulación ha dejado de ser la forma de expresión propia de grupos cerrados de particulares, para extender su influencia más allá de la realidad social en la que se engendra. Por su parte, la regulación estatal, se ha despojado parcialmente de su tradicional carácter coactivo y autoritario y, simultáneamente ha renunciado a intervenir directamente en ciertas relaciones sociales, permitiendo la autorregulación.
La gran incógnita es la ganancia del sector militar, casta que se enriqueció excesivamente en manos del Estado Bolivariano de Venezuela.
Necesitamos, una verdadera carpintería electoral, pasando por asambleas municipales y distritales, cantonales y reuniones provincianas como nacionales, para luego esperar la bendición de las cúpulas a sus justas aspiraciones. La gente de gobierno, solo pretende es informar a la ciudadanía, obvian que necesitamos una reforma financiera total, a la vez, la adecuación de notarias y registros, claro, estos proyectos continúan engavetados.
Es evidente que no se puede resolver el problema si la economía crece a un ritmo tan bajo y si la confianza, principal factor que afecta la decisión de consumo o inversión, sigue deprimida. ¿Es entonces correcto, en este marco de desconfianza y de alta incertidumbre, acudir a la deuda y en particular, a la deuda externa?
Empecemos por decir que endeudarse cuando el país ya está en los límites, resulta caro y además muy complejo, el mercado internacional está en otros tiempos, ya no tenemos bonanza, las calificadoras están claramente en una época de vacas flacas y los indicadores de riesgo están afectando al país y sus emisiones de bonos. Endeudarse a nivel internacional en este momento resulta caro. Sin embargo, el problema de flujo de efectivo del Gobierno hace que endeudarse internamente sea aún más caro y de rebote volvemos más caro aún, el crédito al sector privado.
Este estrujamiento tiene como consecuencia, poco crecimiento de la inversión y del consumo, produciendo recesión y desempleo en el corto plazo, y pobreza y exclusión social a mediano y largo plazo. Pareciera entonces, que, si bien es pomada la receta del endeudamiento, no es muy canaria, es decir, es una especie de mal menor o del menos malo, en los escenarios futuros que podríamos tener. Claramente, la deuda más cara es aquella a la que no tenemos acceso del todo.
Si bien el asunto es financiero en lo sustantivo, la decisión de aprobar o no los dólares en la Asamblea Legislativa, es un tema esencialmente político. Más deuda o más duro el ajuste, pareciera obvio que el gobierno no mira con buenos ojos a la Asamblea Nacional, en lo relacionado al ajuste adicional que provocaría el no tener acceso a nueva deuda internacional. La verdad es que muy pocos gobiernos en el mundo pensarían lo contrario, es siempre mejor endeudarse que ajustarse. Este temor es lo que motiva que muchos legisladores no confíen en la buena voluntad del gobierno, sobre todo a las vísperas de lo que observamos.