Lo que viene ahora es un país imperial ofendido y retado. Eso es. No se dobló Venezuela ante el asedio escandaloso y, por el contrario, sus militares se apertrecharon aun más en torno a su comandante en jefe, Nicolás Maduro. Ello da como resultado un imperio herido en su autoestima altanera de gobernante. El Goliat había dado su palabra de que sólo con resoplar se caería la casita de madera del palacio de Miraflores. Y Miraflores sigue allí. Ya usted ve.
El plan había sido vencer a través de una guerra de redes comunicacionales, esto es, a través del componente principal de la guerra de quinta generación, cuyo propósito es, según Zbigniew Brzezinski, ex secretario de Estado gringo, atacar el "recurso emocional de un país por medio de la revolución tecnológica. La táctica para mantener la desintegración política en la sociedad consiste en crear complejos de inferioridad" (tomado de La Haine, 8 pantallas, 25 ago 2018, https://www.lahaine.org/mundo.php/ienfrentar-la-guerra-de-quinta).
Es decir, asustar, espantar, corretear a todo el mundo con tesis como que "todas las opciones están sobre la mesa", viene la invasión, medio mundo condena a Venezuela, la apalearán a una vez montones de países como Colombia, Brasil, Holanda, entre otras tantas galaxias. Y también especies venenosas lanzadas al aire como que van cientos de oficiales rebelados, cuando la realidad es que no pasan de dos decenas; o que el gobierno está acribillando a la población, especialmente a las etnias originarias, además de darse el tupé de cometer el delito de la lesa humanidad de despreciar la llamada "ayuda humanitaria". En fin, desmoralizar es lo buscado con desesperación con el propósito de, ganando la guerra virtual, ganar la real. Es decir, visualizar a un Maduro y sus militares venezolanos defecados encima, rendidos sin disparar un tiro.
Pero no ocurrió. La Venezuela bolivariana sigue allí, dispuesta a combatir como en los viejos tiempos de las guerras de independencia, en el cuerpo a cuerpo, generando bajas. Ya hubo expresiones heroicas de jefes de unidades militares que, en número pequeño, resistieron por horas ataques paramilitares en el lugar de Ureña. Y sigue también allí el rostro agrio del país imperial, contrariado, perdido en no saber qué hacer con la tierra de Bolívar, poblada por incómodos venezolanos. Llegó la hora en que los manuales de guerra no parecen surtir los efectos ansiados.
No se atreven los EE.UU. a atacar directamente a Venezuela. Usan a terceros, a Brasil, Colombia y Holanda, y a los nacionales vendidos del interior de Venezuela, como es su modalidad de guerra actual en el mundo. Saben que Venezuela mantiene una posición de país en extremo correcta y arrasarla es como arrasar en el mundo al único atisbo de humanidad y dignidad que quedan. Temen a un efecto Polonia de la Segunda Guerra Mundial, cuyo ataque desencadenó la gran guerra: Rusia y China, sus enemigos, asumirían compensaciones simétricas: la toma de Venezuela por parte de EE.UU. equivaldría para Rusia a la toma de Ucrania y para China a la del mar del mismo nombre y unas tantas islas en litigio. Una ruptura de la sinergia imperante, peligro planetario.
La soberbia imperial los ha llevado a la perdida de la sindéresis propia del plan estratégico que tienen para América Latina, su llamado patio trasero. Su actitud lanzada y bravucona junto a sus perros de guerra colombianos y brasileros les ha hecho olvidar el esquema: no necesariamente hay que derrocar a Maduro, así como tampoco hay que penetrar en el país con los marines. Nada eso. El plan es el que ellos podrían denominar "cuenca fallida del Caribe"; a saber, todos los países del patio trasero serían incapaces de comportar personalidad, independencia y soberanía, siendo peleles movidos por los vientos de sus apetencias y asedios, a las expensas de sus requerimientos materiales. El granero, pues. Pero dieron su palabra imperial ante el mundo y ahora, so pena de quedar ridiculizados, se hallan frente al dilema de un derrocamiento que no figura en sus manuales.
El propósito caribeño y suramericano de su plan es cónsono con la definición misma de guerra de quinta generación: desde 2009 en las "intervenciones EEUU-OTAN, no interesa ganar o perder, sino demoler la fuerza intelectual del enemigo, obligándolo a buscar un compromiso, valiéndose de cualquier medio, incluso sin uso de las armas" (Op.Cit, pantalla 7). O sea, cosechar estados fallidos, pendejos regables,
despensas dispuestas.
Allí siguen Maduro y también el ego imperial, paquete a desenredar.
Blog del autor: Animal Político