Más que una "burguesía revolucionaria" (al decir de Wilmar Castro Soteldo) lo que existe en Venezuela sería una "burguesía paraestatal (al decir de Douglas Bravo), no como una clase social propietaria, pero sí usufructuaria de los beneficios de la renta petrolera e incapaz de toda inversión independiente, sin contar con el amparo y las divisas que pueda obtener del Estado. Dado que ambas posiciones parecieran partir de una misma realidad, sería necesario precisar que ésta responde, sencillamente, a la preservación de sus propios intereses en lugar de contribuir, de buena gana, con una redistribución social de la riqueza nacional como bien común, lo que le permitiría a la mayoría de la población nacional disfutar de unas mejores condiciones materiales de vida.
En consecuencia, aun cuando en algún momento los intereses burgueses lleguen a coincidir en algún grado con los intereses populares (como ocurriera al estallar la Revolución Francesa de 1789 o el 23 de enero de 1958 al derrocarse al gobierno de facto del general Marcos Pérez Jiménez) sería ingenuo pensar que aquellos terminen por supeditarse a estos últimos; reduciéndose o eliminándose en alguna medida la lógica capitalista. Posiblemente se esté pensando en China y su alto desarrollo económico, lo cual no podría explicarse bajo la óptica eurocentrista u obviando su historia milenaria, dada su singularidad. No obstante, podría afirmarse que la originalidad china (al reivindicar de manera oficial el legado teórico de Marx en el terreno político y la aplicación de las fórmulas capitalistas en el terreno económico) no es una cuestión que se pueda imitar mecánicamente, como lo pretenden y dejan entrever algunos personeros gubernamentales. Habría que propiciar una revolución cultural radical que revierta de manera profunda la tendencia general -inculcada desde hace casi cien años por los partidos políticos tradicionales- de esperar casi todo del gobierno, al igual que las relaciones de poder generadas por el modelo de Estado vigente; algo que se percibe lejano y, más todavía, ausente en la agenda de quienes gobiernan y de aquellos que aspiran sustituirlos, tal vez al intuir que su puesta en práctica significará sufrir un completo desplazamiento del escenario político.
En su libro El laberinto de los tres minotauros, José Manuel Briceño Guerrero caracteriza a quienes "no habiendo gobernado antes, entienden más de los privilegios que de la responsabilidad; no habiendo interiorizado el bien común, se interesan sobre todo por las ventajas personales y clánicas, por el tener y el disfrutar, por el derecho al desmán y al desplante". Un mal de familia, diría alguien, tomando en cuenta que tal comportamiento se repite en cada generación que accede al poder, desde mucho antes, incluso, de lograrse la independencia en los campos de batalla, pues su génesis se produjo en la vieja España y, por extensión, en la vieja Europa, al constituirse los Estados-nación y la concepción "universalista" del eurocentrismo. Esto hace dificultoso que se conforme una burguesía "revolucionaria", como lo enunciara en su momento Castro Soteldo, por mucho bagaje socialista que ella exhiba, cosa de la que está consciente el pueblo al percibir las enormes contradicciones que esto implica. Aquellos que lo creen posible olvidan y/o desestiman la advertencia de su principal mentor, Hugo Chávez, en referencia a que "no se es socialista por decreto", como tampoco por citar una amplia biblioteca de los teóricos del socialismo revolucionario mundial. En dicho caso, lo más honesto y recomendable que éstos debieran hacer -desde el máximo hasta el mínimo nivel- es dejar de proclamar una revolución y un socialismo que sólo comparten los sectores populares, suponiendo que dichos conceptos tengan un propósito positivo de transformación de la realidad contemporánea venezolana.
Volviendo al señalamiento de Douglas Bravo, éste resulta más acertado, ya que define a quienes ascendieron a un nivel económico que, de seguir una vía distinta y honesta, se les habría antojado imposible de alcanzar; lo cual les ubica en el mismo rango de aquellos que integraron la burguesía parasitaria al amparo del pacto de Punto Fijo. En consecuencia, lo que debiera propiciarse es la autonomía de los sectores populares más que la imposición y consolidación de cualquier denominación de burguesía ("revolucionaria", paraestatal y/o parasitaria), ya que esto tiende a acentuar y a ampliar las jerarquías establecidas en lugar de abolirlas, de acuerdo a lo que sería un verdadero ejercicio de la democracia participativa y protagónica. Ella tendría como consecuencia la necesidad de una racionalidad práctica que haga realmente factible la vida en comunidad, el forjamiento de un mismo bien común y el desarrollo de capacidades propias en función de las necesidades colectivas; todo lo cual escapa a las intenciones de cualquier burguesía que exista o se presente. Sea acá o en otra nación del planeta. Esto, además, dotaría a los sectores populares de una perspectiva diferente a la derivada del capitalismo, que es donde debe (sin ortodoxia alguna) iniciarse y basarse todo proyecto transformador de la realidad vigente. -