Historia insólita y sangrienta: el enfrentamiento entre Prieto Figueroa y Betancourt, y que nos trajo hasta aquí…

Tenía yo veintiún años, cuando estalló la guerra a muerte dentro del partido Acción Democrática (1964) que produjo su escisión más dramática y aparatosa. El país estaba desesperado, sin rumbo moral ni político, atascado entre dos bandas de caudillos, los adecos y copeyanos. La izquierda estaba muerta y destrozada, convertida en un tugurio de traidores, sin líderes y muy infiltrada por la CIA. Repentinamente ocurrió la división de AD. Nacía así el Movimiento Electoral del Pueblo, MEP, y lo hacía en un teatro que quedaba en El Conde. Yo asistí a todas las reuniones que se hacía en este teatro, y escuché los discursos más valerosos, con altoparlantes colocados que tronaban vigorosos a cien metros a la redonda. Los discursos más estremecedores fueron los del maestro Prieto y de Ángel Paz Galarraga.

Ni que decir que me enrolé inmediatamente a favor de la candidatura del "Orejón" y que habría de estar en sus caravanas, mítines y campañas electorales en el Distrito Federal. Surgió una gran ilusión en el pueblo, en la izquierda. Y puede decirse que aquella división y traición por parte de Rómulo Betancourt al maestro Prieto habría de ser junto con el 27 de febrero de 1989, la fuerza del surgimiento del 4 de febrero de 1992.

Aquí presento los hechos históricos de la gran cobardía de Rómulo Betancourt al ver que la candidatura dentro de AD cogía cuerpo, y él vio con pánico el estallido de una posible guerra civil (si ganaba Prieto) alimentada por la Iglesia y por los gringos.

Ya, desde aquel mismo momento de septiembre de 1966, estaba el plan armado con la anuencia del propio Rómulo Betancourt: Rafael Caldera sería el próximo presidente de Venezuela. ¿Cómo?, sencillamente AD se dividiría y se procedería a darle un receso al partido para que desde la oposición se recompusieran sus cuadros y fuese oxigenada su organización, sus proyectos y el trabajo desde la base. Había, pues, que impedir que AD se convirtiera en otro PRI (mexicano).

Para proceder a tal división, sencillamente se iba a dar el paso de impedirle a Prieto Figueroa que fuese el candidato de AD para las próximas elecciones. Prieto era un hombre con un gran carisma dentro de la organización partidista y tenía en todos los cuadros del partido un decisivo y contundente apoyo.

Para que la división no fuese a desgarrar y a destruir completamente al partido, Betancourt con pulso sereno y firme conduciría cada uno de los controles efectivos del partido, concentrados básicamente en el terreno sindical y los mastodontes inconmovibles, veteranos de su vieja guardia.

Las primeras acciones comenzaron con un contrapunteo matizado de mordacidad, hipocresía, falsedad y en cierto modo de puñaladas traperas, que fue un cruce de misivas entre Prieto y Betancourt, que se explican por sí solas:

Carta de Luis Beltrán Prieto Figueroa a Rómulo Betancourt

Caracas, 26 de julio de 1967

Mi querido Rómulo:

Hace tiempo tenía deseos y necesidad de escribirte, pero me detenía esa intención las noticias que hacen propalar por estas tierras, personas que se dicen tus amigos y que a la hora de los compromisos en que es necesario poner la vida, no estuvieron nunca a tu lado, o si lo estuvieron, era para cubrirse las espaldas o para buscar junto a tu nombre prestigio y figuración. Te hacen tanto daño tus amigos de ahora, los que te necesitan para adquirir valimiento, que me duele, con dolor de hermano, el mal uso que hacen de tu nombre y de tu prestigio, comprometiéndote en causas a las que sé, porque te conozco demasiado, que tú nunca estarías afiliado. Te escriben con frecuencia, te envían las noticias que les conviene hacerte llegar y te pintan a los hombres a quienes tú conoces porque has convivido con ellos, de modo tal que aparecen ahora como tus enemigos, interesados en destruirte, o en disminuir la significación tuya como indiscutible creador y conductor de nuestro movimiento. Tú y yo fundamos el partido, compartiendo privaciones a todo lo largo del país, tú y yo hemos estado juntos en las horas difíciles, tú y yo hemos pensado en grande, porque no tenemos la sensual ambición del dinero ni nos han seducido las posiciones para el disfrute del bienestar sino, para realizar desde ellas una obra soñada, ambiciosa y querida por nuestro pueblo. Nos consagramos a servir a los humildes y si no ha sido posible cumplir el programa que nos propusimos, porque la realidad modela la acción política, no hemos desertado de los propósitos que nos trazamos hace ya más de treinta años.

Ahora está en juego en el partido la elección de un candidato para las elecciones de 1968. Mi nombre ha surgido al lado del de Gonzalo Barrios, como los de mayores posibilidades, pues aun cuando se han asomado las candidaturas de Dubuc, de Carlos Andrés, de Eligio y hasta la de Leandro y Sucre Figarella, tú sabes que en el partido y en Venezuela las elecciones no son juegos de dados tirados al tapete después de un cubileteo de jugadores diestros.

En mi última conversación contigo en Nápoles me hablaste de la candidatura posible de Gonzalo, en forma que no dejaba duda sobre tu posición adversa a esa postulación. Entre nosotros dos no puede haber engaños ni tapujos. Me dijiste de la tradicional actitud del candidato e insinuaste algunas ideas ya tradicionalmente discutidas. Entonces, no me atreví, y con ello te expreso mi tradicional manera de proceder cuando de mi personal posición se trata de hablarte de la posibilidad de mi candidatura. Además, no estaba seguro de que esa fuera la mejor solución para el país y necesitaba convencerme a mí mismo, después de examinar la realidad nacional y la opinión pública de las posibilidades existentes. Me di a la tarea, con la tenacidad que me conoces y con la ponderación que me caracteriza, a sondear la opinión y ésta se me adelantó. Ahora es un río incontenible, de modo tal que al partido le quedan dos caminos, perder las elecciones con un candidato que no levanta confianza ni fe, porque no ha estado nunca cerca de sus masas y de la devoción popular o ganarlas con un candidato capaz de aunar a la opinión pública alrededor del partido. No quiero exagerarte, no deseo ni siquiera convencerte o conmoverte. Sabes que no soy hombre en busca de favores, porque nunca los he necesitado. He sido dueño de mi hambre y de mis sueños. Sé que los que se llaman tus amigos te han hecho llegar la noticia de que mi candidatura está auspiciada y aupada por tus enemigos personales. González Navarro me transmitió uno que entiendo como mensaje a García. Entre esos enemigos tú señalas a Gualberto Fermín, y mi sobrino Antonio Espinoza, entre otros. Napoleón decía que la grandeza de los hombres se mide por la calidad y grandeza de sus enemigos aun cuando en política es verdad que no existen enemigos pequeños, recuerdo que te dije en Nápoles que debías poner de lado las cosas de minúscula importancia, porque tus amigos te necesitábamos para las cosas grandes. Ahora bien, tú que me conoces, o por lo menos debes conocerme, ¿piensas honrada y lealmente que a mí lado puede crecer y desarrollarse alguna forma de enemistad, de inquina contra ti?

Flaco servicio me harías y flaco sería el criterio que me harías concebir de tu lealtad, si no confías en la de los demás, probada ya en una larga, dura y peligrosa brega.

¿Ahora son amigos tuyos leales y confiables, Gonzalo, Lepage, Carpio Castillo y otros que no nombro, como Luis Esteban Rey? En oportunidades tuve que enfrentarlos para defenderte y defender al partido. Es posible que todo eso pueda olvidarse si está en juego el porvenir del país y hasta la estabilidad de las instituciones democráticas, como se han dado a propalar tus supuestos amigos, los que te negaron en la cárcel o en el destierro, los que se opusieron tercamente a tu candidatura presidencial porque representabas el golpe, un peligro para la estabilidad de la República, un retroceso, la entrega del imperialismo.

No quiero reclamar méritos, porque cuando uno hace lo que le gusta y lo que cree justo, se siente recompensado con el éxito de lo que desea. No te pido adhesión a mi candidatura. Tú puedes pensar de la manera que te parezca y en eso ejerces no sólo un derecho, sino que cumples con un deber. Cuando yo irrumpí en 1958, frente a grandes sectores para señalar tu nombre no te pedí permiso, sino que en algunas oportunidades fui contra tus fórmulas. En el CDN, donde me enfrenté como secretario general a algunos de tus amigos de ahora, hacía lo que consideraba justo y útil y con eso daba satisfacción a mi propia manera de pensar. Cuando te opusiste a la candidatura de Raúl Leoni, yo me enfrenté a tu manera de pensar y con nuestro querido Alejandro te hice saber, después de su sondeo, cómo pensaba y cómo iba a luchar por esa candidatura.

Ahora me toca el turno a mí. No desearía enfrentarme al hermano de toda la vida. Me dolería profundamente. Pero quiero hacerte saber que a mi alrededor está el partido que fundamos juntos, que me conoce porque me ha visto luchando a su lado, sin descanso y sin pedir nada en cambio.

Hoy se realizó en El Pinar un acto de desagravio contra una agresión de tus llamados amigos, en el cual estuvieron presentes 1.250 dirigentes sindicales, en representación de las directivas de 22 de las 33 Federaciones Nacionales de Trabajadores, de 18 de las 23 Federaciones Regionales y de 14 de las 22 Federaciones Campesinas. He recorrido ya 17 estados en los últimos 4 meses y en todos la clamorosa forma como me ha rodeado el pueblo indica que AD ha recobrado su extraordinario vigor, incluso en Caracas, donde se ha convertido en la primera fuerza política.

No te digo esto para impresionarte, porque tú me conoces, acaso más que muchos advenedizos y puedes juzgar el sentido y alcance con que te lo digo, porque creo, mejor sé, que te llenará de orgullo. En todas partes he hablado, no para expresar adhesión personal, cosa que no he necesitado hacer nunca, sino para que los jóvenes aprendan la historia de sacrificios que hemos vivido, de las tareas que realizamos juntos para crear AD y para llevarla al lugar donde se encuentra.

Lo que te cuentan tus amigos sobre las posibilidades de otra candidatura en el partido, tú puedes creerlo porque la creencia forma parte de nuestras reservas afectivas, pero tú antes que un afectivo ciego eres un hombre con inteligencia penetrante y con sentido realista.

Te envié el libro de Juan Pablo al salir de la imprenta. Ha tenido gran éxito. Le dedicaré una nota extensa a tu libro en Política y dentro de poco aparecerán varios libros míos, entre ellos uno con biografías y artículos, entre los cuales figurará la pequeña semblanza tuya. Todos por mi casa te recuerdan y conmigo te abrazan. Tuyo.

Carta de Rómulo Betancourt a Luis Beltrán Prieto Figueroa

Berna, 6 noviembre de 1967

Querido Luis Beltrán:

Largo tiempo ha pasado para que conteste tu carta del 26 de julio.

Por supuesto, mucho menos tiempo del que te tomaste tú para escribirme sobre la situación política venezolana, sobre tu candidatura y para contrarrestar las informaciones de quienes —según tus propias palabras — «te escriben con frecuencia, te envían las noticias que les conviene hacerte llegar y te pintan a los hombres a quienes tú conoces, porque has convivido con ellos, de modo tal que aparecen ahora como tus enemigos, interesados en destruirte, o en disminuir la significación tuya como indiscutible creador y conductor de nuestro movimiento». No estabas bien informado.

Casi no he mantenido correspondencia política con compañeros de Venezuela. En todo caso, si creías que estaba recibiendo yo una copiosa cantidad de mentiras escritas, resulta cuando menos extraño que tú no hicieras el menor intento para contrarrestar esa supuesta oleada de falsedades desatada desde Caracas. Hasta la carta que contesto ahora no recibí de ti en Italia sino apenas unas cuatro letras, que trasudaban pesimismo y la creencia en la frustración de nuestros esfuerzos de tantos años de actividad política. Pensé que tu actitud era producida por la experiencia anchabasista.

Pero te aseguro que no fue como represalia por ese silencio epistolar tuyo que se haya retardado el envío de esta carta. Pensé contestarla lo más pronto posible, y hasta te anuncié en un cablegrama que la llevaría Juan Pablo. Él iba a estar en París un solo día. Pero la noche antes de viajar a llevar la carta se me desató una gripe a virus, violentísima. (Como hecho anecdótico, se me perdió el ticket de la Swissair y para mayor abundamiento, como dicen ustedes los abogados, te incluyo copia fotostática de la carta en que solicito la devolución del dinero por el viaje no efectuado). Esperaba oportunidad segura para enviar esa correspondencia, cuando, en forma gratuita y sin que tuvieras ninguna cuenta por pasarme, lanzaste desde las páginas de El Nacional un ataque directo contra mí. Rompí la carta y pensé no contestarla nunca. Pero después he pensado en la historia. En la necesidad de dejar testimonio escrito de las actitudes de los hombres públicos del país, en momentos de singular importancia para Venezuela.

En tus declaraciones para El Nacional, para poner de relieve mi capacidad para «equivocarme», tuviste que usar dos falsedades, las mismas que han venido utilizando los interesados en negarme cualquier influencia en la conducción de AD. Esas dos afirmaciones carentes de veracidad son: 1) Mi «oposición» a la candidatura de Raúl Leoni; y 2) mi derrota cuando traté de «imponerle» al gobierno que sucedió al mío la continuación de la coalición AD-Copei. Te voy a desbaratar esas afirmaciones sin base alguna de veracidad.

1) Candidatura Leoni: En tu carta eres más preciso a este respecto que en las declaraciones de prensa; dices: «Cuando te opusiste a la candidatura de Raúl Leoni, yo me enfrenté a tu manera de pensar». Y apelas a un testimonio de quien no puede hablar, porque está muerto, nuestro inolvidable amigo Alejandro Oropeza. Parece que a través de él te hice un «sondeo» sobre mi actitud antiLeoni y la rechazaste. Pero resulta que no hay ni un solo miembro de Acción Democrática, cualquiera que sea su rango dentro del partido, a quien expresara yo, en algún momento, oposición a esa candidatura. Cuando me visitó una comisión del CEN para pedir opinión sobre las candidaturas posibles, no expresé simpatía o antipatía por ninguno de los presidenciables de AD. Expresé, con diafanidad y franqueza, porque como político y como hombre, simplemente, no he sido persona de entaparaos en mi manera de pensar.

Creí, y así lo dije, que si la oposición se unía en torno a una sola candidatura, como parecía viable en ese momento, tenía buena opción para triunfar en los comicios. Agregué que debía explorarse con Copei la posibilidad de que ellos apoyaran a un candidato nuestro, escogido de común acuerdo entre los dos partidos de una lista de presidenciables presentada por AD. Nunca supe y nunca pregunté cuál había sido la reacción de los dirigentes de AD sobre esa posibilidad, y nunca hablé acerca de ella a Caldera, o a cualquier otro dirigente copeyano. El día anterior a la fecha programada para mi intervención en la Convención que iba a escoger candidato presidencial me visitó una delegación formada por Alfaro Ucero —presidente de la Convención— Gonzalo Barrios y Luis Augusto Dubuc. Recuerdo muy bien cómo había en ellos cierto titubeo para formular su pregunta: ¿qué iba a decir yo en la asamblea sobre candidatura presidencial? No dejó de causarme sorpresa la pregunta, pero la respuesta me salió sin dificultad. Me iba a limitar a explicar escuetamente la tesis que sostuve meses atrás ante la delegación, del CEN; a decir que la multiplicidad de candidaturas de oposición ya no constituía riesgo del triunfo suyo; que nada opinaría sobre candidato del partido, ni presentaría ninguna moción. Tan marginado estaba a lo que en ejercicio de su soberanía estatutaria resolviera la convención sobre el candidato del partido, que como cualquier otro venezolano fue en la prensa donde me enteré de la esperable escogencia de Leoni y de los votos de minoría recibidos por Barrios, Anzola y Dubuc. Quien pueda demostrar alguna falsedad en este sencillo y verídico relato tendrá pronto oportunidad de desmentirse.

Porque es el mismo que hago en mis Memorias, ya en buena parte escritas. No esperaré a morirme, como lo hará Malraux, para la publicación de los otros 3 tomos de sus Antimémoires. Las mías circularán, en edición completa, en 1968. Si Dios me da vida, como siempre decía mi abuelita. Y es muy curiosa, Luis Beltrán, la contradicción que encuentro en tu carta al hablar de mi supuesta oposición a Leoni. Te refieres al homenaje que te hicieron «centenares de sindicalistas» en respuesta o desagravio a una «agresión de tus supuestos amigos». No pierdas lucidez ni capacidad de análisis. Esa «agresión» a ti fue una comida, sin discursos, que dieron la casi totalidad de los dirigentes sindicales de la vieja guardia, por propia decisión, a otro precandidato. No son «los supuestos amigos míos», sino compañeros de siempre, Luis Tovar, Malavé, Juan Herrera, Olivo, etcétera. Y es sabido que siendo amigos míos fueron los primeros, por boca de Hernández Vásquez, quienes lanzaron la candidatura de Leoni, que yo supuestamente adversé y tú tuviste que «enfrentarte» a mí para hacerla triunfar.

2) No traté de «imponer» al gobierno de Leoni la continuidad de la coalición AD-Copei. En ejercicio de un derecho acordado a todos los militantes del partido, en el foro abierto de un CDN realizado con posterioridad a las elecciones de 1963, argumenté en favor de la tesis de que lo más conveniente para Venezuela y para la estabilidad de sus instituciones democráticas era la prolongación, bajo el gobierno de Leoni de la coalición que funcionó hasta la terminación de mi mandato. No solicité de nadie que me apoyara en esa tesis. Fue estando ya fuera del país cuando leí en un Boletín Interno que se había acordado en ese CDN la no continuación de la coalición AD-Copei y dejarle al presidente de la República manos libres para hacer alianzas con otros partidos en la integración de su gabinete ministerial. No me sentí un derrotado en ese debate, porque ni siquiera formulé una moción en torno a mi tesis. Sigo creyendo que esa era la fórmula más favorable para el país, cuyas instituciones democráticas son aún endebles, porque en menos de diez años no se le dan asentaderas firmes a unas normas de gobierno que apenas han tenido escasa vigencia en nuestros ciento cincuenta años de República. No puede analizarse hoy si Copei hubiera acompañado al presidente Leoni tanto tiempo como me acompañó a mí, pero sí puede decirse que su comportamiento del 59 al 64, fue inobjetable. Que es un partido leal a los compromisos adquiridos, sin gente ávida de enriquecimiento ilícito y el cual, no obstante su confesa militancia católica, no pretendió que el gobierno por mí presidido, aceptara órdenes o imposiciones de la Iglesia. ¿Se puede decir lo mismo de la combinación anchabasista? Hoy hay una acerba pelea política tuya con Uslar Pietri, porque éste atacó al gobierno y a los posibles candidatos de AD con ese odio visceral que le viene de su raigambre gomecista-medinista. Muy poco puede dar URD como prenda de confianza en su lealtad política, y sus ejecutorias, desde el punto de vista de la moralidad administrativa, no serán de las que recogerá la historia contemporánea de Venezuela como ejemplos edificantes.

Dejo precisadas estas cuestiones para demostrarte que fueron gratuitas y sin base de veracidad las acusaciones que públicamente me hiciste. No tengo interés en desagraviar a Leoni, porque de él como presidente no he recibido sino su amistad; y si no le pedí ningún favor en los comienzos de su gobierno, ni siquiera el nombramiento de un portero de ministerio amigo mío, menos lo haría ahora que está en vísperas de terminar su mandato. En cuanto a Copei, ninguna relación he tenido con ese partido desde que salí de Miraflores. Incidentalmente me he encontrado en Europa con Caldera Y con otros dirigentes de ese partido, y nunca oyeron de mí la versión de lo que dije en el CDN pos-elecciones. Lo que dije grabado quedó, porque debes recordar cómo quise dejar en esa ocasión registrada en una cinta magnetofónica cuanto iba a decir.

Para terminar con este tema de las candidaturas presidenciales me dices en tu carta, y es verdad, que apoyaste la mía en 1958, aún antes de mi decisión de salir a la calle a solicitar el voto del electorado. En mis Memorias he intentado dar una explicación racional y seria a esas vacilaciones mías. Pero cuando fue lanzada la candidatura de Larrazábal, debajo de un retrato de Medina y junto con Jóvito y el estado mayor medinista, tomé la decisión de derrotar en los comicios a quienes significaban el retorno a lo que desmanteló el 18 de Octubre. Debes recordar que dije en el CDN, sin falsas modestias y de frente, que mi candidatura era la única en AD capaz de derrotar al neo pedecomunismo, y que yo debía ser el candidato del partido. Te refresco la memoria porque anda por allí la versión —se la oí en Nápoles a González Navarro— de lo decisivo de tu influencia para mi postulación. En síntesis: reconozco y admito tu actitud definida en favor de mi candidatura, pero ella no fue contrapuesta a ninguna otra de miembro del partido. Tenía peso específico propio. Los después miristas apoyaban a Larrazábal; algunos de los arsistas a Pizani; ninguno a candidatura de partido distinta a la mía. Hablar de mí mismo no me resulta fácil, pero los hechos tienen su propia lógica.

«Tú y yo fundamos el partido, compartiendo privaciones a todo lo largo del país», me dices en tu carta. No sólo tú y yo, Luis Beltrán, fundamos el partido. Muchos otros más echamos las bases de nuestra organización, desde los días de 1937, cuando sólo éramos un puñado de luchadores en la clandestinidad. Y no te has preguntado a ti mismo, ¿por qué son tan pocos los fundadores del partido y los de las generaciones del 36 y del

45, con destacada actuación política, que están al lado mío? Puede ser que en algunos prive la idea de no creerte un candidato viable. En los demás, el rechazo a la maquinaria faccionalista de Paz Galarraga, a la cual estás aferrado.

No es nueva en mí la actitud de repudio a la maquinaria neo-arsista que jefatura ese señor, ni nada tiene que ver con la actual disputa de las candidaturas.

Debes recordar cómo, antes de salir del país en 1964, reuní en «Los Núñez» a un grupo grande de dirigentes, tú entre ellos. Y les hice una pormenorizada exposición sobre el peligro que significaba para el país y para AD la existencia evidente de una corriente fraccional montada por

ese señor después de la salida del partido de quienes con él habían formado dentro de AD el llamado en nuestra jerga Grupo ARS.

Textualmente lo definí como «el arsista que no dio el paso al frente con Ramos Giménez y su gente».

No tengo por qué ocultar que en Nueva York, con un pequeño grupo de compañeros, auspicié la candidatura de Léidenz para enfrentarla a la de Paz en la Secretaría General, cuando la Convención de 1955. En esas actitudes mías no privó en ningún momento la idea de que el llamado «pacismo» pudiera anular la posible, o segura, influencia mía dentro del partido, Paz es Paz y yo soy yo. Las razones de mi proceder han sido dos.

La primera, que esa maquinaria no respondía a motivaciones ideológicas, sino a un afán de monopolizar el control del partido por la vía de la burocratización y del apañamiento de la gente más desaprensiva y de ética más vulnerable. La segunda, el recuerdo casi obsesivo del daño que una sola familia, ni siquiera una maquinaria, le hizo a AD en 1948. Esos quistes malignos, si no se extirpan a tiempo, son capaces de producir daños impredecibles a una organización política. En 1964, cuando alerté a los dirigentes del partido sobre la peligrosidad de esa maquinaria faccionalista, no quise repetir la actitud mía de 1948, cuando no hablé con claridad a los dirigentes sobre el daño que podían causar las maniobras de la bautizada por el viejo Valmore como Familia Sung.

Durante los largos años del exilio me torturó la idea de que fue acaso por un impulso de soberbia el silencio mío de 1948.

Si alguna persona sabe de la negatividad de esos grupos fraccionales o familiares, eres tú, Luis Beltrán.

Dices y repites en tus intervenciones públicas que tienes buena memoria.

La naturaleza me dio también esa valiosa cualidad de saber recordar, por eso ambos tenemos muy presente una escena. Fue el 19 o el 20 de octubre de 1945 en la oficina presidencial de Miraflores. Una comisión del CEN, de la cual era vocero Luis Lander, venía a objetar tu nombramiento de ministro de Educación. Argumentó: era un reto lanzado a la Iglesia Católica. Reaccioné con inocultable vehemencia, tanto que en mí se vio a «un futuro dictador». Dije que si alguien estaba ubicado en la posición justa eras tú por tu sólida formación pedagógica y por tu larga trayectoria de educador. Se te llamó entonces y tú, a quien le habían hecho el mismo planteamiento antes que a mí, admitiste la tesis de la inconveniencia de tu presencia en el MEN. El substituto fue sacado del sombrero de copa de la familia prestidigitadora: un miembro del clan.

Después vino lo del 321, provocación política y adefesio pedagógico.

Tengo entendido que ni siquiera te fue consultado su texto, pero lo defendiste a capa y espada, por creer en su conveniencia y porque a él se opuso la jerarquía católica y las escuelas dirigidas por curas y monjas.

Esa actitud tuya fue el obstáculo presentado por Mario Vargas y Delgado Chalbaud cuando hubo un cambio de Gabinete y les plantié [sic] tu candidatura para ministro de Educación. Llegué hasta plantearles que si había empate en la junta, de tres en favor y de tres en contra, porque tú no podías participar en esa eventualidad, se aplicaría la norma general en los cuerpos colegiados de ser doble el voto del presidente. No hubo necesidad de llegar a ese extremo, y así pudiste ser ministro de educación durante los últimos meses de la Junta, cargo en el que te ratificó Gallegos.

Es que siempre te has jactado, Luis Beltrán, de una especie de enemistad personal con Dios y con la Iglesia Católica. Aquí tengo en mi mesa una carta tuya bastante agresiva, recibida por mí en Nueva York en 1964, en respuesta a una muy cordial y afectuosa que te escribiera. Por lo del Modus Vivendi con el Vaticano le predices al país graves daños para el futuro a causa mía; y dices que al proceder así olvidé que el pueblo venezolano era «volteriano». Y déjame decirte, con leal franqueza, que para destruir, o tratar de destruir, esa imagen de anticatólico cultivada por ti durante largos años se está llegando a extremos muy peligrosos. La presencia en el presídium en tu reciente mitin de Maracaibo de los sacerdotes Espinoza y Ríos puede enseñarle otra vez al camello el camino de la tienda. O dicho más concretamente: volver a las andadas de 1946, cuando el clero fue factor beligerante en la contienda electoral.

Aprendimos todos la lección de lo negativo que fue esa injerencia del clero en la política, y por eso en las elecciones del 58 y del 63 se mantuvieron al margen de la discordia partidaria. Si lo de Maracaibo se repite, veremos a los curas procopeyanos, muchísimos más que los afectos a AD, utilizando el púlpito y el micrófono del mitin para combatirnos. Y tendríamos que repetir, y con su misma aprensión, aquella frase del Quijote a su escudero: «Con la Iglesia hemos dado, Sancho».

Me dices que «AD ha recobrado su extraordinario vigor, incluso en Caracas, donde se ha convertido en la primera fuerza política». No tengo por qué dudar de tu palabra y me complace saber que el partido tenga tanta pujanza. Pienso que si en las primarias de Caracas votó la exigua cifra de 13.000 militantes se deba a una especie de protesta pasiva de muchos compañeros por las luchas internas partidistas. Pero grande o pequeño el número de nuestros militantes en la capital del país y centro

de sus actividades vitales, lo cierto es que su dirección actúa en forma demagógica e irresponsable, y habla un lenguaje que no es el de AD sino el del «douglasbravismo». Ni tú ni yo tenemos ni pizca de estimación por Uslar Pietri, y en el prólogo de la 2a. edición de Venezuela, política y petróleo, le paso de nuevo la cuenta por el daño que le ha hecho al país.

Pero fue una insensatez y una falta de respeto a la nación ese episodio en la Plaza Bolívar, justificado después por Salom Meza argumentando que UP es «un vulgar agente de la oligarquía y del imperialismo». El mismo compañero le tomó a préstamo a Carmichael sus palabras en las OLAS habaneras y le dijo a los negros de Estados Unidos que desataran o continuaran la vía de la violencia, haciendo su Guerra Federal. En esas mismas insólitas declaraciones —las tengo frente a mí, en recorte de la página de El Nacional— afirmó que los capitalistas venezolanos «robaban» a los trabajadores. Fue más lejos que Marx; estuvo más de acuerdo con Proudhon: «La propiedad es un robo». Y añadió que sólo a partir del próximo gobierno serían atendidas las necesidades de los 6 millones de «damnificados» que había en el país. Charlita Muñoz dirigiendo y adoctrinando «milicias blancas» juveniles, es algo para suscitar la risa, si no fuera un síntoma revelador de cómo ha descendido la moral del partido en Caracas. Y Luis Salas arengando a obreros portuarios para que no sigan saboteando a los buques de países

comerciadores con Cuba, porque Castro no es nuestro enemigo sino el imperialismo yanqui, dio una demostración pública más de su filiación douglasbravista.

Esa verborragia «guerrillera» en boca de militantes del Partido de Gobierno, afiliados a la corriente que te apoya, le hacen un daño inmenso al país, al régimen de Leoni, al partido y a ti mismo. No se puede olvidar que nuestra clase empresarial es asustadiza y reacciona ante los sustos desinvirtiendo y sacando la plata del país, o estimulando conspiraciones.

Presente debemos tener nuestra dependencia del petróleo, y que nada ayuda en nuestros esfuerzos para superar esa dependencia estribillos de tan típica filiación comunista como es de: «Prieto seguro, al yanqui dale duro». Debemos seguir cumpliendo el deber, nunca eludido por los gobiernos de AD, de la defensa de los intereses nacionales en las relaciones políticas y comerciales con los Estados Unidos. Pero defensa sin grita demagógica y provocadora. Y, precisamente, este es el momento menos indicado para tal clase de vociferaciones. Ya no está Kennedy en la Casa Blanca, y los reveses en Vietnam y la explosión del problema negro están impulsando en Estados Unidos una oleada de opinión tan reaccionaria como la que precedió a la era macarthista. Esta no es la hora para el desplante antiyanqui palabrero, sino para la pelea monga, que dicen los boricuas; o para dar el pase agachado de nuestra jerga criolla.

Unos pocos párrafos finales, porque tengo mucho sueño y esta carta está resultando tan larga como la Epístola de Pablo a los Corintios.

Nunca he dicho a nadie que estás «rodeado de enemigos míos» y que de llegar al gobierno «reaccionarías en contra mía». Nunca serán enemigos míos, para citar unos pocos de tus adeptos, una Mercedes Fermín, un Octavio Andrade Delgado, un González Navarro, el poeta. Pero sí está toda la fauna faccionalista y buena parte de los poca vergüenza de la tribu. Estos me detestan, porque «llevan la marca de mi hierro».

¿Recuerdas aquello de nuestro viejo Sarmiento de que «todos los caudillos argentinos tenían la marca de su hierro»? Uno que me detesta y lo profesa, y lo grita, es tu ya famoso sobrinísimo, Antonio Espinoza Prieto. Esto no me ha preocupado desde el punto de vista del sujeto, sino por la vinculación que la gente establece entre el proceder suyo y una inexistente enemistad entre tú y yo. Creo que su malquerer hacia mí nace de una expresión dura mía con él, acaso un ajo que le eché la misma noche en que le conocía. Fue en tu casa de La Asunción. Salí del cuarto del viejo Loreto, moribundo, limpiándome con el revés de la mano dos lágrimas viriles. Era tu padre y mi amigo. El jovenzuelo ese se acercó al sitio donde tú y yo estábamos en adolorido silencio, y pretendió iniciar conmigo una discusión, porque a pregunta suya me manifesté opuesto: en las específicas condiciones de Venezuela, a la sindicalización de los empleados públicos. Entonces, fue que prácticamente lo eché de nuestro lado. Desde entonces y más en recientes meses, me llega por todas las vías posibles la noticia de que se expresa de mí en los términos más groseros y plebeyos. Inclusive por la prensa acaba de decir que «nos encontraremos en el 23 de Enero y en cualquiera de los pueblos venezolanos» supongo que al lado tuyo, con una vera en la mano. ¿Qué sabe ese joven pedante de los esfuerzos y las luchas que ha costado este partido? Él sabe de él que sus gobiernos le garantizan hasta tres pródigos enchufes burocráticos y tiempo libre en su bufete para algún trafiquillo de influencias. Esto último por si no lo sabías, llegó a oídos de quien me lo contara en Nápoles, y no es un chismoso cualquiera sino un hombre respetable y común amigo nuestro: Juan Pablo Pérez Alfonzo. En cuanto a lo de la reacción en contra mía no la he mencionado porque ni tú ni nadie de nuestro grupo que llegue a la Presidencia podría, aún cuando quisiera, reaccionar en contra mía dándole a ese concepto su contenido dentro de la antigua política venezolana. El viejo caudillo «reaccionaba» contra su antecesor y compadre dejándole cesante a su clientela burocrática y descuidándole la protección de sus «intereses», o apropiándose de ellos. Yo no tengo clientela burocrática, ni con Leoni hoy ni con quien le suceda mañana, si es un hombre de AD. En cuanto a «intereses» por defender, ni dentro o fuera de Venezuela tengo un maíz para asar y si se interpretara en términos más generales y amplios ese concepto de «reaccionar» como un cambio, radical en los rumbos políticos y, administrativo del país, mi respuesta sería la que le dio a sus acusadores Jean Aguerre, el personaje de L’Engrenage que leímos juntos en el exilio, allá en La Habana, «Ustedes tendrán que seguir, con cambios de estilo, las mismas normas que yo seguí, por ser las únicas posibles».

Lo cierto hoy es que el partido está dividido y dándole al país el feo ejemplo de su anarquía interna. Comprendo las lágrimas de Raúl. Yo he tenido y tengo un dolor íntimo, mezclado de vergüenza. Algo así cómo lo que sentiría un padre que crió y educó con el mayor esmero a su hija y después ella se hizo «pensionaria» de un burdel. ¿No podrán ustedes encontrar una zona de entendimiento? Yendo dos candidatos de AD las elecciones se perderían, y ambos grupos, por el carnaval de injurias que escenificarían, quedarán cubiertos de descrédito. Todo esto dando por sentado que un nuevo 24 de noviembre no ponga cese a la guachafita.

Por mi parte, lo único que políticamente me interesa es que ustedes encuentren una fórmula de avenimiento, por bien del país y de AD. No aspiro a posiciones ni a honores de ninguna clase. Mi puesto en la historia —grande, regular o pequeño— ya lo tengo adquirido: «Lo bailado no me lo quitará ya nadie», para decirlo con la malicia gaucha de Martín Fierro. Sobre ustedes, los de ambos bandos, factores activos y militantes de la crisis, que viven el país y el partido, reposa el lote definitivo de responsabilidad en esta hora incierta para Venezuela. Es lo mismo que he dicho a quienes ocupan la acera de enfrente a la ocupada por ti y tu gente.

Abrazos a la comadre, cariños para tus hijos y un fraternal abrazo para ti,

Rómulo Betancourt

P.S. Dejaba de comentar una frase de tu carta. Es ésta: «No desearía enfrentarme al hermano de toda mi vida. Me dolería profundamente».

Por mi parte elimina esa preocupación. Si en definitiva voy a Venezuela, sería para tratar de ejercer una función moderadora, discreta, al margen del mitineo. Estoy seguro de tu imposibilidad de injuriarme, porque te conozco; y si al lado tuyo lo hiciera la sargentería pacista, le respondería con el silencio más expresivo y más despreciativo.

Al respecto, cuenta Carlos Andrés Pérez lo siguiente:

[…] Estando yo en mi casa, en Vista Alegre, me llama Alejandro Oropeza Castillo: «Mira, Carlos Andrés, ¿qué estás haciendo?, ¿ya almorzaste?»

Le respondo que sí. «Entonces vete para mi casa, yo estoy con Rómulo Betancourt». Nos encontramos y Oropeza me dice, en presencia de Betancourt: «Yo le estoy contando a Rómulo que los líderes de AD se olvidaron de tantos años de exilio y llegaron a Venezuela como si nada hubiese pasado, y eso no está bien. Yo creo que aquí hay que dar un salto y que después de Rómulo, no sea ni Leoni ni Prieto, sino uno de la generación de ustedes, Carlos Andrés, porque, te repito, aquí hay que dar un salto para la transformación de Venezuela.

CC. ¿Y qué le respondió usted?

CAP. Eso no es posible, Alejandro. Tú sabes que si yo aspiro, habrá problemas con Leoni, con Prieto y los mismos de mi generación van a querer aspirar en igualdad de condiciones. Dejemos que la cosa siga así.

«Claro que es posible —contestó Oropeza—. Yo, que soy de la generación de Leoni y Prieto, me encargaría de hablar con ellos».

CC. ¿Qué le dijo Rómulo?

CAP. «El hombre eres tú, porque eres el más audaz». Yo respondí: «No es cuestión de audacia, es que sencillamente no es posible». Es más, les voy a contar esto. Hace 15 días se presentó en el Ministerio del Interior, un señor norteamericano, concretamente el vicepresidente de The Washington Post, y me dijo lo siguiente: «Yo he sido mandado a aquí porque en Estados Unidos hay una gran preocupación por la sucesión de Rómulo Betancourt. Consideramos que el gobierno de Betancourt es el comienzo de la transformación en América Latina y allá se piensa que el candidato que sustituye a Rómulo debe ser usted, para garantizar ese proceso». Yo había llevado mi intérprete y él me pidió que lo sacara, porque lo que iba a hablar no lo debía saber nadie sino él, yo y su intérprete, que era Soler —que después nos fue muy útil a nosotros— de nacionalidad cubana. «A usted no lo conocen internacionalmente y nosotros estamos en capacidad de hacerle la campaña internacional para que lo conozcan». Yo le respondí que no se trataba de eso: «Para mí, es demasiado temprano». A lo que él preguntó: «¿Y mañana no será demasiado tarde?» Eso no importa y le expliqué las cosas. Lo que revela este episodio, es cómo debí enfrentar las tentaciones, que se repitieron cuando Gonzalo Barrios fue candidato y el partido quería que fuera yo. Y yo me negué".



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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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