"El socialismo es la única vía para la salvación de la humanidad"
"El perdón es la oportunidad que se le brinda al pecador para que negocie su "salvación". Me he preguntado toda la vida ¿De qué tiene que salvarse el hombre? ¿De qué tengo que salvarme yo?
"Un cristiano se siente salvado y vive en la esperanza, no en la incertidumbre. Confía en Dios por encima de todo. Por eso desea contribuir a la salvación del hombre en sus circunstancias concretas, sin condenar a nadie"
Hans Küng
El portal Aporrea publicó un articulo (doxástico) de León Moraria (LM) ("El perdón no existe") .En el articulo de (LM) se puede leer:
"El perdón es la oportunidad que se le brinda al pecador para que negocie su "salvación". Me he preguntado toda la vida ¿De qué tiene que salvarse el hombre? ¿De qué tengo que salvarme yo? Y como nunca encontré nada de lo cual tenga que salvarme, adjuré de la creencia y me declaré librepensador y materialista al asumir el concepto científico, "la materia es el origen de todas las cosas, por cuanto, de la nada nada adviene".
Esta aportación pretende introducir algunos comentarios inspirados por la cita anterior de LM.En el escrito de LM no hay ninguna "definición" de "salvación" ni de "perdón",sin embargo, LM afirma sin demostrarlo que el perdón no existe.
Si te pregunto: "¿Quieres salvarte?", y más aún si te pregunto: "¿Crees que Dios nos salva?", si has tenido una formación religiosa la pregunta te sonará familiar, aunque no muy acostumbrada. Y si has nacido más acá de 1970. es bastante probable que te quedes mirándome perplejo y me preguntes: "¿De qué?". Hoy la necesidad de salvación no es evidente. Más bien podremos hablar de la salvación olvidada. Vivimos en un mundo de contrastes y dicotomía: amor y odio, esperanza y frustraciones, dicha y llanto, fe y duda, ofensa y reconciliación, encuentros y pérdidas... La salvación es también un concepto que tiene sus opuestos: desde los más sombríos y terribles ("condenación" es quizá el que tiene resonancias más dramáticas) hasta otros como "fracaso", "castigo"... Pero hoy las personas se plantean las cosas con un horizonte no demasiado definitivo; las vidas ya no se viven pensando en "salvarse" o en el miedo a perderse, a no ser que uno esté en una situación de riesgo o necesidad real, efectiva, comprobable, en cuyo caso la salvación es muy poco escatológica, nada divina y muy tangible: comida para el hambriento, un trasplante para el enfermo, trabajo para el desesperado, una novia para el solitario .
Uno actúa para sentirse bien, por coherencia con unos ideales, para ayudar a otros, por gusto o por opción; pero ¿por salvarse...?; ¿de qué? Y, sin embargo, es necesario recuperar la enorme riqueza de esa idea a la hora de percibir la realidad de nuestra vida de fe. Porque sí: de alguna manera, todos -el juez y la enfermera, el cura y la decana, el editor y la programadora, la farmacéutica y el conserje...-estamos llamados a vivir la salvación. Vivirla ahora y en el futuro. Vivirla como algo que tiene que ver con Dios y también con el sentido profundo de nuestras vidas y de nuestro mundo.
Aunque no pensemos a diario en términos de "salvación" o similares, sí buscamos a Dios como una presencia real en nuestras vidas, y entendemos que esa presencia condiciona lo que vivimos, somos y anhelamos. Rezamos para que intervenga, le pedimos ayuda, le agradecemos las cosas buenas que nos pasan... Y al tiempo nos sentimos actores protagonistas en esta obra. Tenemos capacidad de decidir, de hacer, de soñar y de avanzar. No está todo escrito. No basta hoy pensar, con mentalidad medieval, que esta vida sólo es un tránsito (un valle de lágrimas) en espera de la plenitud en la que ya todo será bueno. Es cierto que creemos en una plenitud y una eternidad, pero nos parece deseable y conveniente que comience ya aquí. Esta vida que nos toca vivir, con su intensidad y su belleza, debe ser ya parte de aquello que algún día encontraremos. Precisamente por eso nos resulta más doloroso el ver las vidas rotas en callejones sin salida. Porque nos cuesta aceptar que la eternidad sea la única respuesta, seguimos aspirando a que esa justicia misericorde comience ya.
Los teólogos de la liberación tenían esto muy claro cuando acogieron y reformularon la idea de la historia como el lugar de la acción de Dios. Hablaron de la historia como lugar de pecado y de salvación, como lugar de encuentro, de liberación y de reino. Hablaron de la praxis histórica como camino para alcanzar dicha liberación. En todo caso, su mayor novedad era la comprensión de la historia como el primer espacio de la teología, y el espacio en el que tiene lugar la relación de Dios con el ser humano. Y por eso propusieron una teología contextual, que no partiese de los libros y las doctrinas, sino de las vidas de las personas en cuyo seno se gestaba.
¿Qué supone esa búsqueda de un Dios que actúa en la historia? Frente a concepciones que sitúan a Dios en un plano diferente, llamémoslo trascendente o definitivo, la cuestión clave es comprender que Dios actúa en la historia particular y colectiva, en los eventos de cada día; no hay que mirar a un cielo difuso para buscar a Dios, sino a la vida en torno, con sus dramas y sus gozos, con sus dolores y sus alegrías... El pecado es histórico, y también la encarnación, y la esperanza, y la salvación. El tiempo de Dios es un tiempo que trasciende la historia, pero también un tiempo histórico.
Ahora bien, el propio contexto en que surgió esa teología (el de una América Latina atravesada por la opresión y la injusticia) condicionó enormemente las propuestas. En consecuencia, se identificó el presente como el tiempo de la opresión y el pecado, y el futuro como el tiempo de una salvación que había que construir. Se generó con ello un discurso con un cierto tono apocalíptico. El cambio radical, la revolución y la ruptura con el pasado se convertían en imperativos para el presente, mientras el futuro era el tiempo de la esperanza. Sería imprudente y falso acusar a estos teólogos de «aparcar» la salvación, pues precisamente uno de sus nombres (la liberación) es el fundamento de su propuesta, y la exigencia de esa liberación su grito imperioso. Pero sí hay que señalar que su propuesta no era, sin más, extensible a otros lugares (lo que, sin embargo, se hizo, olvidando precisamente que se trataba de una teología contextual).
-
¿Por qué nos interesa Jesucristo?
Muchas personas se interesan por la persona y la historia de Jesús. ¿Por qué? Precisamente porque en El descubren o de El esperan algún tipo de salvación. Y la salvación nos es muy necesaria a los humanos. Si nos preguntamos quién es El, es porque significa algo para nosotros. Primero es este interés por la salvación el que nos lleva a fijar nuestros ojos en Jesús. Pero, llega un momento en el que la fe se va quedando desnuda y fija su atención en Jesucristo, simplemente porque es Jesucristo y no por los beneficios que nos proporciona. Entonces no dirigimos nuestra mirada a Jesús guiados por nuestros deseos; vamos a El sólo guiados por la fe y la confianza. Éste es el momento supremo de la fe pura y desnuda. Es el momento en el que «aunque no hubiera cielo yo te amara y aunque no hubiera infierno te temiera». Es como ese momento en el cual amamos a Dios "sólo porque es Dios y no porque nos consuela", como decía santa Teresa de Jesús. Como dice la oración popular, «por ser vos quien sois y porque os amo sobre todas las cosas».
Antes de llegar a esos niveles de fe los cristianos hemos de recorrer un largo camino mucho menos gratuito, mucho más interesado, legítimamente interesado. Nos acercamos a Jesús y lo buscamos porque lo necesitamos, porque esperamos encontrar en Él salvación, respuesta a nuestras búsquedas, satisfacción a nuestras expectativas y anhelos. Pero hay que estar muy atentos, para que nuestros deseos y esperanzas no nos engañen, para que la búsqueda sea totalmente honesta y en verdad. Tenemos que estar dispuestos a rectificar los deseos y hasta los prejuicios cuando llegamos a Jesús. Buscamos en El la salvación y la felicidad, pero tenemos que estar dispuestos a que El mismo, su persona y su mensaje, corrijan incluso nuestras ideas de salvación y de felicidad. Quizá los seres humanos no sabemos a ciencia cierta en qué consiste nuestra salvación, cuál es nuestra verdadera felicidad. Por eso la buscamos tantas veces por caminos equivocados.
Algunas personas se acercan a Jesús por puro gusto estético, porque es una figura con un esplendor especial, que seduce, fascina, entusiasma... Otras personas se ocupan de El por pura curiosidad. ¿Quién es ese hombre que ha tenido tanta repercusión en la historia humana? ¿Por qué la humanidad no puede ni quiere prescindir de Él? Sin embargo, en la mayoría de los casos las personas se interesan por Jesús porque buscan en Él salvación. Por esta razón siguieron sus pasos algunos de sus contemporáneos. Por esta razón algunas personas que escucharon la predicación de los Apóstoles se incorporaron a la comunidad cristiana. Por esta razón los pensadores cristianos pusieron tanto entusiasmo en los debates sobre la identidad y la misión de Cristo. Por esta razón hay tantas personas que siguen interesadas en la persona de Jesús. Porque la predicación cristiana sigue afirmando que "en Él está la salvación".
¿Qué salvación ha buscado y sigue buscando la humanidad? ¿La encontraremos en Cristo? Cuando decimos que "en Él está la salvación", ¿qué queremos decir? ¿En qué consiste la salvación? ¿En qué consiste la salvación cristiana? Jesucristo será insignificante el día que nadie experimente salvación en Él, el día que el encuentro con Él nos deje a todos fríos.
III. Dinos, Jesús: ¿qué es la salvación, qué es la felicidad?
La crucifixión iguala a Jesús con otros muchos crucificados de ayer y de hoy. Pero hay algo nuevo en este crucificado: sus seguidores confiesan que Dios lo ha resucitado. Y todavía hay algo más singular: ellos confiesan haber encontrado en El y sólo en El la salvación. "Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos" (Hch 4,12). El propio nombre de Jesús significa "Dios salva" (Mt 1,21). Confesar que Jesús es el Señor es necesario para conseguir la salvación: "Porque, si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo" (Rom 10,9).
El credo cristiano afirma que toda la historia de Jesús tuvo lugar "por nosotros", "por nuestra salvación", "a favor nuestro". El vino "a dar su vida en rescate por muchos" (Me 10,45). "Cristo murió por nuestros pecados" (1 Cor 15,3). Juan afirma: "los amó hasta el extremo" (Jn 13,1). Y Pablo: "me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gal 2,20).
"Por nosotros": esta fórmula se repite muchas veces en el Nuevo Testamento. Se refiere a la fuerza salvadora de la vida y misión de Jesús. "Por nosotros" significa "a favor nuestro". Dios ha intervenido en la historia de Jesús a favor nuestro, para nuestra salvación. Otras veces aparece la fórmula "por nuestros pecados", es decir, para librarnos de nuestros pecados. Ésta es una buena noticia para nosotros, que somos pecadores: Dios ha intervenido misericordiosamente en Cristo a causa de nuestros pecados, para librarnos de ellos. También aparece la fórmula "por nuestra salvación". "El se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que creen en El" (Heb 5,9). Esta es la fórmula que recogió el credo apostólico: "Que, por nosotros y por nuestra salvación bajó del cielo".
Por eso adquirió tanta importancia en la comunidad cristiana el título "Salvador" aplicado a Cristo. "Jesucristo es nuestro Salvador". Aunque no abunda demasiado en los primeros escritos cristianos. En todo caso, una cosa está clara en el Nuevo Testamento: una serie de personas siguieron a Jesús, antes y después de la Pascua, porque encontraron en El la salvación, porque comprendieron que en Jesús estaba Dios ofreciendo salvación a la humanidad. Desde entonces muchos cristianos buscan y dicen encontrar sentido y salvación en Jesucristo. Los contemporáneos de Jesús buscaban salvación en El movidos, en primer lugar, por sus necesidades más elementales. Buscan en Él pan, salud, consuelo, acogida, reinserción en la comunidad, liberación de la culpa y del sufrimiento. Pero también porque ven o sospechan en El al Mesías anunciado por los profetas, que había de liberar al pueblo. La autoridad de sus enseñanzas, el anuncio del Reino de Dios, sus milagros, el gesto de perdonar los pecados... explican poiqué muchas personas se entusiasmaron con El y le siguieron. El es el profeta que debía venir; es el salvador del pueblo.
Pero no siempre las personas le buscan para conseguir la salvación que Jesús ofrece. Algunos le buscan sólo porque les de comer, "porque habéis comido de los panes y os habéis saciado" (Jn 6,26). El mismo Pedro parece buscarle y seguirle interesadamente: "¿Qué recibiremos, pues?" (Mt 19,27). Los hijos del Zebedeo le piden los primeros puestos y los otros diez se indignan contra ellos (Me 10,37.41). Algunos incluso sólo esperaban que les liberara de la dominación de los romanos. Jesús mismo corrige constantemente a sus seguidores: "No sabéis lo que pedís" (Me 10,38).
Este es quizá el principal drama humano, que no sabemos en qué consiste nuestra verdadera salvación, dónde está nuestra felicidad. No sabemos lo que pedimos, ni sabemos si lo que pedimos nos conduce a la salvación o nos aleja de ella. Y tampoco atinamos con la fuente de nuestras desgracias, eso a lo que la fe cristiana llama "el pecado". Necesitamos ser iluminados, que se nos revele en qué consiste nuestra salvación, nuestra liberación, nuestra felicidad. Y necesitamos también ser liberados de nuestro pecado. Somos ciegos en estos asuntos tan importantes.
A veces pensamos la salvación a partir de las experiencias más gratas y positivas de nuestra vida, esos momentos en los que nos inundan la alegría y la felicidad. Son esos momentos en los que experimentamos el amor, la comunión, el encuentro con una persona, la realización de nuestros proyectos, la belleza de la naturaleza y de las obras humanas... Pero con mucha más frecuencia pensamos la felicidad y la salvación cuando estamos rodeados de experiencias negativas de sufrimiento y de fracaso. Concebimos la salvación como el reverso del sufrimiento, como "redención y liberación". Cuando nos acosan la calamidad, el sufrimiento, el dolor, la miseria... entonces soñamos con lo que debe ser una vida humana buena y feliz. Con frecuencia pensamos la salvación y la felicidad desde nuestra historia de sufrimiento. Esto lleva consigo un peligro: que la salvación y el salvador sean sólo la proyección de nuestros anhelos más profundos o de nuestros deseos más secretos. A veces nos construimos ideas falsas de la salvación y del salvador en nuestro vagar inútil en pos de la felicidad. Por eso, necesitamos que nos revelen o nos clarifiquen en qué consisten la salvación y la felicidad. Por eso, la revelación es como el primer estadio de la salvación. Jesucristo es nuestro salvador, en primer lugar, porque nos revela en qué consisten la verdadera salvación y la verdadera felicidad y porque corrige muchas de nuestras falsas esperanzas y expectativas. No debemos definir a Jesús desde nuestros deseos de salvación y felicidad; debemos definir la salvación y la felicidad desde la persona y la vida de Jesús.
La búsqueda de la salvación y la felicidad no es egoísmo; es derecho legítimo de toda persona. Buscar la felicidad es un deber y una vocación. Pero a veces la buscamos por caminos equivocados. Por eso, necesitamos dejarnos iluminar por la historia de Jesús, superar nuestro pequeño mundo, no encerrarnos en él, abrirnos al mundo que nos revela el Evangelio.
¡La cultura moderna es tan distinta de la cultura de los tiempos de Jesús! Por eso, el hombre y la mujer modernos buscan la salvación y la felicidad por caminos completamente nuevos y distintos.
En primer lugar, para la cultura moderna la salvación no es un asunto religioso. No es un asunto de Dios, sino del propio ser humano. Hoy la salvación y la felicidad no están asociadas, por supuesto, a las bienaventuranzas evangélicas. Están asociada a la salud física y psíquica, a la juventud, a la belleza, a la prosperidad material, al éxito profesional, a la realización personal en el amor... A todo esto se le llama salvación, felicidad, "calidad de vida". Verse libres de la pobreza, de la enfermedad, de la soledad... esos son indicadores de salvación y felicidad.
En segundo lugar, para la cultura moderna la salvación no viene de Dios; es producto de la historia humana. Incluso se ha eliminado el término "salvación" y se prefiere hablar de "realización, autorrealización, liberación, emancipación...". La salvación no es oferta gratuita de Dios; es empresa humana, es realización o autorrealización del ser humano. No hay que esperarla; hay que conquistarla a base de una lucha titánica contra la adversidad, la desgracia, las carencias. Por eso el hombre y la mujer modernos acuden a la medicina, a la psicología, a la economía, a la tecnología y a otras ciencias para conquistar y asegurar salud, dinero y amor.
En tercer lugar, la cultura moderna no quiere saber nada del pecado. Por eso no relaciona en absoluto la salvación con la liberación del pecado. La salvación no es liberación del pecado, no es redención del hombre pecador. El pecado no existe. En el peor de los casos habría que hablar de error del propio ser humano, pero no de pecado contra Dios. La cultura moderna atribuye la realización del ser humano al propio ser humano: es autorrealización.
Por otra parte, ¿cómo podemos hablar de salvación en un mundo irredento como el nuestro? Esta es la gran objeción contra la fe cristiana, según la cual la salvación ha tenido lugar ya en Cristo Jesús. ¿No está esa salvación demasiado oculta por todas las injusticias y los sufrimientos que pueblan nuestro mundo? ¿Cuándo llegará esa salvación a la humanidad?
Jesús sigue siendo un personaje fascinante para muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo. Es un personaje significativo más allá de las fronteras de la Iglesia. Es una especie de "patrimonio de la humanidad". Jesús es como la revelación de la auténtica humanidad. Es el "hombre" genuino. Pero de ninguna forma es para la cultura moderna un salvador, un redentor que vaya a liberar al mundo de ningún pecado. El entusiasmo que suscita Jesús entre muchos de nuestros contemporáneos no siempre les lleva a afirmar que en Él está la salvación, que El murió por nosotros.
Aún más, muchas personas ni siquiera se sienten necesitadas de salvación o liberación. Se sienten simple y llanamente libres, autónomos, dueños de su propia historia y de su propio destino. No entra en sus cálculos que la misma libertad humana necesite ser liberada y salvada a causa de un supuesto pecado. Pero la experiencia nos va diciendo que la realización consumada no nos viene de la ciencia, de la técnica, de la economía... a pesar de todos sus progresos. ¿Cuál es el sentido y el objetivo de esos progresos y de la propia vida humana? La salud, el dinero y el mismo amor son conquistas parciales, con un valor salvífico parcial. Porque el objetivo terminal de la vida humana no es el placer, sino el sentido. Por otra parte, el progreso científico, técnico, económico... no ha tenido lugar sin un alto costo de sufrimiento para un amplio sector de la humanidad. No ha sido sin víctimas. El desarrollo está construido sobre muchos cadáveres. Por eso no se le debe llamar salvación sin más, ni se debe confundir el desarrollo con el progreso moral.colocar la salvación en la encarnación. La vida terrena de Jesús apenas tiene importancia. Dios se ha hecho hombre para divinizar a los seres humanos. La salvación de éstos consiste en su divinización. La salvación es obra de Dios que se ha comunicado a las creaturas mediante la encarnación. El agente de la encarnación del Verbo y de la divinización del ser humano es el Espíritu Santo.
Los cristianos de Occidente se han inclinado más a colocar la salvación en la pasión y muerte de Jesús. La salvación es redención, satisfacción, expiación. El ser humano ha fracasado, ha quebrantado el plan de Dios. Así ha ofendido a Dios y ha puesto en peligro su propio destino. Tiene que ser redimido para reparar la ofensa hecha a Dios y para reparar los desastres del pecado. No hay salvación sin redención. No hay libertad sin liberación. Hay que reparar daños, pagar un precio, presentar méritos, ofrecer sacrificios, iniciar un camino de conversión. Sólo Jesús, que es a la vez humano y divino, es capaz de llevar a cabo esta obra de redención mediante la entrega incondicional de su vida.
La piedad popular ha insistido sobre todo en el valor salvador de la pasión y la muerte de Jesús. La comunidad cristiana casi siempre ha relacionado la salvación con el sufrimiento y la pasión. AI resto de la vida terrena de Jesús, los llamados
-
BIBLIOGRAFÍA MINIMA
-
Estrada, J. A.,.De la salvación a un proyecto de sentido.Por una Cristología actual
-
Aguilar,F., La fe que nos salva.Aproximación pastoral a una teología fundamental