Hoy se produjo un hecho políticamente relevante y que, sin dudas, tendrá repercusiones en toda Latinoamérica, Venezuela se salió definitivamente de la Organización de Estados Americanos, después de agotar pacientemente los dos años que establecen los reglamentos del propio organismo multilateral, tiempo éste no exento de enfrentamientos y luchas por parte de nuestro país en esa guerra desatada por los Estados Unidos del Norte contra el pueblo venezolano en ese período de tiempo. Todos recordarán el activismo de la entonces ministra de Relaciones Exteriores, Delcy Rodríguez que desenmascaró e hizo polvo en sus discursos al agente colonial del gobierno norteamericano Luis Almagro, secretario general de la OEA; también las intervenciones del no menos valiente embajador Samuel Moncada, cuyo verbo fogoso y contundente ha desmontado todas las falacias de los representantes norteamericanos y de sus satélites como Colombia, Perú o Argentina, para citar algunos.
En una marcha multitudinaria en Caracas y en las principales capitales de los estados, el pueblo chavista salió a manifestar y a expresar su apoyo a la decisión del Presidente Nicolás Maduro de sacar definitivamente a Venezuela de la OEA, de la que era miembro fundador en abril de 1948, cuando nació en Bogotá chorreando sangre con el asesinato del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán, donde fueron evidentes las manos criminales tanto de la oligarquía colombiana como del gobierno norteamericano mismo a través de la Embajada Norteamericana y la CIA, y del estallido de violencia que se produce inmediatamente después de aquel asesinato que produjo el genocidio de 300 mil colombianos muertos.
Ese es el sello de violencia y sangre que desde su nacimiento tiene la recién fundada OEA, con aquel soberbio y prepotente general Marshal como representante del gobierno norteamericano que preconizaba el anti comunismo en plena guerra fría, marcó todo el futuro del organismo, y esa impronta sangrienta no ha cesado en todos estos 71 años de existencia. Baste recordar que en 1954, a tan solo 6 años de fundada, la asamblea general de la OEA reunida en Caracas, bajo el gobierno dictatorial de Marcos Pérez Jiménez, a instancias del canciller norteamericano Jhon Foster Dulles, virtualmente impuso el derrocamiento del presidente progresista de Guatemala, Jacobo Arbenz, acción que le dio luz verde al golpe de Estado organizado y ejecutado por la CIA yanqui, quién al, final fue derrocado por una invasión mercenaria encabezada por el teniente/coronel Carlos Castillo Armas, impuesto posteriormente como presidente de ese país. Ese sino intervencionista, injerencista marcó la conducta de la OEA durante toda su existencia, manejada siempre por los gobiernos norteamericanos y que no ha cambiado un ápice, sobre eso Venezuela tiene mucho que decir.
En el año 1961, ante una multitud calculada en un millón de personas en La Habana, Cuba, el Comandante Fidel Castro en su discurso, cuando ese país fue expulsado de la OEA por sus posiciones políticas revolucionarias y socialistas, calificó a la OEA de ser un Ministerio de Colonias de los Estados Unidos, que le impuso a los pueblos de América chantajes, divisiones, invasiones, destrucción.
No podía ser más preciso el señalamiento que en justicia acuñó Fidel Castro, él la caracterizó con acertada precisión y reveló que ese organismo manejaba a su antojo a los países miembros, les imponía políticas o buscaba el derrocamiento de gobiernos progresistas. Todavía no había ocurrida la crisis de los cohetes nucleares de octubre de 1962, donde la mayoría de los gobiernos latinoamericanos participaron con barcos o con efectivos militares en el bloqueo naval a Cuba y la OEA cohonestó aquella brutal agresión. Tampoco había ocurrido la invasión yanqui a Santo Domingo en 1965, y la OEA en vez de defender al Presidente Juan Bosch, avaló la invasión yanqui a la isla quisquellana.
Cada vez que los Estados Unidos, sus derechistas gobiernos van a agredir un país, derrocar un gobierno, su Ministerio de Colonias que es la OEA, prepara el terreno político y toma abiertamente partido en favor de la nación agresora. Así con el asesinato de Maurice Bhisop y el gobierno de la Nueva Joya en Granada, agresión avalada por la OEA, que para nada defendió el progresista gobierno agredido por el presidente gringo Reagan. En 1989, en clara violación del derecho internacional, los Estados Unidos invaden Panamá y sus marines asesinan más de diez mil panameños. Particular saña fue la evidenciada en aquella criminal invasión yanqui contra el heroico barrio de El Chorrillo de ciudad Panamá, donde impusieron la tierra arrasada por la resistencia y valentía de sus pobladores. La flamante OEA no sólo no dijo nada sino que avaló aquella brutal agresión a un país sin ejército.
Venezuela ha dado un paso decisivo, no exento de riesgos, pero valiente, que define una conducta de no doblegarse ante el poderoso. De hecho ese paso es un significativo golpe político para el gobierno supremacista, racista de Donald Trump. Venezuela demostró no sólo coraje, sino emuló a Cuba que durante 60 años nunca se doblegó ante el imperio o los imperios y allí está, erguida, valiente. Es a ese ejemplo a lo que le temen los yanquis.
No fue un país de segunda o tercera el que se fue, sino la cuna del hombre más telúrico y trascendental de América en el siglo XIX, el Libertador Simón Bolívar, libertador de 4 naciones y fundador de una, creador de la Gran Colombia. Nadie dude que el ejemplo de Venezuela va a ser seguido por otros países que coinciden con el nuestro, y tienen dignidad sus dirigentes, así no deberá sorprender a nadie que haya un efecto dominó a partir de aquí, pues debe producirse una rebelión de naciones y pueblos contra el imperio yanqui, hay que enfrentar a la remozada fascista Doctrina Monroe. La OEA está herida de muerte, ya su desaparición o implosión está escrita en los caminos de América.