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Unos esperan la saña de Satanás, sueñan con quemar y asesinar negros, con que Dios les conceda la bendición de tener todos los privilegios y a la vez de enjuiciar y condenar, de llevar al patíbulo y al tormento a sus enemigos. Y rezan por eso todas las noches, rasgándose los pechos henchidos de fatuidad y de bostezos.... Son la propia reencarnación de la inutilidad, del mayor desperdicio, del peor abandono d sí mismo... ¿De qué valdrá rezar si durante el día no has producido ni has hecho nada bueno, algo que realmente valga la pena? Cuando uno trabaja o crea, está verdaderamente orando a lo heroico, a lo noble y sublime. Todo lo demás es falsedad y pose, ¿creerán así que engañan a Dios? Tontos…
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Otros esperan que les caiga comida del cielo, y no se organizan para sembrar, para producir o crear. Yo veo en Mérida grandes extensiones de tierra llenas de manigua, que bien pudieran estar sembradas con tomates, pimentones, yuca y ocumo. Yo siempre recuerdo al ecologista Miguel Valeri quien escribió aquel hermoso proyecto de hacer de Mérida LA CIUDAD FRUTAL DE VENEZUELA.
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Cómo entender a cientos de miles de personas en una ciudad que cuando no tienen electricidad se ponen a bostezar esperando a que les llegue la luz pero sólo para hundirse en las miserias de las redes, para ver o mandar estúpidos mensajes o para ponerse a ver frivolidades por televisión. No saben cómo se saca una yuca o un ocumo, como se recogen las caraotas, qué es un almácigo… Cientos de miles de seres que nada le aportan al país más que sus pesadas cargas de inutilidades, y carajo!, cuánto cuesta alimentarlos. Cientos de miles de seres que rabian porque se creen merecedores de los más altos dones de la tierra, y desde que se levantan van por el mundo de mal humor, maldiciendo porque todo no se les da cómo lo desean, sin mover un dedo...
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Hay otros, que viven en un entusiasmo fervoroso perenne en medio de la mayor escasez. Que ríen y cantan, y que no descansan, buscando algo noble que hacer por los demás aunque mal les paguen. Aspirantes siempre al amor, al ideal de un mundo más justo y humano. Que viven en un permanente llamado a la paz, en un fuego de hermandad sin clases ni fronteras, procurando la compresión y la solidaridad.
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Estos últimos, son los que tienen el privilegio de disfrutar lo que muchos desdeñan: aire puro, trato sencillo con la gente, paciencia y nervios de acero; los que sienten las bendiciones de la tierra y conocen cuando está su plétora desbordada, ansiosa por ser cultivada; son los dioses humildes que siembran y tienen el enorme privilegio de cosechar buenos frutos; los que aman sin reparo lo que se tiene y no pierden un segundo de sus vidas en fruslerías ni bagatelas.
Lo que poco cuesta pronto se desvanece y se lo lleva el diablo, dice el hombre del campo, que sabe lo que es partirse los lomos para llevarle la comida a sus hijos.
Estamos en nuestra casa de El Valle de la Luna y, ahí, vemos pasar a Alecio, quien lleva un costal y un machete, y va en plan de fajarse duro. Su indumento es el eterno traje de trabajar: sombrero, camisa y pantalones llenos de parches. Yo creo que los únicos trajes que Alecio ha tenido en su vida son los de echar machete, escardilla, pico y pala.
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Cómo está usted Alecio. ¿Qué me cuenta?
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Voy por aquí a rajar unos palos.
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¿Qué está sembrando?
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Bueno, en un bocadito de tierra que tengo por allá abajo estoy sembrando caraotas y otro poco de maíz. Las cebollas que sembré no se me dieron, se me dañaron, pero voy a insistir de nuevo.
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¿Tiene cambures?
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Muy poquitos.
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¿Y café?
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Lo necesario para ir pagando lo que uno come.
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Hasta luego, salúdeme a los muchachos y a su señora, y un gran abrazo para su suegro, el señor Antonio Rojas.
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Serán dados en su nombre.
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JUEVES (22 de mayo de 2019): Ya como que tendremos otro día atoldado…. Hacemos una revisión al terreno constatando que Solita ha desenterrado otros granos de maíz. Qué vaina, ella cree que la única que puede enterrar aquí sus cosas es ella. Apenas uno le tira un hueso, sale corriendo a meterlo bajo tierra.
Desayunamos arepa con queso con un poco de guarapo de panela. ¡Ah!, que buen aliciente es una buena taza de agua de panela caliente. Yo recuerdo, que a fuerza de papitas asadas y guarapo caliente Juan Félix Sánchez se desayunaba todos los días en el helado páramo de San Rafael de Mucuchíes, y qué energía le daba. Hay quienes le colocan un trozo de queso a la taza, y después lo dejan en el fondo como parte de la última estocada al condumio mañanero. Ese trozo queda como queso de mano, blando, pastoso.
Luego del desayuno, merodeo con la lengua los incisivos sintiendo algo raro en un diente: tocándome la parte posterior del canino izquierdo me doy cuenta de que se me ha desprendido gran parte de la resina que allí tenía colocada. Qué vaina. Queda al descubierto parte del nervio, y no puedo darme el lujo de perder diamante tan útil y precioso. Eso ha sido parte de un problema que vengo arrastrando desde hace meses sin poder resolverlo con un odontólogo por los continuados cortes de electricidad.
Me voy al terreno a limpiar unos limoneros, con la preocupación de que me pueda empeorar la situación del diente. Llega Ángel quien va para el pueblo a vender unos quesos y a tratarse el asunto de su malestar. Más atrás viene a visitarnos el señor Corsino. Le digo a Ángel que me voy con él para ver si un odontólogo me puede revisar el diente. Pero Ángel va muy apresurado, y sale adelante.
Cuando me estoy poniendo las botas de caucho escucho a MEU que me grita desde el patio: "-Espérame, que yo te acompaño".
Nos tenemos, pues, que despedir del amigo Corsino, lamentablemente.
Salimos hacia el pueblo a las 9:40.
Entre los verdes cremosos de esta época de lluvia, vamos disfrutando del canto de los cristofués que nos saludan desde las altas copas de los pinos. Qué hermosa mañana con rumores de aires y de sombras que proyectan enormes nubes que corren en dirección de los páramos. Vamos por la serpenteante carretera destapada, bordeando precipicios cuyas faldas están tupidas de matas de café. Cuadros tentadores para un pintor, que siempre le estoy recordando a MEU todos bellos motivos que ha perdido de pintar si hubiese seguido cultivando su talento: bendiciones cenitales, campos reverdecidos por la augusta belleza desnuda de los camburales y maizales, allá donde nuestro amigo Ramón Isidro, al otro lado del río, tiene su casa. Felices casitas blancas como colgadas en el firmamento por una neblina que las abraza.
Cuando descendemos hasta lo más plano, nos vamos bordeando el río, viendo cómo ha ido mordiendo los espacios y colocando el camino casi a ras de sus aguas. Enormes promontorios de cárcava están ahí como mastodontes antidiluvianos, producto de la última vaguada. Hace dos años Canagúa estuvo a punto de ser arrasada como lo fue Los Corales aquel terrible final del siglo, y todavía están aquellos estragos horribles.
Ya en la carretera, y en la entrada al pueblo, vemos de nuevo la cola de carros que lleva, al día de hoy, cinco días, esperando por echar gasolina.
Nos vamos directo al hospital, y allí nos encontramos con una multitud de niños con distintos problemas de salud. Una nena de dos años llorando desconsoladamente porque la ha picado un abejorro. Enfermeras y médicos que van de una sala a otra. Aparece una niña que para mí no tiene más de 16 años, en bata blanca y con un estetoscopio colgándole de los pechos. Es una médica, me dicen. ¡Ave María purísima! Me puse en la lista para ser atendido por el odontólogo, doctor Manuel Pérez, un ejidense que ya lleva 25 años viviendo en Canaguá.
Afortunadamente hay electricidad y pueden tratarme el problema colocándome una amalgama, porque me dice el doctor Pérez que desde hace dos años su consultorio en el hospital no recibe resina. Una resina cuesta hoy un billetaje, ¿y qué haremos cuando la empalizada de nuestras desvencijadas muelas se estén viniendo abajo? Como ya ni planchas será posible comprar, pues armarnos una dentadura sacándosela a la de algún muerto en el cementerio, y arreglarla para que nos encaje lo mejor posible. Me estuve acordando de la novela "El mundo de Juan Lobón" en que hay un caso así, y me reí. "-Qué ocurrencias tan feas las tuyas", me dijo MEU.
El odontólogo Manuel Pérez es un personaje muy apreciado por la comunidad de Canaguá, e incluso considerado por muchos como una especie de José Gregorio Hernández. Atiende a todo el mundo en su clínica, tenga la gente o no con qué pagarle, y en ocasiones trabaja hasta las diez u once de la noche. También presta servicio de odontología en EL Molino y en Ejido.
En cuanto salimos del hospital, nos pusimos a deambular un poco por el pueblo tratando de ver si podíamos adquirir algo para nuestra despensa, cada vez más vacía. Nos metemos en una carnicería en la que están vendiendo el kilo de carne de tercera en 18 mil bolos. Hay cola como en todos lados por el problema de que tardan en pasar los puntos. Nos abstenemos, pues, de comer carne. Cogemos hacia el comercio de Goyo que está frente a la plaza Bolívar, y allí MEU decide llevar cuatro papas, cuatro tomates, dos pimentones y cinco cebollas. De nuevo tuvimos que dejarle la tarjeta a Goyo porque el que atendía el punto estaba viendo el asunto de su carro en la cola para la gasolina.
En ningún lugar nos pudimos ver con Ángel.
Decidimos emprender el regreso a La Coromoto. Aún no ha salido el sol y el clima está excelente para caminar. Al salir de la carretera principal, cruzamos un viejo puentecito y allí comienza el ascenso: eran cinco para los doce. En el camino nos encontramos con Yenifer, una niña de doce años quien ya está estudiado bachillerato en Canaguá. Nos sentimos en muy buenas condiciones, porque logramos hacer el trayecto de unos cuatro kilómetros en solo una hora.
Nos damos un baño con agua bien fría, encendemos el fogón y ponemos a calentar agua para unos espaguetis.
Se desatan unos vientos severos y luego cae una lluvia. Se oscurece aún más el día.
Pasada la ventisca voy a casa de Agustina a llevarle el azúcar por los nueve huevos que me dio ayer. Está la tierra tiernamente mojada, todo como rejuvenecido.
Al pasar por la casa de los Mora veo allá a lo lejos al señor Corsino solo, sentado y escuchando la radio, con el bastón en la mano.
Sigo mi camino.
Encuentro a Abel echado en la poltrona frente al bello paisaje del boquerón de La Coromoto, allá debajo, de donde brotan en la mañana los primero rayos de sol. Los perros están en su limbo de ausencias, mirando desde el corredor las almas andariegas de los muertos, las gallinas picotean en el brezal, una gata se cuelga por un árbol de cayena y da zarpazos a los lirios; el ganso allá lejos con su gansa va crorotando y defendiendo su espacio. Saludo a un hijo de Abel quien se está quitando las botas en el zaguán. Saludo a la más pequeña de sus hijas y a su esposo que acaban de llegar...
De regreso me desvío hacia donde está el señor Corsino, para darle parte de lo que hicimos en el pueblo. Allí me entero que Ángel todavía no ha llegado, lo que nos preocupa, dado su estado de salud y de cómo está el tiempo frío y lluvioso. Veo, cómo cerca del corredor están muy cargadas las matas de café, enormes, de unos cuatro metros de altura. Se prevé una cosecha buena para este año. Converso con el señor Corsino de cómo el hombre se va llenado de ocupaciones modernas del todo innecesarias. Me cuenta que él nunca ha tenido un celular y que cuando se vivió aquella euforia en la que casi todo el mundo llevaba uno, dos y hasta tres, entonces lo llamaban frecuentemente sus hijos o la gran cantidad de nietos que vivían en Mérida o en Barinas. Si él estaba desyerbando lo llamaban; si estaba cocinando lo llamaban; si se iba a reposar un rato o si estaba durmiendo, conversando con alguien, amarrando un becerro, matándoles los gusanos al perro u ordeñando tenía que dejar de lado la ocupación para escuchar a alguien que quería saber cómo estaba. Y la sencilla respuesta de él era: "-Yo estoy bien, ¿y ustedes?". Luego brotaba un mundo de cuentos, relatos, historias muy largas de detalles que ocupaban varios minutos, y al poco rato llamaba otro u otra, teniendo una y otra vez que recapitular más o menos en lo mismo.
Y sin celular parecía que no había vida o que se estaba totalmente en el limbo, cuando era todo lo contrario. Más tarde nos recrudecerían el karma moderno con el internet, con los whatssapp, los twitters, instragram, facebook, youtube,… de esto último el señor Corsino no sabe nada, afortunadamente. Así pues que aquellas frecuentes llamadas fueron desapareciendo. Cientos de miles de celulares salieron de circulación y caímos muchos en la cuenta de que esencialmente no pasa nada si no llegan mensajes o si no hacen llamadas. Que aquella llamadera en un 99 por ciento nada trasmitía y muy poco resolvía.
Le comento que qué gana uno a veces con saber tantas cosas superfluas. Le digo que es saludable sólo saber de lo necesario y de aquello en lo que uno en algo pueda ayudar o resolver. Antes, a cada momento sonaba el celular, insisto, llegaban torrentes de mensajes y uno entonces vivía prácticamente para responderlos, ocupando en ello un tiempo fabuloso. La mayoría de las llamadas o mensajes sólo se reducían a saber cómo estaba uno a sabiendas incluso de que hacía poco nos habíamos visto. Cuando el celular apareció la gente encontró un motivo maravilloso para no pensar en sí misma. Se anuló aún más como ser pensante, y entró en el mundo impresionante de las fábulas, de los inventos y rumores. Dejó de ser un ente con criterio propio para convertirse en un sujeto enteramente pasivo y manipulable.
Yo, cuando estoy en La Coromoto muy poco reviso el celular, a veces pasan días en que ni sé si está cargado.
Nada es tan importante como uno cree, decía Walt Whitman.
Al llegar a la casa me sirvo un poco de chocolate con la última cuca que quedaba. Esa será mi cena.
Encendemos el televisor para ver qué echan de noticias y allí vemos al presidente inaugurar una exposición de Cavin. Anuncia que el imperio gringo ha decidido ahora ir contra los CLAP’s. Dice el presidente Nicolás Maduro: ya han ido por la electricidad, ahora nos atacan con lo de la gasolina y vendrá entonces el proyecto criminal de tratar de quitarnos la comida.
VIERNES: Nos visita el señor Corsino y él nos hace un breve recetario de plantas medicinales:
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El Árbol cascarillo que da muy buena madera, que se encuentra en la montaña. Para usarlo hay que conocer el tiempo para poder cortarlo: se lo troceaba para sacarle un líquido, cuando se le pinchaba la vena se le extraía una sustancia que servía tanto para alumbrar, como para curar algunos males.
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El árbol caraño. Este da una especie de manteca o pega o cola. Es muy útil para extraerle una estaca que se le hubiera metido a una persona. Se le coloca en la herida, puede ser sobre un papelito, el paciente se acuesta y al otro día está la estaca afuera. Y también se usa para curar las picadas de araña a las bestias.
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El bejuco cadeno, se consigue en la zona cálida, por ejemplo en Guaimaral. Es bueno para darse baños para las dolencias en las piernas, y tomado es excelente para la circulación de la sangre.
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Hay una hierba llamada cola de caballo que no es la que uno encuentra en los mercados comúnmente; se da en los estancos de barro, es pequeña como un tubito, y suelta una barba: con la barba se hace un bebedizo que resulta maravilloso para los males de próstata.
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La salvia y el cordoncillo son muy buenas para hacerse baños. Curan las infecciones de la piel.
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La mata del tabaco también es medicinal; se usa para plantillas y también para darse baños.
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La cayena es una gran cosa para la caída del cabello y la caspa.
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El sauco es de gran ayuda para cuando la gente está engripada.
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El eucalipto tiene una resina muy buena y es también medicinal para las migrañas o jaquecas.
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La menta es muy digestiva.
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La ruda de castilla es buena para curar infecciones y se utiliza para la picada de culebras y es un excelente repelente contras las plagas. Es una planta además milagrosa para los dolores, los lumbagos.
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La manzanilla: hay dos tipos, la chiquita es la más medicinal. Buena para el estómago.
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El hinojo, el eneldo y el apio España son muy buenos para los gases.
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La granada es excelente para la vista.
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La barba de maíz es recomendable para los cálculos renales.
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El árbol pepeo y palinchón le produce urticarias severas a ciertas personas, y este mal se cura con la raspadura de la piel del apio con sal, se le frota en la piel donde aparece el daño; para atacar este mal que producen estas plantas se recomiendan baños con la hoja del café y se usa en su aplicación igualmente bicarbonato. De funcionar esta cura se debe inyectar el afectado con algún artialérgico en el hospital.
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Para inmunizar a los niños contra la picada del pepeo se hace un cocido con el mismo, macerado por varios días al cual se le coloca palinchón, fique y otras plantas. Se pone todo esto en frascos y hasta algunas personas lo venden como remedio.
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El fique también produce una alergia terrible como el pepeo, y para evitar que afecte a los niños se ponen a ahumar los pañales con el mismo fique.
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Para que a uno no lo afecte el pepeo hay que cagarle y mearle y darle con un palo y decirle: "-Tú eres pepeo, yo soy palinchón, y en ti me cago, y en ti me meo". Y el que haga esto dicen que no le pica más.
Nos encontrábamos desyerbando cuando vemos subir a Ángel, quien por su mal había tenido que quedarse a dormir en Canaguá. Se puso anoche un antibiótico inyectado, pero tiene que volver esta tarde al pueblo para la segunda aplicación. En total debe recibir tres ampolletas.
Rebullicio en la aldea: gritos de "- ¡Llegó gasolina!", y el alboroto de las motos para bajar e ir a hacer la cola. Y bajan las motos apagadas para no consumir combustible. En las colas hay más de 400 motos y unos 200 carros. A las motos les estaban colocando sólo cinco litros y a los carros treinta. Nosotros ante esa barahúnda nos abstuvimos de bajar, pero sobre todo no teníamos efectivo con qué pagar.
Neptalí me cuenta que estuvo seis horas con su moto para colocar, violando la norma, un poco más de cinco litros los cuales pagó con un kilo de café.
Es increíble cómo la perra ha sacado parte del maíz que sembramos y que lo estamos nuevamente resembrando.
MEU sigue limpiando el café y abonándolo.
Poco antes del mediodía llega Engracia con una ollita cargada con arvejas con patas de cochino. Excelente para el almuerzo el cual reforzaremos con arroz, ensalada y cambur verde sancochado.
Por la tardecita nos visita Neptalí, su esposa Marcolina y sus dos hijos Toñito y Nátali. Tomamos té de menta y nos quedamos conversando hasta las 9 de la noche, momento en que se va la luz.
SÁBADO: la luz llegó como a 3 de la madrugada.
Ha caído un aguacero desde la 4 hasta 5 de la madrugada.
El día amanece bastante apagado y una densa neblina ha venido subiendo por el gran boquerón del valle que se extiende desde el pueblo.
MEU se comunica con su hermano Miguel quien le describe un cuadro bien feo de la situación en Mérida, en relación con trancas y saqueos. Ahora, grupos de enloquecidos guarimberos, han estado tratando de impedir que las cisternas cargadas con gasolina lleguen a Mérida.
Nos visita Ángel. Tiene que inyectarse esta tarde en el pueblo y allá se quedará esta noche. Ya ha decidido no viajar con nosotros por lo que entonces prepararemos el regreso para mañana.
Encendemos el fogón para cocer unas papas. Llevo al compostero los últimos desperdicios orgánicos, viendo la gran producción de lombrices que se ha ido formando.
Sembramos unas semillas de chirimoyo. Vamos a casa del señor Corsino en visita de despedida. Allí están Manuel y Ángel. Luego, con Ángel, nos disponemos a coger limones chinoto; para ello cruzamos el río y ascendemos por una empinada ladera. Van tres perros con nosotros, entre ellos Solita. Ángel sube a los espinosos árboles y comienza a tirarnos limones, muchos de los cuales corren hacia el foso de la ladera.
Cuando volvemos a casa del señor Corsino, en plan de hacerle una visita a Neptalí nos cae un aguacero. Así que no podemos ir a donde Neptali. Nos quedamos en casa arreglando lo que dejaremos y lo que nos llevaremos.
DOMINGO: día de la partida: ajetreo de arreglos. Guardar la bombona de gas, la cafetera, las ollas, las cobijas, las lámparas. Nos desayunamos arepa y perico. De avío nos llevamos unos cambures maduros que nos regaló Neptalí. Engracia nos pide el favor de que llevemos a Mirna, la prima de su esposo Baudelio, veinte kilos de carne de res y de cochino. Engracia nos regala un costalito con dos manos de cambur verde. En el camino nos encontramos con Teodolindo a quien le damos la cola hasta el pueblo. Teodolindo nos dice que para cuando volvamos (que será en unos quince días) él nos va a regalar unos racimos de cambur verde.
Nuestra tarjeta se ha quedado en el comercio de Goyo, el que está frente a la plaza Bolívar. Le dejo un recado a Ángel de que compre con ella lo que valga la pena cuando nos echen algo en el banco.
Enfilamos pues hacia Mérida en un día muy nublado y frío.
Partimos a las 8:28 y hemos llegado a Mérida a las 1:28 pm.
La ciudad está solitaria, con descomunales colas en todas las estaciones de servicio de gasolina, pero en ninguna de esas estaciones están echando el susodicho líquido. Es decir llevan varios días esperando a que lleguen las gandolas… ¿Cuándo volveremos nosotros a coger para los Pueblos del Sur? Pues, veremos…