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John Carlin es un espécimen anglo-godo, redondo de alma y de barriga, pezuñas largas, otro lagarto del gran pantano de los medios poderosos. Y vino a Venezuela, como veremos, para pagar parte de la deuda contraída por haber recibido el Premio Ortega y Gasset, un premio que lo hizo flotar como un globo (como su alma, digo), durante mucho tiempo. Y como globo ha volado por el mundo: Times, the Financial Times, the New York Times. Wall Street Journal, New Statesman, New Republic, the Observer, the Guardian, the Daily Mail, BBC, PBS, ESPN, Channel Four y Canal Plus, España,… hasta que el 7 de octubre pasado, el globo arribó al aeropuerto de Maiquetía, bailoteando desde las Europas…, con el consabido resultado de que al primer soplo aquí, estalló cual pamplina...
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En Maiquetía, al preguntársele quién era y a qué venía, dijo que había trabajado para medios muy poderosos, y sacó un currículo que era una ristra impresionante de mafias cobijadas en el "Times", la "BBC", "ABC" (radio-USA), "CBC" (radio-Canadá), "Sunday Times" y "Toronto Star". Había estado en Sudáfrica y en 1999 trabajó como guionista y entrevistador en un capítulo de la serie Frontline de la PBS estadounidense titulado «The Long Walk of Nelson Mandela». Él fue, John Carlin, uno de los que sugirió a la CIA que sería muy bueno hacer una campaña para pedir la liberación de Leopoldo López (cuando éste estuvo detenido en Ramo Verde), comparándolo con Nelson Mandela.
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A la CIA le pareció genial la idea de hacer de López un Mandela latinoamericano; Leopoldo no era negro dl todo, pero sí amulatado, achocolatado, y de inmediato la idea corrió como pólvora entre muchos abogados delincuentes de Norte y Sudamérica… A ver quién cogía el trompo en la uña. Fue entonces cuando el letrado canadiense Irwin Cotler se comunicó con el bandido Carlos Vecchio y le dijo que él podía asumir la defensa del referido Mandela venezolano. Entonces el coordinador político del partido Voluntad Popular, Carlos Vecchio, confirmó que el abogado del "Mandela sudamericano", sería el canadiense Irwin Cotler.
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A todas estas, John Carlín como periodista no terminaba por dar la talla, y buscaba afanosamente venderse por lo más alto. Cotizándose en unos 300 mil euros, de entrada. Venezuela en su momento de dificultades económicas representaba un buen negocio. No estaba en verdad John Carlín pidiendo mucho. Fue entonces cuando un grupo de empresarios en Miami le propusieron ganarse una buena pasta, concediéndole el Premio Ortega y Gasset que lo otorga el periódico fascista y franquista El País a cambio de dedicarse a atacar al chavismo en el mundo. Este Premio ya se lo habían concedido al ex comunista Teodoro Petkoff, por sus furiosos ataques al chavismo, pero don Teodoro estaba viejo y acabado. Carlin aceptó el Premio, y de inmediato propuso hacer el guión sobre la prisión de López comparándolo con un Mandela mucho más sufrido, pero tanto la familia de López como la de su esposa Lilian Tintori se opusieron porque ellos no quería que a Leopoldo lo asociaran a un negro por más famoso y genial que aquel fuera.
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Pues bien, el pasado lunes 7 de este mes las autoridades migratorias venezolanas impidieron la entrada de este mercenario a la patria de Bolívar. Lo declararon al igual que el bandido presidente de Guatemala, como "inadmitido" y posteriormente lo deportaron. El fulano Carlin estaba invitado a Venezuela por el IFIT - Instituto de Transiciones Integradas- para participar en un evento denominado «Mandela y el camino a la paz, horizontes posibles para Venezuela« y narrar su experiencia sobre cómo fue la transición política en Sudáfrica y ofrecer sus perspectivas sobre la situación venezolana.
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El mofletudo y redondo periodista, muy deprimido y humillado, incluso soltando lágrimas, decidió publicar un artículo titulado: "Un sueño bolivariano" donde relata su corta estadía y fugaz transito por Venezuela. En el sainete de mala muerte, en el apaleado artículo, suda cierta bilis y reconcomio, diciendo entre otras cosas: "Soñé esta semana con que viajé de Madrid a Venezuela, me quitaron el pasaporte en el aeropuerto de Caracas y me deportaron, obligándome a volver a España cuatro horas más tarde en el mismo avión de Iberia en el que había llegado. Bueno, creo que fue un sueño. Lo recuerdo como un sueño, pero han ocurrido tantas cosas en el mundo últimamente que deberían ser un sueño pero aparentemente son reales, que ya no sé muy bien qué pensar".
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El tipo agrega, con mocos en el alma siguió diciendo: "Reconstruyendo el sueño venezolano, lo que pasó fue que estaba en la cola de migración en el aeropuerto de Caracas sobre las tres de la tarde, hora local, cuando un joven oficial vestido de verde oscuro militar me pidió el pasaporte, lo hojeó y me preguntó qué iba a hacer en su país. Le dije que iba a dar unas charlas sobre la paz y el diálogo y que tenía una carta de invitación de una universidad que así lo demostraba. "Entonces usted viene a Venezuela a trabajar", me dijo.
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De que venía a trabajar era cierto, porque por esa conferencia le iban a pagar buena pasta: cincuenta mil dólares. Todo periodista que hable contra Venezuela recibe buena paga (ahí está el caso de Infobae, cobrando a diestra y siniestra en miles de portales en el mundo). El fulano John Carlín le contestó que no, que él iba no por iniciativa propia sino invitado por compatriotas suyos "a aportar mi granito de arena para ayudar a su país a resolver sus considerables problemas. Iba a hablar, según el plan, tanto con delegaciones de la oposición como del Gobierno chavista". Estaba mintiendo deliberadamente al meter en su negocio a los chavistas. Y doró la píldora: "Vengo principalmente a contarles cosas de Nelson Mandela –dije–, una figura que supongo que la revolución bolivariana no considera hostil, y le aseguro –agregué con énfasis– que no voy a cobrar ni un peso". ¡Otra vil mentira!
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Fue entonces cuando se le salió toda la bajeza propia de los godos mezclados con los pérfidos ingleses: "Pensé decirle también que Venezuela –con una inflación de un millón por ciento, malnutrición generalizada y tres millones de exiliados en los últimos dos años– no era exactamente el primer país que se me venía a la mente para ganarme el pan, pero como soy una persona cortés, incluso cuando estoy soñando, me mordí la lengua. Igual mi interlocutor no hubiera entendido de qué hablaba. Al joven agente lo vi no exactamente gordito, pero sí rechoncho, bien alimentado, como suele ser el caso, según entiendo, con aquellos afortunados que pertenecen a la secta venezolana que acude al trabajo vestida de verde". Qué tal la burda ironía de la bazofia que escribe este canalla.
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El mofletudo Carlin agrega que "volvió el rechonchito (SIENDO ÉL MÁS RECHONCHO QUE NADIE EN ESTE MUNDO) y me informó de que tenía asiento en el vuelo de las 18.55 de vuelta a Madrid. Y se fue. Pero sin devolverme el pasaporte y no sin antes decirme que no me moviera de la zona de la puerta de embarque del avión de Iberia, como si yo fuera un criminal" (CLARO QUE LO ERES, PEOR: UN MERCENARIO). Y la prepotencia racista lo saca de quicio: "… Tenía bien claro que por más criminal que haya sido lo que los bolichavistas habían hecho, y estaban haciendo, a su país, estos no eran criminales al nivel de los gobiernos militares que yo había conocido demasiado bien en otras épocas latinoamericanas, por ejemplo, en Argentina o Guatemala. Son igual de estúpidos, ridículos y mediocres, pero menos inhumanos… En el sueño venezolano recibí un mensaje en mi teléfono de un amigo de Barcelona que me decía que a Maduro deberían cambiarle el nombre por Podrido. ME SUBIÓ EL ÁNIMO (qué cursi, coño! Con razón merecía el Ortega y Gasset!) y me subí al avión. Una vez sentado, me entró un mensaje de alguien en Caracas que me dijo que me habían negado la entrada no por el motivo oficial, que no tenía visado para trabajar en Venezuela, sino por un artículo que había escrito en el diario El País en el 2007 vinculando al Gobierno chavista con las FARC colombianas en el narcotráfico. No me lo creí. Aunque igual me equivoco; igual el jefe de migración que me negó la entrada se sintió aludido". Hay que reírse un poco, de estos mercenarios, que van por todos lados buscando un puñado de dólares. Ni más ni menos…