No estoy jugando con fuego, voy a jugar con lo cotidiano: mostrando lo que deja el esfuerzo combinado de hombres y mujeres atrapados en este túnel sin salida que es la miseria, que tiene rato que empezó en la isla y con este viento que navegamos que dicen que viene del Norte que no se sabe adónde iremos a parar si es que varamos cansados de más de lo mismo, no vaya a ser que la misma incertidumbre de ese malestar encurvado de padecimientos de todo tipo, no nos mate lentamente como parece ser, aunque hay mucho camino por andar si el cuerpo lo resiste y la voluntad de luchar en toda su dimensión de ver para creer que sabrá Dios hasta cuándo nos comeremos las verdes, porque las maduras mantienen las esperanzas vivas que de esperanzas también se vive.
Margarita es un pueblo de valientes que antes peleaban con palos y machetes, pero esos tiempos pasaron a la Historia y ahora hay que pelear a cuatro manos y más que en la unión está la fuerza y, como de lo que se trata es de echar adelante para salir del embrollo que nos tuerce el pescuezo todos los días, entonces, eso de que siga la fiesta no viene al caso y, como vamos hablar del negocio de las tetas que se ha expandido en Margarita como carnaval sin comparsa y, sino vas aportar échate para allá, en el pasado venían de Francia bien recubiertas como postizas de todos los tamaños y no era para todo el mundo -no, señor- pedido tras pedido llegaban a Venezuela y todo de lo más bello con mujeres elegantes que no encontraban como posar a su gusto, pero los tiempos cambian y más ahora con todo caro y desnivelado como están las cosas, antes unos leían y otros aplaudían y sólo las mujeres gozaban de ese poder de mamas a su gusto viéndose en su propio espejo, hermosas que encandilaban deseos y rejuvenecían los años por venir y, no era nada fácil mostrarlas sin sentir ese peso de conciencia de aceptación compartida, pero la moda se impuso, ¡qué tiempos aquéllos y sin pensar que lo ajeno molesta!, pero como se hace camino al andar y la belleza es la fama de la mujer que la desea y la espera -¡oh, belleza, qué te has hecho!-.
Recuerdo que cuando muchachos íbamos a las playas a ver las mujeres de reojo y sentirlas de lejos: viendo a tantas mujeres luciendo el esplendor de su figura que no era fácil cazar un picón y el sol ardía, después con la Zona Franca se puso de moda que las turistas extranjeras más que todo las canadienses que, llegaban a las playas y se tiraban sobre un paño a sentir el caliente de la arena y, se hizo consuelo ir a consolarse con una mirada perdida que a nadie ofendía que más bien le daba vida al margariteño, que lo saludable ahora es hablar apasionadamente de todo lo que ignoramos que no se entiende y, muchos margariteños se fueron a otros países a ver que le repara el destino en su nueva vida y, si es afortunado ni se acordará si nació aquí y como hay muchas fuentes de sabiduría y de combatir la pobreza con agilidad mental que, muchos de nosotros nos volvimos perezosos que hasta la chanza del humor ha bajado de risa.
Y así como Venezuela sufre Margarita más como una isla que, en perla se convirtió y de allí no ha pasado, pero el margariteño es afanoso, quiere a su Virgen, sueña como nadador empedernido que la isla es única, aunque el calor del sol los queme no deja de esparcir sus ideas y de vez en cuando echa una canita al aire a ver si Dios se acuerda de él como él de Él y con esta virazón de pobreza que no nos deja en paz que nos tiene al descubierto que mejor que el descubrimiento del negocio de las tetas -una bolsa moldeada de un pezón que en su interior entra el líquido con el sabor que se le ponga- que congelada calmará el apuro hasta cambiar nuestra maltratada idiosincrasia de que somos flojos que, no nos gusta trabajar siempre pensando en el hoy y olvidando el mañana y como un cuento que nos calme los ánimos sin ser Alicia en el país de las maravillas, quizás oyendo a Beto Valderrama Patiño a golpe de mandolina o, quizás, En el sepulcro de los vivos de Dostoievski, el consuelo de que existimos no será un rumor y, entonces se camina por sus calles, por sus playas, por sus avenidas y hasta en el medio del sol donde te halles y, lo primero que oyes bien cantadito de hombres y mujeres, satisfaciendo el placer de vender su producto, su trabajo, su idea: Voceando con todas las fuerzas de sus almas a que los demás compren sus tetas del sabor que en el momento tenga y fríitas como nunca y, quien no quiera se le hace la boca agua y con ese calor insoportable que, el que se chupa una se chupa dos, pues son baratas y livianas, más ganas dan de ese placer que ha invadido a Margarita a lo inmediato con sol o sin él.
Y, así es la vida: unos se van, otros se quedan, ¿y de qué vamos a vivir? Se prendió el bombillo y no con luz roja y, todos manos a la obra: que lo que es caro puede ser barato y como todas son del mismo tamaño no hay de que quejarse que caben en las manos bien resguardadas para que el margariteño sonría y deje de ser antipático, o la vida comienza a sonreírle al margariteño que a fuerza de ese producto echará para adelante y, así es como se progresa con el esfuerzo de todos que de algo hay que vivir honestamente.
Muchas veces vienen las contradicciones y hasta las discusiones, aunque escasas, pero razón hay, si aquí hay vida que va a hacer un margariteño en otra parte sin saber lo que le espera con algo de xenofobia que no escapa ahora y, él morirá con su lema que en nada le mortifica de que, la vida está en otra parte, si en Margarita hemos descubierto que antes la gente se moría de hambre, pero hoy en día no muere por falta de una deliciosa y jugosa teta que si el gobierno quiere y, así debería ser para relevancia a esa iniciativa sería, incluir dos o tres tetas en las cajas clap.