En estos días dicembrinos, finalizadas tantas contiendas peligrosas, tantos temores sobre fraudes diseñados por los capos supremos de la CIA, recobro con más bríos mi dedicación a la lectura y reviso una pila de libros que estaban esperando por mi atención. Allí me encuentro con un viejo libro que ya había leído hace algunos años pero que me apeteció releer de nuevo. Muchas veces, viviendo yo en California, había encontrado en librerías y bibliotecas la obra, “Young man of Caracas” (editada en 1941) de Tomás Ibarra (su nombre completo es Alejandro Tomás Simeón Mariano de las Mercedes Ibarra). Este libro debe tener un lugar destacado en las letras norteamericanas. Por aquella época, no le di la suficiente importancia. Pero en los primeros días de diciembre de 1995, vi centenares de ejemplares de este libro, en varios puestos de libreros de lance, vendiéndolos a cien bolívares; (una edición de la Biblioteca de la Universidad Central de Venezuela, traducción del poeta Carlos Augusto León, 1969).
Compré el libro y me lo disfruté lentamente. Es una obra deliciosa, escrita amenamente por un hombre culto, sencillo y directo. Tomás Ibarra era un bostoniano, que casualmente tuvo un padre venezolano. Ningún libro en Latinoamérica ha logrado presentar mejor el conflicto moral y espiritual que provocan entre nosotros las mezclas, como lo consigue Ibarra. Me duele que Teresa de la Parra no haya tenido la oportunidad de leer esta delicada y poética obra.
La Venezuela de finales del siglo pasado con sus agrias y tragicómicas revueltas de Antonio Guzmán Blanco, el Mocho Hernández, Crespo e Ignacio Andrade, vista por un niño.
Leyendo esta obra, las encantadoras descripciones de la Caracas de la época, la aristocrática calidad de su prosa, de sus delicados detalles y comprensible belleza humana, su humor, al tratar nuestra gente y nuestra historia no pude menos que compararlo con aquel otro bostoniano (de España), autor de “El último puritano”, George Santallana.
Tomas era hijo del general Alejandro Ibarra, de los Ibarras que han dejado a Caracas llena de historias y leyendas patrióticas. Don Alejandro venía siendo pariente cercano de quien llegara a ser general de Brigada, Andrés Ibarra, edecán del Libertador y quien fue herido al salir en defensa de Bolívar en el famoso atentado del 25 de septiembre de 1828; Andrés era hermano del general Diego Ibarra, prócer de la Independencia, quien participó en la Campaña del Centro (1818): en las acciones de Calabozo, El Sombrero, Semén, Ortiz y el Rincón de los Toros; se distinguió en las batallas de Pantano de Vargas, Boyacá, Carabobo, Pichincha.
Estos Ibarras, Andrés y Diego, venían siendo sobrinos del marqués del Toro. La hija de Andrés Ibarra, la bella Ana Teresa Ibarra Urbaneja, contrajo matrimonio con Antonio Guzmán Blanco.
Tomás Ibarra venía siendo nieto de un distinguido diplomático norteamericano, Thomas Russel (nombrado Ministro Plenipotenciario en Venezuela por el presidente, general Ulises S. Grant). Thomas Russel era cuñado de Marston Watson, íntimo amigo de los famosos escritores Henry David Thoreau y Ralph Waldo Emerson.
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