Nuestro coraje y otros asuntos que nos desconocemos

Con certeza, el carajo más corajudo de este planeta llamado Venezuela, fue Simón Bolívar. No menosprecio otras calidades. A lo mejor hayan habido otros, no los conozco, tampoco sé que tanto, porque a lo mejor la invisibilidad, o el desconocimiento de su identidad, hayan sido precisamente su propia virtud, dado que la gloria inquirida por el general, haya sido tomada como una pantalla, antes que ejemplo, pero creo, que es necesario saber por lo menos qué fue esa estrella, hoy tan ignorada, no sé si como en el pasado, pero jamás en la dimensión que debiera ser, al punto que la percibo en peligro de provocar el hastío sobre el grande hombre.

Lo que sí sé al respecto es que al no enlazar la correspondencia con la forja del general republicano, veo la intención en el embadurnamiento de egos y que jamás podría alcanzarse el atractivo que su valor sí posee. Capítulos aislados de esa vida tan prolífica no pueden ejercer efectos incitantes, si no se posee un armado de su atractiva VOLUNTAD, el acero con que pudo vencer a veces números que lo quintuplicaban, y no precisamente porque el enemigo fuese un bruto salvaje. O llamar la atención sobre un proyecto totalmente desconocido, exponiéndolo ante gente que ni sabía leer y escribir, pero que entendían lo que quería decir, porque se sentían incluidos en él. Démonos cuenta: Sabemos leer y escribir y continuamos siendo ignorantes. Entonces, es otra la fórmula que necesitamos: que la ignorancia es un muro que nos evita encontrarnos. A las personas, de paso, no enemigas de su labor e intenciones titánicas, y que el mentado general aprovechó sin perderle la vista, seguro que ese era su deber cabal. Lo que sí sucede, es que por re o por fa, lo que llamamos vida, no la apreciamos porque simplemente no sabemos qué es. Apenas andamos en ella como antenas receptoras; cada quien tiene un ángulo, aprendido o no, experimentado o no, señalado y demostrado o no, arrastrado o no, desde donde la conciencia le muestra un quehacer circunstancial en un momento dado, a veces es una compañía de por vida descubierta, que le estremece la suya, para lo cual fue encomendado(a), y ese descubrimiento le canta en su vida: "ese es tu deber".

A lo que voy. No me siento ser precisamente un maestro, y mi vida no es ejemplo de nada. Pero he leído la de Bolívar desde variados ángulos, donde la admiración y otros sentimientos opuestos, como la cobardía y la envidia, se los han endilgado tan cómodos, como si el general fuese un imán o una aspiradora para todo, así como así, por lo que cada vez le ratifico más mi personal admiración y reconocimiento. Como diría mi viejo, quien fue un dicharachero sin igual: "Desde que hablan es porque lo ven".

No fueron de rosas los pasos de Bolívar, pero fueron los suyos, hoy paradigmas para millones de latinoamericanos. Quizá por ello, lo fueron, léase, lo apartaron tan temprano, aislándole de la patria a qué hacer el sacrificio. Recomiendo una obra en particular, el tomo 34 de las Memorias de O’Leary, su edecán más cercano y recopilador personal de muchos ejemplos tan exclusivos de su gran voluntad. Es el último tomo y el más delgado de las mencionadas Memorias, porque fue una bitácora del oficial irlandés, sobre cuanta anécdota vivió en lo personal con su jefe. Llegado al país en 1819, recopiló de todo cuanto se enteró anterior a su arribo, logrado a punta de testimonios personales. Tan admirador fue de su jefe, que al casarse con una de las hijas del general Soublette, dicen que una bella rubia, de las más calificadas de la Caracas de entonces, al hijo de ambos le puso por nombre Simón Bolívar O’Leary Soublette, tal cual.

Ese tomo trata como dije, de momentos muy vívidos donde siempre el Libertador se puso de primero si es que le tocaba caer, pero también, no despreciar el primer ápice de oportunidad que le brindara la vida para trocar en victoria la suerte desde abajo, como también le ocurrió en no pocas ocasiones. Hago estas letras para recoger y promulgar la vitalidad de un ser, al que aún no veo cuándo ni cómo van a bajar del pedestal, tal cual lo tenían promulgado, y más bien lo encumbran más, como un vicio, al que no se sabe cómo darle la vuelta y la adoración gana puntos antes que la humanidad, y Chávez va por el mismo camino.

A Bolívar se le preguntó una vez, cuál había sido para él, la batalla más dura, en que vio sin muchos adornos, la suerte perdida. Y confesó sin pensarlo mucho: "San Mateo": Boves había reunido tanta gente para su ejército, que simplemente no triunfó porque no tenía armamento para toda ella. Dicen que antes de esos encuentros, Bolívar sólo se animó a calibrar una respuesta: "Aquí muero yo primero". En el polvorín de la hacienda tenían todas las armas y la pólvora de los republicanos. Habían hecho puyas con las cañas recién cosechadas, para dificultar más el acceso del enemigo, y desde la hacienda antes de la batalla, sólo se veía una gruesa línea de 15.000 hombres que podría arropar fácilmente a los republicanos, que la noche antes de la primera batalla, se escuchaban las coplas pendencieras de condena a muerte de todos los "patricios" de Bolívar, que no eran tales, sino también puro pueblo de Caracas y Valencia. En tres encuentros muy sangrientos, el republicano volcó la tortilla a su favor. Famoso es el sacrificio de Ricaurte cuando vio que le había salido el enemigo tras su espalda, precisamente a menos de 20 metros del polvorín, y se voló con todo él, aunque el general más tarde confesará que en realidad, Ricaurte había muerto metros antes de lograr su objetivo. O la apuesta aquella donde Diego Ibarra, cuya altura era de 1,80 se jactaba de pasar a un caballo con sólo un par de saltos desde atrás, posando una de sus manos en las ancas, otra en el cuello y saltar finalmente, y que Bolívar (1,65m) le apostó que él haría lo mismo, y al primer intento se dio un golpazo "en el morro", léase, en los testículos, que lo animó más en el empeño, no se rindió, hasta que al tercer intento pudo por fin ganar su objetivo; que todo fue risas, aunque él quedó pálido y muy tocado con la joda. En fin, aconsejo la lectura de este tomo, ese es el Bolívar que queremos.

Termino con un hecho que a lo mejor enhebró un tejido que aún no hemos curado, por lo menos, los conocedores del mismo. Necesario es promulgarlo: sucedió en Rincón de Los Toros en ( ) 1818. Estaba de guardia esa noche el batallón de Santander cuando fueron sorprendidos por el jefe realista Nicolás …. El encuentro fue realmente sorpresivo, y sólo Santander pudo dar el aviso aterrado: "¡El enemigo!" "¡El enemigo!". La balacera fue general y sin pausa. La hamaca del general Bolívar quedo peor que un colador, y su gente tuvo que huir en varias direcciones, y precisamente el enemigo ya había puesto en fuga a los caballos y las reses. Los cuerpos hicieron lo que pudieron para solventar el difícil trance. En cuanto pudo reunirse a cierta oficialidad, vieron que faltaba Santander, y fue conminado a Anzoátegui encontrarlo. Fue hallado al rato, ubicándole a ojo dónde podría haberse escondido, y en efecto, lo logró tras unos arbustos. Santander estaba literalmente aterrado, de ese pánico que conocemos como "susto de canillas" que no permite al afectado andar un solo paso. Anzoátegui, muy furioso lo encaró con su sable, con el que le dio y arrancó sus charreteras con sólo dos sablazos gritándole: "¡Esa vaina la llevan los hombres!" y a punta de empujones lo sacó del terrible trance.

Al año siguiente, en 1819, Bolívar ha sido convencido por Santander para libertar a la Nueva Granada, la que le asegura, está ya madura para recibir a los republicanos, y convencerlos para arropar la suerte independentista. Además lo convence que si atraviesa Los Andes, va a conseguir todo el bastimento necesario para todo ese ejército y regresar para liberar a Venezuela, prácticamente desnuda por la terrible guerra a muerte que ha soportado. Esa epopeya comenzó desde el mismo día 25 de mayo de 1819, luego de reunir el Libertador a sus jefes en un rancho abandonado, que los españoles habían utilizado ocasionalmente para descuartizar reses; se conoce el momento como la noche de las calaveras, puesto que todos los jefes se sentaron sobre calaveras de reses en el sucio y húmedo suelo. Allí el general les hizo saber sobre el verdadero plan que tenía para atacar a la Nueva Granada, atravesando los páramos andinos, llevando a granadinos de guías precisamente que habían venido con Santander. A Anzoátegui no se le informó debido a su carácter explosivo y la ojeriza que ya traía contra de Santander. Anzoátegui quedó vigilando con su división esa noche.

A los días de estar ascendiendo, con los aguaceros cada vez más fríos y los ríos más crecidos, Anzoátegui emplazó a Bolívar informarle del plan, a lo cual, le respondió sin muchos aspavientos, logrando con ello molestar tanto al general Anzoátegui, que le preguntó al caraqueño si estaba loco, que sus hombres no habían conocido más frío que el de Mundo Nuevo. Bolívar le replicó que su plan era bueno, puesto que los españoles jamás se iban a esperar semejante táctica. Dicen que Anzoátegui lo retó a un duelo, y, al ser conminado por sus demás compañeros, le prometió a Bolívar que él mismo lo iba a matar con sus propias manos si su división terminaba en desgracia.

Bajando a Gámeza, a más de 5000m las mujeres surtieron de enaguones a los soldados, porque literalmente no tenían qué ponerse. Bolívar creó un batallón de parameros (Batallón Gámeza), con los que recogieron el armamento dejado en el camino y casi de inmediato tuvieron el primer encuentro; la súper voluntad que traían aquellos hombres los hizo pelear como fieras. Fue su primera victoria y prometieron que ni muertos regresarían por ese camino. Allí en Gámeza, armaron fogatas y surtieron de verduras con infusiones, que mejoraron sustancialmente a los extenuados soldados, que descendieron fortalecidos para los siguientes encuentros, donde en Pantano de Vargas, en un encuentro de varias horas tensas, terminaron de flaquear a Barreiro y a su gente, hasta llegar a Boyacá, y allí, desde varios flancos a la vez, los republicanos se dieron una victoria tan brillante, que desbarataron al ejército español del Virrey Sámano, victorioso anteriormente sobre Napoleón en la vieja Europa en Arapiles y San Marcial, y fue la división de Anzoátegui, supuestamente, la retaguardia, la del broche más brillante del encuentro.

Sin embargo, más tarde, el 14 de noviembre de ese mismo año 19, regresaba el general Anzoátegui con su batallón de orientales, y fue sorprendido por soldados de Santander exhortándolos asistir a una fiesta en su honor, pues el barcelonés estaba de cumpleaños. Aceptó en aras de la amistad recién "restablecida". Al día siguiente amaneció muerto el general Anzoátegui envenenado. ¡Qué fatalidad! No vamos a lanzar piedras al vacío, pero esta es una página más de la suerte trágica acaecida sobre nuestros valores. Venezuela está saturada de este tipo de acciones, donde es la traición la que habla. ¿Mala construcción desde un principio? Simplemente creo sin muchos adornos que han sido Hechos Olvidados. Peor, desconocidos. Hemos tenido gente con bríos de sobra como para construir varios países, pero vuelvo y repito, los desconocemos. Y la responsabilidad es nuestra.



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Arnulfo Poyer Márquez


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