No ha habido tregua con mi tierra querida. En medio de la pandemia causada por el invisible virus más criminal del último siglo, las agresiones injerencistas y retaliativas contra Venezuela han sido directas, provocadoras, que no llegan a humillación ni a la invasión del territorio porque la geopolítica mundial ha permitido alianzas estratégicas que son un respaldo a nuestra soberanía y entran en la lógica de lo inaceptable para países que militan en la multipolaridad. En ese entorno cruel, creí escuchar a un alto funcionario del gobierno de EEUU cuando dijo que estaban a corto tiempo de izar su bandera en nuestro territorio, que aun refiriéndose como imagino, en los terrenos de su embajada actualmente en desuso, ubicada en Caracas, es un ofensa grave y una confesión de complicidades a lo interno del país para alterar la paz, en estas difíciles circunstancias.
La actitud de respuestas contundente contra los agresores y la proactiva acción de gobierno para anticiparse a la pandemia y tener prevalencias de las más bajas del continente, es el contexto para imaginar que superadas las dificultades con la COVID-19, el país será repensado y el Plan de la Patria priorizado en diferentes áreas donde es evidente la vulnerabilidad por razones duales, errores de gestión interna y obstáculos de agresión externa.
No nos sorprende aquello que se dice por todos los medios y en todos los horarios: Después de la pandemia por coronavirus, el mundo será otro. Los filósofos tienen mucha imaginación aunque en este caso brotó tarde y por causas de una minúscula partícula, no tan evidentes como la enorme desigualdad en el poder real asumido por menos del 1% de la población mundial, contra el restante de gente progresivamente desmejorada hasta llegar a tener un mundo de 1200 millones de pobres. Ahora, todo el abanico de opciones políticas corea la misma etiqueta a su interés, el mundo no será el mismo. Desnuda quedó la jactanciosa economía de los países reconocidos como desarrollados cuando la muerte los acechó y sacrificó a cientos de miles, el virus se tragó la ciencia, las infraestructuras de guerra, las instalaciones inteligentes, el arte, la educación y creó un estanco de desechables, los que para sociedades antiguas y otras primitivas, son el tesoro de la sabiduría, los ancianos.
Nosotros, en Venezuela podemos parafrasear aquel lema: El país no será el mismo después de la pandemia. Hemos sentido el peso de algunos errores de la planificación nacional, especialmente la ausencia de cifras en áreas sensibles de la socio-economía. Error que impide calcular la magnitud de las brechas en temas como la agricultura (en toda su extensión), la educación, la salud, vivienda, servicios a la sociedad, el turismo sustentable, el petróleo y algo que nos ha fragmentado como sociedad, el pasivo ambiental del extractivismo. Por allí deben ir los tiros. Hay que darle el valor justo a las percepciones que tiene el común sobre sus problemas en estos temas. Allí está el tuétano para identificar prioridades y acciones. Pero, hay otros temas menos tangibles, el mal de la corrupción y el burocratismo asociado debe tener un capítulo especial en ese país que no será el mismo.
Todo lo que queramos cambiar, que será posible y sensato, debe acompañarse con lineamientos estratégicos de una nueva armonía dentro del país, hay que sacar las mejores herramientas del buen vivir, de las teorías del amor al otro, de la mayor felicidad posible para todos, compartir los retos del esfuerzo y aceptar las diferencias. El nuevo país deseable es el país de la amplitud y del compromiso compartido.
El Plan de la Patria con esos objetivos históricos tan relevantes y bien delineados nunca podrían seguir pensándose como una colcha de retazos, porque se necesita que dé respuestas sentidas a los grandes problemas de la sociedad. Y eso, es lo que significa que en la post pandemia el país no será el mismo.