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Señores, he aquí mis CONFESIONES!: Me he ido quedando ya sin nada, sólo con un amado chopo para enfrentar a los gringos… y hace dos días, discúlpenme la franqueza, pero pensé, qué harían los gringos si en América Latina se acabaran los hijos de su mama, y lo dije cuando vi a don Juan Guaidó histérico porque el gobierno había infiltrado la incursión mercenaria y que Maduro, para él, tuvo el descomunal descaro de no decir nada para después matar a unos cuantos. Que eso se llamaba crueldad infinita, sevicia, indolencia, maldad preconcebida y muchísimas ganas aberrantes de matar. Que Maduro si los había infiltrado, entonces debió advertírselos para evitar matarlos. Nunca una risa macabra me había producido tanta alarmante satisfacción. A lo que se llega en este mundo de tantos locos y pendejos, ¡dios mío!
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Estamos viviendo, por otro lado, tiempos gloriosos, únicos, profundos, duros y terribles, con la gran virtud de que el hombre que tenemos al frente de la presidencia de Venezuela, se mantiene firme ante las amenazas de los malditos gringos, algo muy pocas veces visto en la cruenta y dolorosa historia política de América Latina.
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En realidad, nosotros en Venezuela, somos prácticamente una isla en medio de un mar de presidentes: el Iván Duque, el Bolsonaro, el David Granger…
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El imperio gringo, durante más de un siglo, se había acostumbrado, a que en esta región, los gobernantes temblaran ante sus decisiones, amenazas y decretos de condenación a muerte. Ellos, los gringos, se habían hecho obedecer y "respetar", matando, descuartizando, enloqueciendo con drogas al planeta, envenenando a aquel que se negase a cumplir sus requerimientos.
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Y todos los gobernantes en América Latina, antes de tomar una decisión en beneficio de sus pueblos, tenían que pensárselo muy bien. Medir las consecuencias de sus acciones. La mayoría de las veces, optaban por no hacer nada que valiera la pena, terminar sus mandatos e irse con el rabo entre las piernas como cerdos cobardes. Veían lo que les había pasado a Bolívar, a Cipriano Castro, a Jacobo Árbenz, a Joao Goulard, a Carlos Delgado Chalbaud, a Isaías Medina Angarita, al mismo Marcos Pérez Jimenez, a Torrijo y a Allende.
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Al viejito cobarde de Pepe Mujica, quien se desvivía por atender al rey emérito Juan Carlos de Borbón, se le mojaron las metras, cuando Maduro le cayó a sopapos, a su hijo predilecto, Luis Almagro. Así son ciertos tipos que presumen de revolucionarios en nuestra América Latina.
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Pues, les iba a decir, y ese era el real motivo de esta nota, que en medio de estos bloqueos y estas guerras económicas, me he ido quedando sin dientes, porque cómo le pago a un dentista. Me he ido quedando un poco afectado también de la vista. Un día de estos dejaré de pagar el condemonio (Condominio, digo) que ya va por el millón de bolos. Me quedé sin carro. Tengo una casita en el campo con una perra que la cuida y a la final abandonaré la casita y me traeré a la perrita, que amo mucho. A veces reviso con pasión la alacena a ver que queda por ahí oculto, cuando ya no me queda posibilidad siquiera de echarme el gustico de un dulcito.
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He comenzado a regalar todo lo que ya no use o necesite. Ya nunca más en mi vida pienso comprarme zapatos o ropa.
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Pero, debo advertirlo, que de lo que nunca me desprenderé es de mi chopo, y si Dios me da fuerza y vida, espero ofrendarla, luchando contra los malditos gringos.
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Amo a mi patria con profunda devoción. Es todo.