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Meterse a político sin tener carácter para imponer la justicia, es de lo más deprimente que pueda darse: decepciona a todo el mundo, todo lo hace mal, no cree en sí mismo y es una mala influencia para todo el que le rodea. Además de que quienes dependen de él no le respetan y todo lo toman a chirigota. Y no es que lo engañen, es que él mismo es el engaño más brutal, más miserable y degenerado.
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Bolívar decía que una de nuestras peores desgracias era que en la política de partido de la Gran Colombia, los que tenían carácter eran los malditos malvados, asesinos y ladrones: un carácter perverso, para imponerse y destruir la nación, y que los buenos, los honrados entonces se comportaban de una manera horrendamente débil. Por eso perdimos los bolivarianos la Convención de Ocaña y se desintegró la Gran Colombia.
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Por ese montón de bolivarianos sin carácter ni decisión, vinieron a imponerse los asesinos como José María Obando y José Hilario López, quienes mataron arteramente a Sucre. Y se impuso un canalla como Santander (pavorosamente debilucho moralmente, y cobarde, una especie de Lenin Moreno). Horrible ha sido nuestra historia por culpa de los viles pendejos sin carácter para hacer el bien e imponer la justicia. No hay cosa que más arreche en este mundo que un político sin carácter y que a la vez sea una gran vaina.
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En toda la historia de Venezuela del siglo XX muy pocos han sido los gobernantes con carácter para imponer el bien, y entre ellos cabe mencionar a Cipriano Castro, Isaías Medina Angarita, Hugo Chávez y Nicolás Maduro.
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A Venezuela se la llevó el diablo durante todo el siglo XX, porque los políticos que tenían carácter eran para hacer el mal, para postrarse ante las decisiones de Estados Unidos y a la vez para masacrar estudiantes y al pueblo: Juan Vicente Gómez, Eleazar López Contreras, Betancourt, Leoni, Carlos Andrés Pérez, Caldera, Lusinchi, Luis Herrera,…
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Nuestra revolución debería hacer una severa limpieza, revisión, de todos aquellos personeros que tienen cargos de importancia y de decisión en la dirección del gobierno nacional o de los gobiernos regionales. Un político debilucho o aburguesado con poder y mando es una maldición peor que los males que trata de enfrentar o resolver. Es una tragedia nacional.
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Un blandengue, un ser fofo de alma y de espíritu, una veleta que lo manejan las circunstancias y todos los vientos que soplen, es de los más repugnante que pueda darse en el mundo de la política. Todo el mundo hace con él lo que le da la gana, y él vive hasta feliz lo toman como coleto.
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No había cosa que detestara más el Libertador que un político sin carácter. Llegó un momento de su vida, atormentado y desesperado, en el que dijo: "-Aquí el único que ha tenido carácter he sido yo". Por su carácter, el Libertador pudo imponerse frente al imperio poderoso de los godos, pudo doblegar al "Pacificador" Morillo, hacerse respetar ante los gringos e independizar casi toda América del sur.
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Cuando en 1827 vuelve a Venezuela y Páez grosero y miserable le dice que tiene que ponerse a las órdenes de su gobiernito, Bolívar lo increpa: "Vamos a ver quién manda verdaderamente", Páez tembló y se postró, cobarde y traidor como lo era.
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Páez no tenía carácter, tampoco Santander o Juan José Flores, ni los ministros (aunque muy inteligentes) José María Castrillón, Joaquín Mosquera, Vergara.