Los gringos también se equivocan

El pitiyanqui sufre. El pitiyanqui gime. El pitiyanqui deplora no haber nacido en las tierras del norte sino, maldita sea, en este subdesarrollo suramericano. Como el pequeñoburgués que quiere escalar pero es relegado y despreciado por la alta burguesía, este pequeño yanqui imita las costumbres gringas, enaltece sus mercancías, procura un inglés sin acento ...pero igual allá lo miran de reojo como a un chicano, por mantuano que aquí sea. El pitiyanqui delira con tener en la presidencia de la república a un rubio empresario, no importa si autoritario, grosero y pícaro como el del norte, y se resiente de que este plebeyo nuestro, chofer de autobuses, ¡dígame eso!, pardo y para más comunista, rija los destinos de la nación.

-¿Por qué carajo no lo habremos podido tumbar?, se pregunta intrigado.

Misterio inescrutable, no alcanza a entender por qué los hermosos efebos de esta oposición agraciada, titulados en Harvard o en Princeton muchos de ellos, no han abatido a esta nauseabunda chusma chavista.

Definido por el manoseado blasón (creado por el poeta borinqueño Luis Llorens Torres), el alegre petit yankee abre festivamente los caminos de la nación a los marinos de la nueva ocupación, para Mario Briceño Iragorry (quien usó el término) los productos del neocolonialismo económico, comercial y transcultural de mediados del siglo pasado, para nosotros hoy, estos infames y torpes mercenarios del inicuo contrato con Silvercorp USA INC. No que sea una invasión, como nos ha recordado el general Padrino, que de haberlo sido, ya el almirante Faller habría hollado con su insolente planta los jardines de Miraflores... y seguramente el país ardería en llamas, más arrasado que nunca, y los cadáveres se contarían por miles... pero lo de Macuto retrata a nuestro indigno pitiyanqui en cuerpo y alma.

-Se me quedó fría la champaña, reconoce la fatua señora de la aristocracia caraqueña, nieta de la que Briceño Iragorry mencionara con esas mismas palabras en su Tierra ocupada.

Nuestro pitiyanqui fantasea en el claro amanecer cuando ha de salir con su banderita de barras blancas y azules a ver desfilar por las avenidas de Caracas a los vencedores imperiales. Como un realista esperando a Boves en la Venezuela de 1814, según la semejanza de Briceño.

-Ojalá fuésemos la estrella 51, suspira.

Sumido en tales efluvios, el pitiyanqui enciende el televisor y se topa de frente con la ruda realidad, como el Quijote con la iglesia: en la pantalla, Maduro pronuncia su quincuagésima alocución en tiempos de pandemia.

Como arrastrado por un memorioso tobogán, y para no ir muy lejos, el pitiyanqui recuerda sus recientes exaltaciones: ¿a dónde se fue el frenesí callejero de la autojuramentación?, ¿qué fue del furibundo "Sí o sí"?, ¿no que los cachacos entrarían por Cúcuta?, ¿adónde se metieron los conjurados del 30A?

"Todas las opciones están sobre la mesa": aquella metálica frase aún vibra en sus oídos. Año y medio ha, nuestro pitiyanqui se imaginó que ahora sí, con los invencibles gringos por detrás, con Mr. Trump manipulando los hilos, y con sus secuaces de aquí, más vasallos que nunca, el mandado estaba hecho. ¿Quién podía mirarse las caras con el Departamento de Estado, y la CIA, y la DEA, y el FBI, y el Departamento del Tesoro, y la Cuarta Flota? ¿Estos burros bolcheviques nuestros, sargentones y politicastros de apocada mollera? ¿Puede resistir este gobiernito, asediado por el hambre y las enfermedades y por el despelote de los servicios públicos, el empellón brutal de las sanciones gringas y del bloqueo y de la ilegal confiscación de bienes, oro y dinero? No, no podrían. En fin de cuentas, USA sigue siendo la primera potencia del mundo, aunque China le pise los talones y Rusia dispute o pretenda disputar su hegemonía militar.

Pero ha pasado el tiempo, rumia el pitiyanqui, y nada pasa... o sólo pasa que la oposición va de derrota en derrota y, aún con el país en ruinas, Maduro sigue allí, incólume. ¿Entonces? ¿Calcularon bien los gringos? ¿Calibraron la naturaleza histórica y popular del chavismo, aún hoy, en su versión madurista, en clara minoría? ¿Percibieron que esta Fuerza Armada no es ya aquélla semejante a las 8que en el siglo XX derrocaban gobiernos con sólo proponérselo, sino una con otros valores, ensamblada al partido-Estado en un solo entramado de intereses de diverso signo, de modo que derrocar al gobierno significaría derrocarse a sí misma? ¿Han escrutado cómo la amenaza de una intervención militar extranjera gringo-colombo-brasileña sólo cohesiona a los militares en rededor de su comandante en jefe?

El pitiyanqui se ha enterado de la postrera propuesta de Pompeo: negociar con los jefes del PSUV y, sin Maduro (...y sin el otro), hacer a aquéllos parte de la transición. O sea: Padrino, y Cilia, y Diosdado, y Delcy, y Jorge, y Arreaza, y Tareck y Aristóbulo y Ceballos, y pare usted de contar. ¿Y para eso tanto esfuerzo?, se pregunta nuestro pitiyanqui. ¿Quién paga los protestantes muertos en 2014 y en 2017? Claro, los maduristas rechazan, tienen que rechazar esa grosera injerencia, como si desde la Oficina Oval pudiese decidirse qué hacemos los venezolanos con nuestro destino. Además, los jefes del PSUV saben que entregar a su líder equivale a una derrota irreparable, y que luego vendrán por cada uno de ellos, a destajo.

En fin, que el pitiyanqui da vueltas alrededor de sí mismo. Aun cree, trata de creer en uno de sus dogmas doctrinales: la infalibilidad de la Casa Blanca, como la de los Papas para los más ortodoxos católicos. Sumido en sus cavilaciones filosóficas, escucha un rugido de helicópteros sobre Caracas, pero es sólo su imaginación febril. Entonces recuerda la apresurada evacuación de Saigón por las tropas estadounidenses, y más allá el fiasco de Bahía de Cochinos, y más acá Libia y Siria y el pantano de Afganistán. Le cuesta admitirlo, pero sentencia muy a su pesar, con la mirada fija en la estampa del general Washington que pende de la pared:

-Los gringos también se equivocan.

En el texto citado, Mario Briceño escribe:

Vigorosamente guarnecidas y vigiladas por el ojo militar pueden estar nuestras costas. Ello no obsta para que los marinos de la ocupación sigan entrando. Y sigan siendo alabados por los pitiyanquis. Su derrota y expulsión es problema de conciencia y problema de realidad. Necesitamos una vigilante actitud que nos permita detener el paso a estos festivos intrusos. Cerrar una fila de conciencias que ni se abran ni se dejen rendir a los cantos de sirena. De otra parte, mirar hacia una tierra que pierde, por el abandono, su alegría salvadora. Lo que nos da su entraña opulenta, convertirlo en riego, en máquinas y abono que hagan cuajar y multiplicar las diversas cosechas con que abastezcan las industrias y mercados. Nuestro petróleo y nuestro hierro, retornarlos a la tierra en ferrocarriles, en diques, en tractores, en molinos que aumenten la verdura de un suelo que pierde, por la sed y el abandono, la alegría antigua. La antigua alegría de las tierras cultivadas por hombres libres, que sabían vivir la digna pobreza con que aseguraban el derecho a morir como ricos e independientes.

Sí: vigilante actitud, cerrar una fila de patriotas, y mirar a la tierra y a la industria para producir. Libertad, progreso, justicia social y soberanía. Ésta la ecuación simple de una nueva oposición. Ésta la Venezuela posible que todos merecemos.



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La fuente original de este documento es:
Punto de Corte (https://puntodecorte.com/opinion-los-gringos-tambien-se-equivocan-por-enrique-ochoa-antich/)



Enrique Ochoa Antich

Político y escritor de izquierda democrática. Miembro fundador del Movimiento al Socialismo (MAS).

 @ehochoa_antich

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