El título de este artículo no es mi contribución a la depresión que cunde por ahí. Tiene que ver con dos poemas de Rafael Cadenas y un artículo del recién fallecido poeta Armando Rojas Guardia que circuló ampliamente por las redes hace pocos días. Decía éste último, en su texto "Diagnóstico y prognosis", que sólo encontraba una palabra para resumir lo que hemos vivido los venezolanos en estos años: fracaso. La palabra es también el nombre de una poesía del otro gran bardo venezolano, Cadenas, quien ya, hacia finales de la década de los sesenta, había hecho una conmovedora composición titulada "Derrota", la cual fue interpretada en su momento como una alusión a la lastimosa situación de la izquierda diezmada en aquellos años. El poema "Fracaso" es de finales de los noventa.
El análisis de Rojas Guardia (fechado en mayo de 2017, aunque divulgado de nuevo hace días) no tiene desperdicio, por varias razones. Se refiere a la situación actual del país en tono de reflexión, entre filosófica y antropológica. Puntualiza varios "ismos" a los cuales atribuye el fracaso del país: estatismo, militarismo, rentismo. Pudo haber agregado el personalismo, el nepotismo; en fin, todos los "ismos" que mencionó hace poco Ochoa Antich en su artículo "Chavismo, madurismo, chavismo-madurismo".
El poeta Rojas Guardia, después de constatar que ha habido civilizaciones e imperios completos que han fracasado por sus propias falencias, tales como el romano o el austro-húngaro, pretende mostrar que Venezuela sí puede que ya lo haya hecho, y que eso se siente "a estas alturas de la historia" con lo que está "orgánicamente" relacionado con "lo fallido, lo truncado, lo abortado, lo desgarrado, lo desviado, lo extraviado", vinculado además con el retroceso que ha llevado al país al siglo XIX y que hoy observamos con toda su dramática realidad en el empobrecimiento constatado, por ejemplo, en la encuesta sobre las condiciones de vida del venezolano, que nos sitúa por debajo de los indicadores de Haití y de varios países africanos, o en la más directa cotidianidad. Esa sensación de fracaso tiene, para el poeta, que ver con el sentimiento de inferioridad respecto al supuesto pasado heroico de la generación de la guerra de Independencia, y con la enorme dificultad de acceder a la modernidad, entendiendo por ella, la institucionalidad democrática.
Señala también el escritor el "daño antropológico" hecho por Chávez y el chavismo (ni siquiera menciona a Maduro): elaborar una "mecánica mental" basada en el logro de la "cohesión grupal" a partir de la construcción de un enemigo, que funciona como "chivo expiatorio". Finalmente, el análisis conduce a la identificación del núcleo de esa herida, de ese fracaso como país: la instalación del odio.
He aprendido a no negar la validez de una interpretación, sino a precisar a cuál perspectiva responde, a cuál escala se reconstruyen los lugares en el mapa que se hacen los intérpretes. Es decir, el poeta Rojas Guardia, con su extraordinaria escritura, hizo una interpretación histórico-antropológica muy lúcida, por supuesto. La cuestión es que hace juicios a una escala que no le permite una mejor visión, tanto del conjunto, como del detalle. Además, lo hace desde un punto de vista excesivamente europeo, para estar hablando de la historia nacional. Dejando de lado esa comparación tan extraña entre la historia (con su correspondiente fracaso o decadencia) de una república suramericana, con la del Imperio Romano o el Austro-Húngaro, en lugar de hablar de, por ejemplo, Haití o Somalia, debiera yo empezar por examinar la referencia a los poemas de Cadenas, uno de finales de los sesenta, el otro, de los noventa.
En aquella década final del XX, época de auge de las maestrías de literatura, había una suerte de consenso entre los críticos literarios en interpretar el experimentalismo, el repliegue en la intimidad y en los recovecos de la psique, el abandono de las anécdotas en la narrativa y el auge del patetismo del ethos de los autores, como una generalizada sensación de fracaso de una tentativa concreta: la de la izquierda guerrillera de los sesenta. Luego, claro, vino la influencia de las lecturas existencialistas; pero sobre todo un triste desarraigo del conjunto de los intelectuales reconocidos, un duelo que atraviesa sus fases posteriores a la negación de la pérdida: la depresión y la rabia. Eso coincidió con el dolido asombro con las pistas económicas, sociales y políticas (una de ellas, por supuesto, el 4 de febrero de 1992) de la crisis de los 80 y 90, décadas en las cuales coexistieron dos tendencias subjetivas aparentemente contradictorias: por un lado, la "desmitificación" de los héroes nacionales, empezando por Bolívar y los demás héroes (recordar las novelas de Herrera Luque, de Dénzil Romero, las pinturas de un Bolívar gay, etc), y, por el otro, la celebración "actualizada" de algunos símbolos patrios (¿recuerdan la moda de las franelas tricolor, el uso de las banderas, el himno cantado por Ilan Chester, etc.). Pues bien: recuerdo que también en esa época se mencionaba como rasgo común de aquella generación de escritores, su desarraigo de un país del cual se alejaban sentimentalmente, y su desgarramiento subjetivo.
Sí, la sensación de fracaso (de desgarro, de desvío, de extravío, etc.) viene de antes, y de manera lógicamente más sentida, estuvo entre nuestros escritores. Obviamente, el rentismo es otro fenómeno que se observó mucho; tal vez un siglo completo. Algunos han señalado que el "chavecismo" (época histórica, para distinguirlo del "chavismo", movimiento sociopolítico), tiene un hilo de continuidad con todos los gobiernos posteriores a Gómez, incluidos los últimos años de éste: el rentismo, distorsión económica que bien analizó Asdrúbal Baptista, y que tenía el fracaso cantado, pero que a nivel subjetivo se manifiesta en las personalidades escindidas del dirigente venezolano: planes elefantásticos (recordar el V Plan de la Nación, y en 2012, los programas, tanto Chávez como de Capriles ofreciendo llevar la producción petrolera a los 6 millones de barriles) y una suerte de sentimiento de culpa por despilfarrar una riqueza "no trabajada", "caída del cielo", "regalada por la Naturaleza", etc.
En cuanto al sentimiento de inferioridad, sí, ella ha estado desde hace mucho más tiempo. Y tiene que ver con las "repúblicas aéreas" que Bolívar ironizó en los fundadores de la Nación, que era copia de las instituciones norteamericanas, y con lo que Briceño Iragorri llamó "crisis de pueblo", que captó en aparentes minucias como esa de celebrar la navidad con San Nicolás. Aquí habría que corregir abiertamente al poeta admirado: sí, inferioridad, pero con respecto a lo que él ha llamado la modernidad central. De hecho, el lamento que acompaña a un sector importante de la intelectualidad venezolana en el exilio, es que nunca llegamos en realidad a la modernidad. Nunca fuimos suizos. O más sentido: jamás seríamos anglosajones. Incluso, algunos hacían mofa de Rigoberto Lanz cuando hablaba de "posmodernidad". "¿Cuál?", le decían, "¡si ni siquiera hemos llegado a la modernidad!".
Escribo a partir de impresiones e intuiciones, claro. Como cabe en un simple artículo de opinión; pero me parece que lo que el poeta Rojas Guardia llama "daño antropológico" tiene raíces más profundas, no de las "guarimbas" de 2017. Un libro muy iluminador al respecto es "La herencia de la tribu" de Ana Teresa Torres. Igual, me parece que la insistencia de historiadores como Elías Pino e Inés Quintero, en revelar las odiosas discriminaciones raciales y sociales en nuestra sociedad colonial por parte de un mantuanaje arrogante y cruel, así como los estudios, menos recientes, de otros investigadores acerca de la permanente guerra civil y social que anticipó, acompañó y continuó a la Guerra de Independencia, muestran las bases reales de esos resentimientos y odios entre grupos, clases y etnias, que efectivamente han aflorado, pero no a nivel de verdaderas naciones fallidas, como Yugoslavia o Libia, bombardeo norteamericano mediante. Por lo demás, la construcción de enemigos a la medida ha sido práctica muy común en nuestra historia (y en la historia de Europa que, sospecho, es tan importante para el brillante análisis de Rojas Guardia; ver recomendaciones de Goebbels y, antes, de Maquiavelo) antes de Chávez. Yo tenía una tía que creía a pie juntillas que los comunistas comían niños asados y ella se murió de vieja hace poco ¿De dónde vendría esa prédica de odio? ¡Por supuesto que de los cincuenta y los sesenta! ¡O antes!
Tal vez por esa escala tan amplia que empleó Rojas Guardia, y que aplican todavía muchos intelectuales de oposición hoy en día, es que no se ven algunos detalles, igual que en un mapa vial no se ven los huecos de la carretera. Por eso no se puede ver la contribución específica de Chávez y la de Maduro a la suerte de la República, y a esa sensación de fracaso. Tal vez por eso no capta que hubo una derrota previa (o toda una serie de derrotas) al gran fracaso final, este que hoy sufrimos. Las derrotas a las que me refiero son, por supuesto, las de la oposición. El fracaso, por supuesto, a las del gobierno, las del actual gobierno. Me refiero a la profundización de los desvíos de Chávez durante la gestión de Maduro, que lo convierten en el peor presidente de la historia republicana. Esas equivocaciones que se convirtieron en desvíos, luego en deformaciones, después en estas aberraciones que nos han llevado a esta atroz pobreza, retroceso y "falta de modernidad".
Todo esto para concluir (¿concluir?) que estoy de acuerdo con el poeta: el país se enfrenta a un fracaso. Sólo que este es del conjunto: de sus gobiernos, de sus grupos dirigentes, de sus intelectuales, de la oposición de ahora y de antes. Hay motivos para esas lágrimas y tristezas. Incluso, los hay para esas indignaciones y rabias. Pero ese fuego iracundo no quemará ninguna bruja: a menos que la ubiquemos en nosotros mismos. La rabia y la tristeza son sentimientos que pueden ayudar a una transformación profunda en la subjetividad. Eso lo saben desde siempre los psicólogos y los poetas. Nietzsche escribía desde la cama, aquejado por esas terribles jaquecas y dispepsias, convocando las fuerzas de la salud que lo llevaran a la convalecencia. Esta exigía valentía, sinceridad, templanza, dureza, una voluntad de superarlo todo. En eso estamos.