La rápida zorra de Maturín

Maturín como todos los pueblos venezolanos en los años 70’s tenía sus características propias, representadas en sitios nocturnos, en ventas de carne, en cervecerías, en abastos, en bodegas, en talleres, etc.

Recuerdo que cerca de mi casa en la Urbanización, más bien barrio, Las Brisas, había en una esquina una vieja bodega llamada Vietnam, en la que, al menos cuando yo llegué a principio de los 70’s, vendían muy pocas cosas. La consigna tácita parecía ser "si lo que anda buscando no lo encuentra en ninguna parte, pues no pierda su tiempo porque aquí tampoco lo hay".

Pero lo bueno de la Bodega Vietnam es que siempre estaba abierta y si usted no conseguía una papeleta de Ace o un jabón azul, en cambio sí podía encontrar una caja de cerveza, despachada por cuatro viejos que se congregaban desde temprano en el sitio a tomarse las frías y a hablar de política, de allí que su nombre era demostrativo del tipo de pláticas que allí se producían.

Más allaíta, como decía el buen narrador que era Simón Díaz, había un comercial, de esos en los que se consigue de todo, regentado por un italiano bien tropicalizado al que nadie se iba sin comprarle algo. Una vez llegó un niño preguntando por el precio de una linterna. El italiano le sacó una y le hizo la demostración de lo bien que alumbraba. El niño le preguntó el precio y el europeo le dijo que 10 bolívares.

El niño contó el dinero que tenía y se dio cuenta de que lo que tenía no le alcanzaba. Entonces le pidió que se la vendiera sin pilas, pero el italiano que estaba preparado para contrarrestar de inmediato, le respondió para asombro de todos los que estábamos allí: "no, sin pilas te cuesta 13 bolívares". El muchacho le dijo que ya venía y al ratico se presentó con el dinero completo, en el entendido que una ganga como esa no se podía pelar. Mentira, la linterna en cuestión era más barata sin las baterías, pero el italiano introdujo una estrategia de marketing difícilmente despreciable.

En el centro de la ciudad, en la avenida Bolívar, estaba la Plaza Rómulo Gallegos, por cierto muy curioso el monumento, porque la estatua del gran escritor venezolano estaba como si un policía de la Metropolitana de Caracas, le hubiera gritado "cedula y contra la pared". Su cuerpo yacía en el aire porque al escultor se le olvidó colocarle el pedestal, ¡qué nimiedad! y los brazos estaban colocados a los lados del cuerpo, lo que dio lugar a la explicación de los lugareños de que Gallegos estaba jugando concha escondida. Cosas veredes de nuestros pueblos!

Bien, hacia la parte posterior de la estatua de Gallegos, se encontraba un taller en el que se reparaban máquinas de escribir. Era el más conocido de la ciudad si no el único. Su nombre era Taller de Equipos para Oficina, TEPO por sus siglas en español y así era conocido en toda la ciudad. Al frente del negocio estaba el Sr. Juan Robles, hombre apacible, de gran respeto entre sus clientes, relacionados y conocidos y a quien los más allegaítos lo llamaban Tío Juan. También trabajaba allí el viejo Andrés Robles, un militar asimilado del ejército y el que se la tiraba de arrechón, pero que al uno entrar en confianza con él, rapidito terminaba llamándolo Tío Andrés. Y estaba también el sobrino de ambos, Armando Robles, quien era el técnico en equipos, es decir el que reparaba las máquinas de escribir de aquella generación y a quienes todos llamaban Armandito.

El local estaba atiborrado de máquinas de escribir desde el mostrador donde se recibían y entregaban los equipos, hasta la parte posterior que era donde efectuaban las reparaciones. Armandito siempre con su cigarro cosido en los labios, atendía a los clientes con una tranquilidad asombrosa, herencia tal vez del Tío Juan, no de Tío Andrés, por supuesto.

En mis frecuentes visitas a TEPO, ¡claro sí era novio de la sobrina de los tíos!, veía cuando los clientes venían a buscar sus máquinas. Armandito se las traía limpiecitas y a un lado del mostrador les hacía una prueba rápida. Contentos los clientes se dirigían a cancelar en caja, donde los esperaba Rosa, quien parecía más bien la esposa del viejo Andrés y no de quien verdaderamente lo era, que era de Tío Juan.

Una vez cuando un cliente retiró su equipo, pude leer lo que Armandito en tan solo 5 segundos les escribía. Esto era lo que los convencía de que el servicio había sido exitoso. Se leía en el papel una oración en inglés:

"The quick and Brown fox jumps over the lazy dog"

Intrigado le pregunté qué significaba aquello y echándome el humo del cigarrillo por un espacio desocupado por uno de sus dientes caninos, me respondió: eso significa "la rápida zorra marrón salta sobre el perezoso perro". Para luego acotar "si revisas bien te darás cuenta de que en la oración están contenidas todas las letras del alfabeto inglés".

- Carajo, Armandito, y si te preguntan por la eñe? Le pregunté intrigado. Entonces agarró una máquina que ya estaba reparada y me respondió:

- Si me preguntan por la eñe, entonces les escribo; Coñññññooo!

Les he contado esta crónica de memoria porque aún en nuestros días le encuentro un magnífico encanto a esa inocente pero vivaz manera de ser de los venezolanos del siglo pasado de mi querido Maturín y que tal como a mí, tal vez a alguno de ustedes jamás se le olvide que "The quick and Brown fox jumps over the lazy dog", o sea.

¡Y ustedes pensando que yo iba a hablar del mismo animal, pero de otra especie!



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Héctor Acosta Martínez

Profesor Universitario jubilado. Graduado en Historia. Especialista en Programación Neuro-Lingüística.

 elecoeco@gmail.com

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