En estos días se cumplieron dos meses de la muerte de Orlando Zabaleta, mi amigo (no hay título más honorable y sentido que este). Están aún muy frescas las circunstancias. Raramente, había pasado más de una semana sin tener contacto con él, hasta que me llamó un sábado su compañera Corteza, alarmada, porque una fiebre persistente se le había declarado desde hacía tres días. Ya Orlando había sido diagnosticado con enfisema pulmonar, terrible enfermedad crónica propia de los fumadores empedernidos. Eso, y su edad, lo hacía candidato fatal para el COVID 19. Efectivamente, su médico lo diagnosticó (sin PCR, claro; por la constelación sintomática de fiebre, disnea y demás) y dispuso por teléfono su hospitalización. Hicimos decenas de llamadas para localizar un transporte en medio de la escasez de gasolina, pues los taxis se mostraban renuentes a movilizar un enfermo tan afectado. Conocidos que tenían contactos con los centros asistenciales, por el veraz pesimismo que en estos tiempos de penuria desarrollan las personas, nos advirtieron acerca del hacinamiento hospitalario y hasta de la conveniencia de que se quedara en casa: un apartamento en el duodécimo piso. Esto llevaba a líneas de acción alternativas: conseguir bombona de oxígeno, oxímetro, etc. Las recomendaciones contradictorias aumentaron la angustia, pero menos mal que, al fin, algunos amigos y familiares pudieron apoyar su traslado a la Ciudad Hospitalaria de Valencia, a cuya entrada mi amigo ya no pudo seguir respirando. No sé si entraría en las estadísticas oficiales. Qué importa.
Habíamos bromeado hacia tiempo, él y yo, acerca de la muerte, la de los demás y la propia. Sobre todo porque hubo meses en que "la Pelona" pasaba su hoz muy cerca y se llevaba a varios amigos de un solo golpe, como comprobábamos al vernos en las funerarias. De hecho, el propio COVID solo nos pareció algo diferente de una especie mediática, sospechosa de exageración o propaganda, cuando empezaron a caer conocidos. Él afirmaba, sonriendo, que había comprobado en repetidas ocasiones su inmortalidad y que Bolívar, a propósito de su compulsiva afición por los cigarrillos, había declarado que "un hombre sin vicios es un ser incompleto". Pero hubo un día, hace ya varios meses que una terrible disnea lo persuadió de dejar de llenarse de alquitrán los pulmones y, disciplinadamente, con la misma determinación obsesiva con que acometía cualquier tarea en su profesión de editor, abandonó el tabaco.
No recuerdo muy bien cuándo conocí a Orlando. Varios compañeros pueden contar anécdotas de aquella época, a principios de los setenta, cuando se entregó a la tarea de reconstruir el MIR, cuidando el local del Partido, que se identificaba en aquella cuadra del centro de Valencia como "Casa Nicolás Guillén". De hecho, los vecinos empezaron a conocerlo con el mismo nombre del poeta cubano. Fue militante en el sector obrero, estudiantil y hasta campesino. Un trabajador muy culto, en realidad, que igual manejaba la bibliografía completa de los clásicos del marxismo (incluido Trotsky y Mao), que textos indigeribles como la Fenomenología del Espíritu de Hegel, y los poemas de los españoles, Neruda, Benedetti, Vallejo y, por supuesto, el propio Guillén. Las canciones de Serrat no podían faltar.
Creo que lo conocí en otras circunstancias. Viajaba yo por todo el país auxiliando a la Comisión Nacional de Organización de la Juventud del MIR, justo después (¿o durante?) de la división de aquel partidito recién reconstruido, cuando Américo Martín se llevó una porción para irse directamente a asesorar a los sindicalistas adecos de Guayana. Entonces, tuve reuniones con los confabulados de Carabobo: Nelson Suárez, Euclides Querales, José Ramón Ortiz, Aular y tantos otros. Orlando era de los más destacados de la tendencia marxista-leninista (moleirista, de Moisés Moleiro) y, por eso, se conocía de atrás para adelante los textos del desdichado Profeta Desarmado y asesinado León Trotsky, para poder refutar con maestría a los contendientes trotskistas del Partido. Ironías: poco tiempo después Moleiro descubría el agua tibia ideológica que ya había descubierto Petkof y que Américo había aducido para separarse.
Luego, varios años después, ya viviendo en Valencia, compartí con Orlando muchas circunstancias desde la dirección regional del Partido: la oposición a la fusión con el MAS, la huelga de hambre aventurera en una fábrica, el inicio fallido del sindicato de periodistas, el saboteo de las bandas armadas de AD de las elecciones estudiantil de la UC en 1987, etc. Acompañamos la ola chavista, como realización de nuestra ya tradicional consigna anti AD y COPEI que habíamos manejado desde la adolescencia, y nos consideramos chavistas en el 2000, con más fuerza en 2002, cuando el golpe, y el 2004, cuando el referendum. En 2007 llegamos a participar en algunas gestiones gubernamentales, hasta que en 2010, empezamos a reunir, consternados, evidencias de que la cosa se estaba desviando.
Las primeras observaciones compartidas se referían a errores garrafales en la gestión de las políticas públicas, sobre todo las misiones, pero también las económicas. Las evidencias de corrupción se nos hicieron patentes. Empezamos más tarde, cuando murió Chávez, a reunirnos con otros compañeros que compartían nuestras preocupaciones, en lo que pensamos siempre que sería solo un "grupo de opinión": "Pensamiento Crítico". Justo entonces se empezaron a producir desprendimientos significativos: Giordani, Márquez, Millán, Navarro. El microcisma de los exministros coincidió con nuestras conversaciones acerca de lo que estaba pasando: la crisis de una experiencia que otrora había sido tan esperanzadora. Leíamos los análisis de Álvarez y Sutherland con gran atención. Varias voces desentonaban ya en lo que llamarían "chavismo crítico". Las denuncias y las críticas se fueron sistematizando, a pesar de que persistía una terca esperanza en que aquello podía corregirse.
Debo decir que Orlando fue más consistente que yo en esa esperanza. Sobre todo, más que una corrección de aquella monstruosa deformación, él esperaba convencer, con la sola fuerza de la razón y los hechos, a muchos compañeros que defendían al gobierno, aun sabiendo del desastre y la corruptela, chantajeados por la polarización que reducía las opciones entre quienes estaban con el imperialismo, una oposición mediocre y demasiado sifrina, y los que no. Entre los creyentes sinceros cundía una terquedad ideológica rayana en lo religioso, muy cercana al mero orgullo y a la necedad. Lo que más provocaba la indignación de mi amigo, aparte de la corrupción, eran la improvisación e incluso la ridiculez de los anuncios económicos de Maduro y de algunos ignorantes de la economía, como aquellos que propusieron el "bolívar oro" o los que sostenían que el efectivo escaseaba porque se había ido a Colombia. Orlando siempre argumentaba contundentemente que la "guerra económica" era una farsa. Conocimos de las denuncias acerca del Arco Minero.
En esta fase del período chavista sin Chávez, saltaba a la vista que vivíamos la exacerbación viciosa del rentismo y de un keynesianismo a lo Eudomar Santos, que, por lo demás, había sido la política económica venezolana desde hacía ya muchas décadas. La demagogia, mientras tanto, degradaba la propia consigna del socialismo. Orlando empezó a categorizar como derecha al madurismo. La escalada destructora de la institucionalidad democrática, cuyos momentos más importantes fueron la designación de un Tribunal Supremo partidista, la declaración de desacato de la Asamblea Nacional, donde la oposición había ganado la mayoría, la aplicación de juicios militares a civiles y las evidencias de violación de los Derechos Humanos, culminó con aquella convocatoria a una Asamblea Constituyente que nunca hizo una nueva Constitución ni cumplió ninguna promesa. Propusimos entonces que esa Constituyente, recordando la convocatoria de 1999, debía someterse a un referéndum popular para darle alguna legitimidad. Todos sabemos que nada de eso ocurrió. La cúpula del PSUV designó a sus representantes, respaldados por la base de ese partido, de acuerdo a un esquema muy parecido al de Mussolini. Se había erigido un organismo que durante tres años concentraría todo el poder, por encima de la Constitución. Esta había quedado en coma.
Esta fue la gota que rebasó el vaso. De allí en adelante el creciente autoritarismo del gobierno arreció los golpes al movimiento obrero y popular. La industria petrolera se paralizó. Orlando escribió dos artículos definitorios. En uno, caracterizó al gobierno de Maduro como el peor de la historia de la república. En otro, lo ubicó donde corresponde: en la derecha.
Mientras tanto, una oposición definitivamente ya sin Patria, se colgó de la brocha del presidente norteamericano más reaccionario, y redujo su accionar a solicitar sanciones contra el país que terminaron por golpear a todo el pueblo. Luego de un año de tragicómicas peripecias (una "ayuda humanitaria" de "sí o sí", la vergüenza de "Monómeros" y la CITGO, una pantomima de golpe de estado, la división de la Asamblea Nacional y la cómica de Macuto), el esbozo de gobierno sostenido por el exterior, de una institucionalidad que no llegó a paralela, la oposición se fue hundiendo en la fragmentación y la desmoralización propia de una nueva (¿cuántas van desde 1998?) derrota.
Frente al coma de la Constitución y la política antinacional de la oposición derrotada, Orlando (y el Grupo Pensamiento Crítico) coincidió con todo un conjunto de movimientos e individualidades que plantearon construir otro camino, para lograr concertar una voluntad nacional de devolución de la democracia al pueblo. Y el camino era el voto y la lucha social. Siendo coherentes (y Orlando se esforzaba por serlo) había que condenar la reciente "Ley Antibloqueo" que legaliza el autoritarismo con la facultad absoluta (y hasta secreta) que adquirió el presidente para liquidar los bienes de la nación al capital internacional (especialmente chino, ruso e iraní) para conseguir un respiro financiero que permitiera a la cúpula burocrático-militar mantenerse en el poder.
El camino esbozado por el voto en estas circunstancias de colapso económico y social, es tan solo el inicio de una estrategia. Por supuesto, todavía no está detalladamente definida y es una labor colectiva. Pero Orlando había reflexionado largamente sobre ella. En nuestras conversaciones en el GPC, siempre sostenía algo que atañía al marco conceptual desde el cual debía elaborarse. Con los conceptos que heredamos de los debates de la izquierda en los 70 y 80, la época en que habíamos empezado a militar: la izquierda y el socialismo que propone, debía caracterizarse por la democracia con todo y las garantías y libertades que implica. Además, la tradición marxista debía alimentarse de las nuevas exigencias vinculadas al ecologismo militante, la condena al extractivismo como forma de acumulación predatoria del capital, y la equidad en lo que se refiere a las mujeres y la amplia gama de la diversidad sexual. Así mismo, la bandera de la independencia y soberanía nacional debía tomar en cuenta el reacomodo del sistema mundo capitalista, con la emergencia de nuevas potencias y nuevas amenazas, entre las que destaca la ambiental.
Tal vez el mejor homenaje al amigo, es seguir en ese camino y esa elaboración colectiva.