Como consecuencia de la pandemia del Covid-19 y del trastorno que ésta ha representado para la humanidad en cuanto a la «normalización» o recuperación de la actividad económica en general, en algunos círculos intelectuales, económicos y políticos se habla de la génesis de un nuevo ciclo anticapitalista a nivel mundial, a la par de una cuarta revolución industrial en marcha, lo que obligaría a los gobiernos a definirse frente a la encrucijada entre la preservación de la vida de sus ciudadanos o la preservación del mercado. Según algunos, dicho ciclo se anticipa como algo crucial para el establecimiento de una civilización ecosocialista que permita recuperar la armonía perdida con la naturaleza y hacer realidad la soberanía de los pueblos, redefiniendo la democracia y, junto con ella, el papel y las funciones del Estado, si aún hubiera la necesidad y la posibilidad de transformarlo estructuralmente.
Como ya se ha comprobado, la lógica del valor, de la mercancía y del dinero tienen efectos devastadores en muchos sentidos. Su acción incesante e inclemente nos conduce a la devastación de la naturaleza y genera, al mismo tiempo, la injusticia social presente en cada una de las naciones de la Tierra. En el primer caso, «la crisis ecológica del capitalismo no puede encontrar su solución en el marco del sistema capitalista, que tiene necesidad de crecer permanentemente, de consumir cada vez materiales, solo para compensar la disminución de su masa de valor», según lo reseña Anselm Jappe en "Crédito a muerte. La descomposición del capitalismo y sus críticos". Gracias al fetichismo mercantil, la humanidad confronta la posibilidad cada vez más cercana de su completa extinción, sin excluir las demás formas orgánicas de vida. Cuestión que ahora se manifiesta en la destrucción de los valores sociales y de los modos de vida que caracterizaron durante siglos a muchos pueblos alrededor del planeta. Nada en la actualidad escapa, directa o indirectamente, a la voracidad económica.
Convertida la ganancia económica en un fin en sí mismo, ésta se convirtió en el eje de la civilización, haciéndose parte normal o natural, por lo que su cuestionamiento sería una herejía inadmisible que debería ser erradicada; lo que se ha logrado, en parte, gracias a los instrumentos ideológicos con que cuentan los sectores dominantes, los cuales suelen asociar capitalismo con democracia, amalgamando la contradicción que esto implica. La ceguera insensata que se deriva de ello no solo se extiende a diversos niveles del modelo civilizatorio establecido sino que tiene sus consecuencias en lo que llamamos crisis climática, algo de lo cual se habla mucho pero cuyo control, alternativas y eliminación no parecen formar parte importante de la agenda de quienes podrían revertirla, en beneficio de todos. Ésta es una responsabilidad compartida, no únicamente de los gobiernos o de las grandes corporaciones que controlan y moldean el sistema capitalista según sus intereses; lo que exige impulsar acciones concretas que así lo eviten y, simultáneamente con éstas, cimentar unos nuevos paradigmas con que se edifique un modelo civilizatorio más cónsono con sus objetivos.