Boves (1ª parte): El mito

"¡Muéranse llegó el hombre. Muéranse llegó Boves"

Arenga del ejército de Boves. Tradición oral de la historia de La Victoria.



Entre los caudillos que han dado su esplendor en este lado del mundo, quizás sea José Tomás Rodríguez, alias Boves (Oviedo, Asturias, 1784 – Urica, 1814) el más controversial y menos "explorado". De año y medio su relámpago, pero de tan terrible impacto su huella, que ha dejado innumerables opiniones, de las más ligeras a las más fantasiosas, movidas unas del snob populista que a favor del asturiano han salido algunos estudiosos, o la visión obcecada de que sólo fue un monstruo carnicero. Ni uno ni otro tiene la razón a secas, aunque ambos criterios desgraciadamente hacen encrucijada, la acción del caudillo español fue un intento de redención maldita que asumió, a lo mejor con el compendio de virtudes y defectos que se le atribuyen, psicopatía incluida, pero que fue quien encarnó la pústula explotada de penuria que arrastraban las llamadas castas inferiores (80% de la población) y el efecto fue un terrible huracán, que a su momento, será uno de los argumentos que dispondrán los "cosiatos" para culpar a Bolívar, entre otras cosas, del puro despoblamiento de Caracas (*), leña para la leyenda negra que no amainará su fuego no menos de 30 años después de su muerte, que empezaron a salir los reales documentos a favor del Libertador.

Hasta donde dan mis estudios sobre esta horrible guerra que barrió en más de 10 años con casi la mitad de la población de este país despoblado y disperso, y sobre este caudillo, ojo de ese huracán anhelante de justicia popular, y por ende de su propia libertad, durante aquel "Año terrible" (finales de 1813 – todo el año de 1814), concluimos que fue Boves quien castró sin contemplaciones la prepotencia de dueña de país que traía la casta criolla, aunque la ventolera en su arrastre impaciente, arrasó con un sinnúmero de inocentes que oscurecerán la estrella del famoso ¿líder-verdugo? asturiano, verdad es que el exterminio de los mantuanos fue una de sus banderas, pero extendido a todo aquel que no le seguía.

Hay otra verdad que lo ensombrece, la furia desbocada sin ápice de organización mínima para lo que pretendía, sumando a esto, la otra cara que tenía frente a sus oficiales de la corona, para ganar hombres, víveres y armas que necesitaba, dan un aspecto esquizoide a la lucha que protagonizaba, que un final a lo Apocalipsis Now era lo más que podría esperarse –como tal ocurrió en Urica-, que soltara las amarras hacia un destino más "factible" para la dirección realista, mayoría en su inmenso ejército. Jamás iba vencer la intención profunda del asturiano, de repartir las tierras para el que la sembraba, como él lo pregonaba, pues si en algo falló fue en que toda su alta oficialidad era blanca y de paso, realista, detalle no observado, me parece, por los estudiosos de este raro y carismático líder. Su segundo, Francisco Tomás Morales, sanguinario como el solo, era español y realista de pura cepa; luego estaba el clan de los López, no porque fuesen familia, sino por la alta jefatura de todos ellos: Rafael López (El Segundo), José López, Francisco López, Narciso López; seguían Francisco Rosete, Francisco Torrealba, Javier Yánez, Alejo Mirabal y José "Chepito" González, si no eran españoles o canarios, eran criollos bien blancos y todos sabían leer y escribir, o sea, tenían rango sobre sus seguidores, a más del militar.

Es verdad que los inicios de José Tomás fueron como republicano, que un ascenso no aceptado, lo llevó a desertar de las mismas. Pero su raigambre entre el pueblos, comerciante de cuanto se antojaba, transaba cueros de mautes que mataba por contrabando proporcionado de los hábiles filibusteros holandeses, contactos que nunca abandonó y lo llevaron a tener ascendiente sobre las circunstancias que vivía en esa inmensa mayoría suelta a través de los olvidados llanos de aquellos sombríos días de la moribunda colonia, para palpitar y amontonar dentro de sí, la dirección que creyó conveniente en aprovechamiento de los alzamientos que azuzaban los españoles con el fin de sabotear las intenciones de hacer república. Esa república la iba a gobernar una casta, que si era déspota como dueña de haciendas, despilfarradora y racista como la Primera República, qué dejará gobernando la Segunda, esos lo que querían era adueñarse del país definitivamente, concluyó.

Sin embargo, los propósitos de igualdad y justicia también la albergaban los que peleaban del lado republicano. Era puro pueblo el que seguía sin condiciones a sus líderes, para ese momento nada que ver con el despotismo que también detestaban. Había un sentir de libertad que iba más allá de los anhelos de quitarse a España de encima. Pero la desconfianza que sembró el carismático Boves de los republicanos, la transmitió a los suyos personalmente "in extreme". Aupaba a las tropas desde el frente, no desde atrás como correspondía a su alta jerarquía, por lo que se ganó peligrosas heridas, fuera o no victorioso del combate. A los traidores les tenía ofertados los peores suplicios, a los fugitivos atrapados en los montes, el tratamiento de bestias de carga, sin importar sexo ni edad hasta que morían sin remedio…

En las próximas entregas brindaré una reseña histórica de este peculiar caudillo, a propósito de las festividades del 12 de febrero, en que recordaremos el año 193 de la batalla de La Victoria, espero que mis modestos aportes proporcionen el interés que suscitan estos hechos de los que mis connacionales están harto fallos. Próxima entrega: El azote del cielo.


(*) Cosiatos eran los que propugnaban la separación de Venezuela de Colombia, aparecido en 1826. Entre las tantas acusaciones que señalaban los separatistas a Bolívar, sobre todo los ex realistas, era que el despoblamiento de Caracas se debió a la guerra que según ellos se hizo prematuramente. Luego de la derrota patriota en la 2ª batalla de La Puerta (15 de junio de 1814), hubo que emigrar a la población de Caracas hacia oriente. 11 mil inocentes de 20 mil que partieron, perecieron en la travesía, otros 4 mil, en las persecuciones de Barcelona y Cumaná, de lo que podemos concluir que de los 40 mil habitantes que ostentaba la capital para 1810, entre el terremoto de 1812, los batallones creados y desaparecidos, más la emigración a oriente, para 1821, fecha de la liberación definitiva en Carabobo, Caracas no podía ofrecer más de 2500 testigos de aquel 19 de abril, por lo que podemos deducir que desde entonces la población caraqueña es prácticamente nueva. Para 1826 la capital estaba habitada gran parte por separatistas, en nada afectos a Bolívar.
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Arnulfo Poyer Márquez


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