Hace unos días, José Saramago, Premio Nóbel de literatura, en ocasión del anuncio de la presentación de su último libro “Las Pequeñas memorias”, dijo lo siguiente: “Estamos hundidos en la mierda del mundo y no se puede ser optimista, el que sea optimista es estúpido o millonario y le importa un pepino lo que ocurre a su alrededor”.
Yo, con todo el respeto que Saramago me merece, faltaría más, disiento de esa opinión pesimista y derrotista, por la cual los optimistas somos estúpidos y desatendidos de lo que sucede a nuestro alrededor y según su reflexión, paradójicamente nos deja la posibilidad de ser millonarios, con lo cual disimularíamos esa estupidez insolidaria.
Recuerdo que el presidente Chávez ha lanzado a los cuatro vientos su optimismo para derrotar al imperialismo y al neoliberalismo, causantes sin paliativos, de las miserias en que han sumido a los pueblos del planeta, y su llamamiento a perderle el respeto a las utopías que atrasan los procesos, y no asumirlas como imposibles porque frenan la determinación de los pueblos a ser libres y dueños de su propio destino, es decir, que ser pesimista y derrotista, le hace el juego a aquellos que repiten hasta la saciedad, que luchar contra el imperio es tiempo perdido y por lo tanto debemos ser conformistas y aceptar las reglas de juego que nos ha impuesto el capitalismo, para que sólo luchemos desde la individualidad y desde el egoísmo. ¿Se puede tildar a esa disposición de lucha, optimismo estúpido?
Creo entender que Saramago se desahoga con esa expresión desalentadora, y que está motivada por la impotencia que siente ante las injusticias y la oposición neoliberal, que cuando se ve acorralada, más peligrosa y prepotente se manifiesta. Pero seguro estoy que recapacitará y nos sorprenderá con una de sus frases llena de fe y optimismo para los pueblos que luchan por cambiar su futuro y los alentará a que prosigan en la lucha por lograr un mundo mejor, solidario y libre de injusticias.
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