El asunto de la unidad opositora en Venezuela está lejos de ser simple. Un primer y gran obstáculo está en los numerosos hechos protagonizados en los últimos seis años por el sector opositor extremista. Sus lastimosos resultados en luchadores jóvenes, sacrificados en enfrentamientos violentos, infructíferos y negligentes, así como las aventuras insurreccionales, golpistas y de incursiones mercenarias extranjeras, y las ofensas y descalificaciones hacía los grupos opositores que no acompañaron aquellas locuras, han dejado huellas marcadas que son muy difíciles de borrar. Además, la actitud prepotente de todo ese liderazgo, que después de haber fracasado estrepitosamente se presentan a la contienda electoral como si nada hubiera ocurrido, sin haberse hecho la más mínima autocrítica y como quien regresa por lo suyo, dificultan aún más la posibilidad de lograr una unidad transitoria de carácter táctico.
Por otra parte, están las apetencias políticas, hasta cierto punto normales, de los partidos y de sus dirigentes, las cuales entorpecen la obtención de candidaturas únicas de todos los participantes o, por lo menos, de los más importantes y de quienes han recorrido caminos similares desde las elecciones presidenciales de 2018. Curiosamente, los partidos Cambiemos y Avanzada Progresista no estuvieron juntos con el MAS y Soluciones, en las elecciones de diputados a la Asamblea Nacional de diciembre de 2020. Aquella división jugo su papel, aunque mucho menor que el jugado por la abstención electoral espontánea e inducida, en la muy baja representación obtenida por la oposición en la Asamblea Nacional, lo que le permite hoy al PSUV hacer y deshacer en dicho organismo, pues dispone de todas las mayorías establecidas en la Constitución Nacional.
Personalmente pienso que la presencia de Acción Democrática, dirigida por Bernabé Gutiérrez, en las elecciones legislativas de diciembre pasado, así como la participación del partido de Bertucci, jugaron un papel importante en la desunión habida entre quienes habían estado juntos alrededor de la candidatura de Henri Falcón en 2018. Y que luego permanecieron unidos en todo el proceso de concreción de acuerdos con el gobierno, para la instalación de la Mesa de Diálogo Nacional, la peyorativamente llamada "mesita" por la oposición fracasada. Pero más curioso es que para las elecciones de noviembre venidero, parece que tampoco habrá una unidad total entre esos partidos, sino que presentarán candidaturas distintas en varias gobernaciones, en muchas alcaldías y en los organismos correspondientes de representación popular.
Muchos desestiman el hecho de que la popularidad de Nicolás Maduro es una cosa y las votaciones en las elecciones regionales y municipales es otra muy distinta. Se piensa que como el apoyo a Maduro en las distintas encuestas está por debajo del 10 por ciento, la oposición está sobrada y puede presentar varios candidatos a un mismo cargo y aun así triunfar. Pero el electorado y el votante no funcionan de ese modo. La gente quiere salir de Maduro, pero incluso en una elección presidencial no estaría dispuesta a votar por cualquiera. En unos comicios de gobernadores y alcaldes esta actitud se verá con mucha mayor fuerza y con mayor frecuencia. Lo dije en la red de Twitter: "No me veo votando por cualquier candidato en las elecciones de noviembre".
¡Pero ojo! No se engañen ni acepten manipulaciones de ningún tipo en relación con lo que acabo de decir. Con seguridad votaré, pero no lo haré por cualquiera. Con esta expresión lo que hago es un llamado a la oposición democrática y a aquellos que mantuvieron posiciones absurdas hasta hace poco, pero que realmente rectificaron, como Capriles, por ejemplo, para que actúen en consecuencia. Es imprescindible lograr la mayor unidad posible, para darle una derrota al gobierno y desalojarlo de las gobernaciones y las alcaldías, donde lo ha hecho muy mal. Pero es necesario también que le pongan mucha atención a los candidatos que presentarán. La gente, pese a querer la derrota del gobierno, tampoco quiere votar por cualquiera.