El cielo sulfuroso que escalda y arde…

Septiembre-2021:

14-9-2021: He pasado en medio de pesadillas, con uno de esos pálpitos revestidos de llantos. Vi en sueños a Solita por una ventana, estaba sentada con su hermoso porte como suele hacerlo cuando se planta en el jardín, al fondo un mar de sombras, bullen animales semejantes a cocodrilos u osos de fieros colmillos, se le acercan y ella valientemente los enfrenta. Tan hermosa y serena, ella en el centro, rodeada de esas fieras que tratan de acosarla a dentelladas, ella defendiéndose, batiéndose y tomándoles por el cuello con sus brillantes colmillos blancos.

Le cuento el sueño a mi esposa, y me responde con otro mal presentimiento. Que la oyó ladrar. "La amada niña, hija querida, tú allá tan lejos, en medio del desolado tiempo invernal, nubes de barro, cortinajes de mudas montañas, el viento húmedo del silencio y del adiós, rocíos hirientes, mar de lágrimas en el lodo, tu mirada agónica y dulce, tu llanto, tu llamado...".

16-9-2021: Nos llaman de emergencia desde La Coromoto: Solita ha enfermado y lleva tres días sin probar alimento. Preparamos viaje. Informamos de nuestra partida a Iraís (hija del señor Corsino) y a Angibel (hija de Neptalí).

17-9-2021: A las 5 de la mañana ya estamos en pie de guerra. Arreglamos equipajes y preparamos arepas de trigo para el avío. Todos nuestros pensamientos en nuestra amada perra, con algo pesado en el corazón, con gritos desgarrados en las penumbras, en el brillo de las estrellas y en las brumas plateadas.

8:00 am: llega Iraís con unas pastillas que debe tomar su padre y que debemos llevárselas. Luego nos dirigimos a La Linda para echarle una mano a Carmen con el asunto del traslado de unas bombonas de gas. Debo llevar una bombona a través de una cuadra y media, mediante giros y haciéndola rodar por su base. El pesado cilindro se me va de bruces y la gente alrededor grita con horror, pero nadie me ayuda, sino que huyen. Malas señales. Pudimos haber muerto todos, y la señora Angélica me dice: "-Esto no puede seguir así hay que llamar a la empresa Busgas, y exigirle que nos las lleven a la casa… Pero ven ustedes cómo dejan caer eso cilindros contra el pavimento, destruyéndolas por la base, aquí casi todos somos unos viejos. Los abusos de esa empresa y la cobardía de las comunidades son los que nos tienen así. A la final no nos empoderamos de lo que debíamos…".

8:30 am. Enfilamos hacia La Parroquia para llevarle una donación a Neptalí, quien ahora se encuentra damnificado en la escuelita de La Coromoto.

8:45: cogemos carretera en un día espléndidamente soleado. Qué terrible hubiese sido una tragedia por el estallido de una bombona como he visto que ha ocurrido en otros lugares. Todavía me espanto por el horror de lo que pudo haber pasado con lo de la bombona, mirando en ese momento a los ojos a la gente que querían correr, pero hay otros horrores que también se nos cruzan y unos van como balanceando los otros.

Vamos serios y callados, con nuestros pensamientos concentrados en Solita, y opto por no contarle nada a María Eugenia de lo que me pasó con la bombona.

A las 2 de la tarde nos vamos acercando a nuestra casa, con el corazón agitado y la emoción revuelta con ciertos estragos que, para completar, nos dejó el Covid. Ante todo dirigimos nuestra mirada hacia la perra, que está de pie, hierática y en un limbo a la entrada, sin el menor gesto de alegría como solía hacerlo cuando llegábamos. Tiene los ojos amarillos, está flaca, extremadamente ida y débil, y como diciéndonos: "-Miren cómo me encuentran". Apenas moviendo levemente su rabo como único saludo. María Eugenia corre, la toma en sus brazos y la lleva a la sala donde le prepara un espacio para que se eche. Apenas y muy levemente Solita nos mira con sus ojos amarillos desde la inmensidad de su dolor. María Eugenia con su profundo afecto y sus atenciones está decidida a salvarla y convencida de que dentro de poco la volverá a ver correr y ladrar a las motos, a los que pasan y saludan. ¿Con qué?, ¿cómo? Hay muchas medicinas, aunque no se sabe lo que tiene. Hablan los vecinos de peste, de rabia, de veneno, de una comida dañada… Primero, comienza su dueña a hablarle conmovida y amorosamente, a verle sus ojitos, a sobarle su cabecita, a besarla, mientras llora, y no deja de llorar, y la niña Natali (hija de Neptalí) también comienza a llorar a su lado. Se ha traído agua de coco y se le dará, también un preparado con hojas de verbena, un consomé de pollo, agua panela, vitaminas,…

Comenzamos a ver los primeros golpes del gran estrago causados por las largas y pertinaces lluvias en el sector. Nos encontramos con Neptalí, su mujer y sus hijos quienes, luego de que su casa fuese ahogada por la vaguada de hace tres semanas, se refugiaron un tiempo en nuestra casita, pero aún en ella cocinan y tienen algunas cosas que pudieron salvar del desastre. Ahora están instalados en la escuelita (al frente de nuestra casa), y en el terreno que los niños suelen usar para el recreo, allí están sus gallinas y sus cabras. Al llegar nosotros, nos traen café y nos tienen preparado hervido de res con cambures verdes sancochados. Se presenta Marcolina, esposa de Neptalí, quien está ciega, y en un llanto se entrega en brazos de María Eugenia: "- ¡Ay Dios!, doña María, todo lo perdimos, nos hemos quedado en la calle a merced de la caridad de la gente. Tantos años, nuestras cositas de tantos años, nuestros muchachitos, nuestros animales…".

Vamos, pues, a la escuelita, a almorzar. A fundirnos con otro dolor, con el de una familia ahora damnificada, que fue de las más prósperas de la aldea, que tuvo la más bella de las muco-posadas de los Pueblos del Sur, a la que llegaron tantos turistas venezolanos y extranjeros. Una posada que cuando nosotros la visitamos por primera vez, nos inspiramos para construir en esta aldea nuestra casita. Nunca había conocido un lugar con una vista más grandiosa y sublime, en el que el cielo y la tierra se encontraban en una comunión sagrada, como un llamado y una bendición en la mayor certeza de que Dios existe. Pero ahora estamos en la escuelita y todo nos parece tan diferente, el verdor de las montañas, la claridad del cielo, los espacios parecieran hablar de una nueva etapa en ese vórtice de cambios con la pandemia y este clima con lluvias interminables e inclementes, y vemos los perros acomodarse a este nuevo lugar, a las cabras, al loro en su casita en unas letanías o lejanías, anuncios de más sorpresas entre suaves resplandores.

Por la noche nos visita Ángel, y allí estamos pendientes de la perra perfectamente convaleciente en el lecho que le ha preparado su ama. De manera paciente y persistente María Eugenia toma una inyectadora y gota a gota le va pasando algo de líquido, algo de agua de coco, algo de agua panela, algo de consomé con alguna vitamina disuelta con los alimentos. La perra, antes tan comelona se niega a abrir la boca y ahora suelta una baba. María Eugenia vuelve a llorar silenciosamente.

Nos vamos a la cama y dejamos a la perra a pocos pasos de nosotros, con la mente comncentrada sólo en ella. Cada hora va su dueña y la ausculta, le da algunas gotas de sus menjunjes y le soba su cabeza.

18-9-2021:

A las tres de la madrugada escuchamos un ladrido, y María Eugenia me dice que ha sido Solita. Vamos a verla, y se le abre la puerta para que salga un rato. Dejamos la puerta semi abierta.

Toda la mañana se ha ocupado María Eugenia en atender a Solita. Vienen y nos visitan Óscar (nieto del señor Corsino), Ángel y el señor Corsino. María Eugenia dice que no le gusta mirarle a los ojos a Solita, le preocupa su mal que debe tener algo que ver con su hígado. La vecina Engracia nos ofrece internet porque ha colocado una antena que puede darnos ese servicio, haciendo un pago mensual y una parte inicial para cubrir el costo de los aparatos. Aceptamos el negocio y adelante veremos como se enderezan las cargas, porque ahora todo es en dólares y lo que nos abruma es el estado de Solita.

Vamos y hacemos una visita a la casa de Neptalí, la que la vaguada ahogó. Nos acompaña Ángel. Antes de llegar nos ponemos a ver el inmenso reguero de laja que bajó de uno de los callejones. Esto se produjo como a las once de la noche, pero su sobrino Fernando que vive en la loma de una montaña, a un kilómetro de distancia, fue quien pudo escuchar el bramido de la quebrada antes de que inundara la casa. Neptalí dice que él escuchaba un ruido como quien arrastra piedras en un cuero seco, y salió a ver con una linterna, y cuando vio que el agua comenzaba a meterse por la ventana le gritó a su hija Natali para que sacará su esposa Marcolina quien está ciega, y se la llevara donde el tío Abel a unos cien metros más abajo. Marcolina dice que por todos lados había un intenso olor a barro. Corrían las cabras por los estrechos márgenes del camino hacia la vaquera. El niño Toñito a voces le pedía a su papá que salvaran a dos cabritos que tenían en una jaula. Cerca de esta jaula se encontraba una hermosa gallina que ya se había ahogado.

Nos vamos acercando y el cuadro reflejaba destrozos como si se hubiera escenificado allí una guerra, como si hubiera estallado una bomba. La otrora hermosa posada con las cuencas de sus ventanas vacías. Los cuartos para huéspedes anegados de barro. Los cuatro tanques para las truchas también cubiertas de cieno. Tristeza y dolor, otro motivo más para que María Eugenia le acudan las lágrimas en medio de tantos recuerdos. El patio donde secaban el café, el horno para el pan, el gallinero, el bello jardín de las hortensias, donde estaba el trapiche, el tanque donde se fermentaba el café, donde estaba la planta eléctrica que funcionaba con energía solar.

De vuelta nos topamos con Avenildo quien nos invitó a tomar café. Cogimos por el caminito que conduce a su casa y allí hablamos sobre el estado de Solita y él nos dio varias indicaciones, añadiendo que lo que tiene es una enfermedad llamada Trozón que le afecta los pulmones. Nos buscó ahí mismo en su huerto verbena, y su esposa doña Rosa no regaló un litro de leche para que le hiciéramos un preparado que utilizan para ese tipo de peste. Avenildo también nos dio Oxiciclina, un antibiótico recomendado para esos casos.

La perra ha estado muy decaída, echada en su lecho, con dificultad hasta para echarse. Hoy tomó un poquito de agua, y tiene esa mirada apagada, sin alma ni siquiera para mirar. Desde la mesa en la que escribo, me detengo a verla: es conmovedor sus grandes esfuerzos para ponerse de pie, trastabillándole las patas, luego hacer un rodeo a la mesa de la sala y buscar temblorosa hacia la puerta, salir ir hacia la grama y orinar. Después, volver calmadamente hacia el nicho preparado por su dueña. Echarse, colocar su hocico sobre sus patas y hundirse con los ojos abiertos en una paz remota, en una entrega paciente a su penoso mal.

Llega Engracia y le pregunta a María Eugenia que cómo le va con el wifi, y mi mujer entiende que cómo tiene el juicio. María Eugenia le responde: " –Ahí, más o menos"; "- ¿Pero le funciona?", y responde: "- Supongo que sí", y después estalla la carcajada.

Como tenemos televisión hemos visto la intervención del presidente Maduro ante la CELAC. La respuesta que le dio a los mandatarios de Uruguay y Paraguay fue calibrada, profunda y a la vez demoledora, al punto que al poco rato los "refugiados" en Miami declararon persona non grata a ALMO por "apoyar a los dictadores de Cuba, Venezuela y Nicaragua". Resulta patético escuchar a Lacalle, hablando tan floridamente de democracia, cuando él con toda su flema democrática, le ha dado apoyo a un pelele que se autoproclamó por órdenes de Estados Unidos en una plaza del Este de Caracas. ¡Vaya democracia! Más indignante aún resulta cuando le echaba flores a la OEA, la de su par Luis Almagro.

Neptalí organizó un convite para arreglar un terreno que tiene en El Cobre, y estando en eso una vaca se le desbarrancó, matándose; ante el descalabro que sufrió la res aparecieron animados algunos que se habían mantenido indiferentes al llamado del trabajo en grupo de la comunidad.

Suben los aldeanos con grandes costales de carne en el hombro. La vaca pesaba unos doscientos kilos. Ahora Neptalí sale a ofrecer carne en el vecindario. Nosotros nos hemos vuelto casi vegetarianos, por lo que ni siquiera nos ofrecen.

A las siete de la noche hacemos una visita a la escuelita. No hay nadie en el corredor. Nos sentamos en una banqueta a esperar que salga alguien de los salones donde están los damnificados: vemos las cabras deambulando por el patio, la extensión sublime del cielo y el silencio estremecedor. Al rato aparece Ángel y seguidamente Marcolina. Hablamos un rato. Neptalí está donde la vecina Engracia componiendo parte de la res que se mató. Ángel está y no está, embebido en su celular, ahora que ha contratado un servicio de internet, sonreído como queriendo compartir con otros lo que está viendo. Está metido en TikTok, se acerca a María Eugenia y le comienza a mostrar lo que está viendo, pero ella está absorta en otras cosas.

El día de hoy ha sido muy altoldado con lloviznas intermitentes. María Eugenia le ha preguntado a Avenildo hasta cuándo serán estas lluvias y le ha contestado que hasta todo noviembre y más allá.

Nos fuimos a la cama y en la espesura de noche nos ponemos a platicar. Ella me dice:

  • Si la Solita sigue mala me la llevo para Mérida.

  • ¿Y a dónde la vamos a meter? Acuérdate que esa es una perra de campo que no se estará para nada calmada en un apartamento. Incluso se nos puede morir en el camino. ¿Aguantará ese viaje tan largo?

  • No me importa, yo veré cómo hago. Yo veré a dónde la meteré, pero no podría regresarme a Mérida y dejarla en ese estado.

  • Y si esperamos a que la vea el veterinario Raúl, de Canaguá.

  • Ese es un pirata. Tanto que se le ha llamado y se le ha dicho y no viene. Ese lo que sabe es curar ganado. No voy a permitir que trate a la perra. Me tiene muy mala el estado de mi perra. Yo sé si se recuperará. Ella siempre ha sido para mí un gran motivo para venir a La Coromoto. Ella es la alegría de esta casa.

19-9-2021: Desde temprano María Eugenia, llorosa, se ha dedicado a atender a su hija: le abre el hocico y con una inyectadora, gota a gota le va colocando todos los preparados que según las sugerencias de la comunidad, la puedan curar; también le va dando poco a poco chorritos de un consomé bastante sustancioso.

Ha salido un bello sol y nos ponemos las botas: yo cojo la barra y me pongo a removerle la tierra a los cafetos. Atiendo unas cincuenta matas hasta que al levantar la barra se enreda con un colgadero y se me viene encima golpeándome la frente. Se suspende por accidente el resto de la remoción de la tierra.

La perra ha tomado un poco de agua, y ha salido muy débilmente a dar una vuelta por la casa, a la final se ha metido debajo de la camioneta. Avenildo dice que si ha salido a caminar un poco es porque ya se está reponiendo. Pero aún así no lo creo del todo porque su respiración es agitada. Hay que tomar también en cuenta que tiene casi diez años, no es una muchacha. Encontrándose María Eugenia en el lavadero restregando ropa, se le ha ocurrido una gran idea, hacerle a la perra un ponche de sábila con limón y panela, lo cual es un excelente depurativo. La madre y dueña de Solita anda pendiente de todos sus pasos. La ve que ronda cabizbaja por el porche y la toma entre sus brazos y la lleva al lecho que le tiene en la sala. Solita se deja cargar como una niña, relajada, apacible.

Nos visita Consuelo, quien nos trae chayotas, limones y cambures.

María Eugenia le da a la perra verbena con leche. Luego Solita que casi no nos pareciera reconocer se va al porche. No responde a nuestros cariñosos llamados, no viene a nosotros como antes lo hacía que no se despegaba de nosotros, y nos buscaba con tanto insistencia y amor. Y me pregunto mirándola si acaso fue que por no estar a su lado durante ese mes en que ocurrió la vaguada y nuestra casa fue ocupada por los damnificados y gente extraña, por tanta gente que la tuvo bajo su mando, llegó a desquiciarse, a enajenarse y perder el eje de su vida y de su salud. Y ha entrado en esa nebulosa de muerte. Ahora va y se echa en el porche extendida como un costal con huesos...

Cae severo aguacero. Nos visitan los damnificados, además del niño Duban, del señor Corsino y su hijo Enrique. El ambiente da motivo para hablar de la vaguada que arrasó con la casa de Neptalí. Nos asomamos a ver el río que trae harto barro.

La perra, cual Rocinante de flaca, sale a tomar agua de los charcales que se forman frente al porche. La perra anda alelada, ausente, como sorda, abúlica. La dueña le ha metido otro tetero de comida, y lo importante es que su estomago lo tolera.

Hablamos largamente sobre la situación de la perra y concluimos que tendremos que llevárnosla para Mérida, aún cuando se mejore.

Escampa a las 6:40, pero aún estamos sin electricidad.

La electricidad llega a las 9:30.

Comienza el lamento de la perra que da vueltas temblorosas y se echa, o sencillamente queda extendida como esperando la muerte, y extendiendo las patas por el dolor. A las 4 de la madrugada buscó a su dueña en la cama, y ella la abrazó en medio de las lágrimas sintiendo que acudía para despedirse. Luego se le suministró un analgésico, pero no dejó de gemir.

Me fui a mi mesa de trabajo y allí se echó a mi lado buscando que algo milagroso le mitigara el dolor. Por momentos creí que ya estaba a punto de expirar, estirándose, largando sus extremidades, abriendo su boca, buscando aire, agitado su cuerpo con una respiración agobiada y agobiante. Se vuelve a aplicarle todos los medicamentos que se tienen a mano. Se llaman a los veterinarios de Canaguá y o no están o no responden.

Vinieron luego Neptalí y sus hijos…



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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

 jsantroz@gmail.com      @jsantroz

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