Boves (V parte): Fusilamientos, Ocumare y Preliminares de San Mateo

Entre los días 12, 13, 14 y 15 de febrero de 1814, fueron ejecutados 518 prisioneros españoles de la guarnición de La Guaira y 300 de la de Caracas. Página trágica ésta en el túnel del horrible año 14. La imperiosa habilidad fue explotada por los realistas como demostración de crueldad del jefe republicano, como la calumnia de que lanzaban a los ajusticiados aun moribundos a la hoguera, cuando quedó demostrado que la población manifestó mas bien cierto sigilo en su pasión republicana. Sin embargo sí dio rienda suelta al júbilo contenido en lo que divisó a la diezmada división triunfadora que regresaba de La Victoria, confundiéndose en uno pueblo y soldados, antes de hacer entrada a la Plaza Mayor. Eran las 2 de la tarde del 15 de febrero. Aún permanecían sobre la gentil capital, los vahos grasientos y cenizos de la hoguera inflexible de los últimos ejecutados. Por varios días más permanecerán sobre ella. A esa hora de la República, la pequeña Caracas estaba curtida de estos y de más horrores y dolores, parangón que supera a otras metrópolis de mayor dimensión, en este sorprendente hemisferio hispánico. La guerra "desconfiguró" los sentimientos del semblante natural de aquellos paisanos. Los republicanos celebraban sus triunfos. Los realistas tácitamente los suyos, pero nadie deseaba un triunfo final de Boves. Pero al detallar aquel presente, observamos que la medida detuvo ipso facto el estímulo que portaban criollos y españoles realistas fugitivos en Curazao, que amenazaban invadir con un ejército de 10.000 hombres. Se les disolvieron las ansias. Ya esto no era la "Patria Boba". Por el otro lado, frenó en seco las guerrillas del sanguinario Rosete, que no adelantaron un paso más acá de Potrerito.

Apenas se dio a los guaireños dos días de licencia, y continuaron éstos en recuas a su destino, para regresar con ellas y los víveres encargados para la siguiente campaña. Se disolvió al Escolares. Dos días después estaban nuevamente frente a la plaza bajo una nueva denominación: Los Defensores de Caracas, partieron vía El Valle en busca del asesino.

Mientras tanto, en Caracas, las mujeres espontáneamente organizaron un cuerpo para atender a los muchachos heridos, que eran muchos, in situ, en La Victoria. No serán los únicos que cuidarán. La Victoria se transformará en el hospital de los republicanos en esta nueva, dura y trágica parte de la Segunda República que desarrollará sus acciones en los Valles de Aragua.

El 20 de febrero al mediodía, Ribas sorprendió y desbarató las avanzadas enemigas en potrerito. En Charallave consiguió a Rosete dos horas después, detras una pésima fortificación. El frigio mandó por unos cacaotales a una parte de su división para evitar la salida a Ocumare. Al momento señalado le dieron una batida que apenas pudo contenerse una hora, hasta salir expelido el resto de aquel ejército atomizado. Ribas continuó hacia Ocumare y al llegar, la fetidez nauseabunda dejó sin respiro a los perseguidores, sin dar crédito a lo que veían. El pueblo estaba habitado por bestias carroñeras y alimañas de toda clase sobre los cadáveres de seres conocidos y queridos en su mayoría. Quemaron los cuerpos y la división acampó a una legua distante, en shock. Nadie pudo capturar el sueño rasgado por los pesares de la guerra que últimamente vivían a diario dentro de un asfixiante e indetenible torbellino. A la mañana siguiente terminaron de barrer con un cuerpo estacionado en San Francisco de Yare que más parecía cuerpo de fantasmas en pueblo fantasma.

Mientras, el 19 de febrero, el mayor Francisco Ponce batió en Turmero a una reunión de guerrillas, eliminándola totalmente, comandante incluido. Dos días después, el capitán de Dragones y relevo de Rivas Dávila, en un encuentro sangriento fulminó una facción en San Pablo, al sur de Valencia, matando no menos de 100 enemigos. Ese mismo día entró a esa ciudad con 200 caballos, 300 reses, pertrechos y fusiles quitados al enemigo. Boves por su lado, había logrado reunir guerrillas y aumentado considerablemente su ejército: Antonio Toro le llevó desde el sur de valencia a 800 peones. J. Esteban Yánez enviado de Caracas a levantar ejército, traicionó la causa independiente, reunió a 400 canarios vecinos de los Teques y se los presentó con armas al asturiano.

El 21 de febrero entró en Valencia la división vencedora de Manuel Villapol, rumbo a San Mateo. Fue recibido por los vecinos y soldados entre vítores y aclamaciones, como bien lo merecía aquel cuerpo de vencedores. Y aquí hacemos un paréntesis sobre este oficial patriota madrileño, quien después de la victoria de Bolívar en Araure, el 5 de diciembre de 1813, seleccionó a 250 del barlovento, 200 del valencia, y otros tantos del de La Guaira, de Los Agricultores y del Aragua: 700 en total, para escribir en 15 días, la más espectacular persecución que se asestara sobre el enemigo en toda la contienda de la independencia, realizada por este brillante oficial madrileño. Montó a los infantes le salió por delante a Vicente Becerra, segundo de Yáñez, el 8 de diciembre. Liberó a la ciudad y a un centenar atrapado desde la derrota del 9 de noviembre pasado. El 10 de diciembre de 1813, sorprendió y destruyó al mil y pico de Salomón en Urachiche (véase "Boves, III parte). Allí dejó a 300 hombres a cargo de Andrés linares, voló a Quibor y de allí a Yaritagua. La rodeó atacándola en pinzas el 18 de diciembre hasta que el comandante Pedro Inchauspe, gobernador interino de Coro, salió aterrorizado sin prestar resistencia, que apenas rozó al Tocuyo en su fuga desbocada, donde encontró Villapol, parque, dinero, alimentos, víveres, calzados, armas y pertrechos sin estrenar como para un contingente de 2000 hombres. Mientras, su segundo nuevamente en Urachiche, emboscaba a 600 del indio Reyes Vargas y del cura Torrellas, matándole una parte y dispersando el resto. Por poco atraparon a los comandantes enemigos. Villapol logró con esta campaña-relámpago, la liberación momentánea de la provincia barquisimetana. Este era el hombre y la división que vitoreaban en Valencia y vitorearán el 25 a su llegada a San Mateo.

El 25 partió el asturiano de Villa de Cura rumbo a Cagua con 5 a 6000 lanceros y con 3 a 4000 infantes. Le seguían el ganado, las mujeres del enjambre, las acémilas y finalmente, las "bestias humanas". Nunca antes se había reunido en Venezuela ejército más numeroso. En Cagua le hicieron algún frente las avanzadas independientes y retrocedieron en lo que vieron el avance inminente al viejo ingenio del Libertador. El 26 llegaron 400 Defensores hombres-niños con Montilla al frente "prestados" por Ribas, los que también fueron recibidos entre vítores y aclamaciones por sus compañeros orgullosos.

El pueblo de San Mateo se encuentra equidistante entre Valencia y Caracas. Por el este, el camino de Caracas se tropieza con el ingenio de Bolívar y tres kilómetros más adelante está el pueblo, al oeste, con el río Aragua en su parte sur, por donde atraviesa el camino de Cagua. Viniendo desde Caracas se hallan el molino, luego el trapiche, luego la casa alta dominando la vista del valle y detrás de ella, el polvorín o parque de pólvora de los independientes. Detrás del ingenio, hacia el norte, las estribaciones de la sierra de la costa y al frente, después del río Aragua, los cerros Cuesta de la Cruz, Punta del Monte y El Lobato.

El 27 de febrero por la tarde, llegaron las primeras avanzadas enemigas. Coreaban siempre maldiciones, señalaban nombres específicos. La división de Montilla estaba en el camino de Cagua con el puente detrás, para no permitirles el paso al río y tomar el pueblo. Los enemigos hicieron un amago de subir a los cerros, pero a una señal se abalanzaron disparando sobre los Defensores. Venía detrás de los infantes enemigos, un fuerte contingente de caballería. Se defendieron sin inmutarse los muchachos curados en La Victoria y la intención de los invasores terminó con los primeros 50 caídos de su lado por el claro desatino. Oscurecía. Bolívar retrocedió a sus hombres hasta el ingenio. Todo el pueblo tenía antorchas encendidas. Desde arriba observaban las grandes fogatas en Cruz del Monte y El Lobato. El cielo trae las risotadas, maldiciones, canciones y el vocerío que no amainó en toda la noche, víspera de la batalla, de un ejército confiado de la victoria.

Próxima entrega: Batallas de San Mateo. Bocachica y Valencia.


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Arnulfo Poyer Márquez


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