Recuerdos por la avenida Sucre 1989

Agarra ese cochino ahí chamo, que a los ricos les sobra…

Esa tarde en Caricuao. En el bulevar un muchacho con evidente algarabía se me acercó: “Qué pasó mi pana, ¿ya fue al super mercado Los Ángeles de la UD4?, lo dejamos pelando bola” No entendí nada. Pero a los pocos momentos vi a mucha gente cargando con pesadas bolsas cruzando por la avenida principal cerca de la estación Zoo. Seguía sin entender. Había un aire raro, que olía a misterio. Unos corrían y otros reían y comentaban... “Se jodió el gobierno”, otros mostraban rostros interrogantes. Las mujeres caminaban apresuradas. Me fui en el tren. Cuando llegué a la estación Gato Negro y salí, El Fortín, la tienda de ropa para hombres, con aspecto de cuartel imperialista español, estaba siendo saqueada. Una patrulla de la PM se estrelló contra su parte frontal y yo corrí en dirección a mi hogar. Ahora si entendía. Había un motín popular. La gente entraba a los negocios y tomaba cosas, luego emergía veloz mostrando a los otros sus ”trofeos” que iban desde juguetes, pasando por neveras, comida, carne. Alguien dijo que,”En Guarenas se prendió el peo, desde allá viene, toda la gente está saqueando los negocios”.

Caminé apresuradamente. Ahora sí percibía el olor a pólvora, a cauchos quemados, a sangre, a rabia y venganza. “Ese coño de madre de Carlos Andrés va a tener que meterse su medida de paquetes por el culo”, dijo un viejo flaco que llevaba una carretilla llena de paquetes de harina de hacer arepas, caraóta, azúcar y otras vainas. Se perdió por la avenida Sucre , mientras un millar de zagaletones rompía los vidrios de los comercio y penetraba como horda de soldados de a pie con bayonetas de uñas. Los disparos se escuchaban como abejas en rebeldías. La atmósfera era una calina blanquesina y púrpura. Las piernas se movían raudas, como aspas. Había niños y niñas, adolescentes, viejos, que se dirigían a las mueblerías entre las esquinas de Gato Negro y a la estación del mismo nombre y no precisamente a meter un crédito. Una mescolanza de seres, entre venezolanos, colombianos, dominicanos, peruanos, ecuatorianos, saqueaban las tiendas, la pollera, la venta de pescado frito, la ortopedia infantil, la quincalla de los chinos, el centro comercial industrial, la panadería la farmacia. Por frente al hoy liceo bolivariano Luis Espelosín, subía una multitud, llevando consigo grandes espejos, cajas de repuestos de carros, motos, utensilios de cocina, televisores, radios, lavadoras, neveras, cojines, comida empaquetada y fue entonces que aquel hombretón, abriendo una inmensa cava de carne, aparcada a orilla de la entrada a la subida, junto a otros dos sujetos que empuñaban un gran cizalla, me gritó: “Agarra eso ahí mi pana, que a los ricos les sobra”

Y lanzó un trozo de carne, que no era más que la mitad de un pequeño cochino sobre mi, lo cual me hizo perder el equilibrio y caí al asfalto, lo que aprovechó la gente cercana para llevárselo en tiras. Al instante fue cercado el camión y en lo que canta un gallo, de su carga nada había quedado. Caminé rumbo a la estación Agua Salud junto a un grupo que gritaba consignas contra el gobierno.Debajo del puente que va a la estación, me detuve a ver como todos los negocios era literalmente devorados por la jauría humana que bajaba del 23 de Enero, por la Cañada de la Iglesia, de El Manicomio, de Lídice, apoderándose de todo a su paso. Un hombre de camisa anaranjada, sacó una moto de un negocio y se la llevó empujándola vía abajo. Al instante de cuatro que estaban allí, no quedó ninguna. Un negrazo de cabeza rapada y franela de los “Bull” maldecía su mala suerte por haberse “agüevoneado”.No hubo un comercio inviolado. El pueblo se había desatado las amarras con las cuales lo había sujetado el binomio maldito, AD y COPEI durante casi cuatro décadas. Por El silencio la sangre, los gritos de rabia, de protestas, aunados al vandalismo de muchos aprovechadores, se hacía evidente. Caracas se convirtió en un infierno de fábula.

El gobierno temblaba. Jamás había visto semejante prueba de valentía de miles de ciudadanos enardecido de esa manera, que encendía las hogueras de la libertad, porque libertad no es estar suelto por las calles con hambre, sin trabajo, marginado: libertad era esa a la que había llegado desatando todos sus instintos guerreros contra unos ladrones de cuellos blancos que los habían mantenidos al margen de las grandes ganancias que generaba la tierra del hidrocarburo. Días atrás el gobierno de Pérez había firmado con el FMI muchos acuerdos, donde el que pagaría los platos rotos era el pueblo, mientras los ricos se hacían más ricos. Ningún pobre tiene una expendedora de gasolina, ni una venta de repuestos, ni una fábrica de lubricantes, ni menos una cadena de taxis para alquilar. La subida de la gasolina fue el detonante, porque mientras la llamada meritocracia petrolera, la misma del paro del 2002, se movía entre el gran dinero, el soberano ni siquiera tenía para cancelar un litro de combustible. La meritocracia, desde sus mansiones, sus pent house, sus quintas, con los ojos encendidos de alegría, observaba la furia de los caraqueños, a los cuales más tarde enfrentaría su gobierno adeco, copeyano, a los fusiles de los militares. El soberano se preparaba para dar su cara a las tropelías, a las recetas del neo liberalismo inhumano, que conseguía en el gobierno venezolano a un sádico aliado llamado Carlos Andrés Pérez. En efecto, el gobierno de los oligarcas, de los meritocráticos, de los mantuanos de la clase burguesa del Este, ordenó a los militares disparar contra los saqueadores. “Maldito aquel soldado que apunte su arma contra el pueblo”. En ese instante la filosofía, el credo el amor al congénere, estaba desarticulado. Por la espalda entraban las balas a los cuerpos de los que con una saco a cuesta intentaban trepar las erguidas paredes de los barrios.

La mortandad fue un suceso digno de una película de Hollywood. Los efectos eran reales, la sangre del pueblo cubría de dolor la noche y el sol de un día después, secaba a duras penas las células que en ella se negaban a morir. La locación no era del cinema; era tan real como el dolor de las madres pobres, quienes con sus hijos heridos a cuesta gritaban por ayuda, que la oscuridad y los soldados enviados contra sus hermanos por el gobierno y el Ministro de la Defensa Ochoa Antich, se negaban a dar. Si alguna pregunta hiciéramos alguna vez al Papa de la teología cristiana, sería, “Señor ¿a cuál infierno irá Ocho Antich como castigo?” Las armas vomitaban ardor de plomo contra los desalmados, que intentaban poner en el anaquel de sus humildes ranchos un poco de alimento. La guerra injusta se estaba llevando a la realidad. Militares contra un pueblo famélico, desgarbado, de ojos tristes, que creyeron alguna vez en la “democracia” representativa. Ese pueblo caraqueño, ese amoroso pueblo de la ciudad donde nació Bolívar, no traspasó los límites de su vergüenza. Miles de cadáveres fueron echados en bolsas negras y lanzados a la “Peste”.

Jamás se sabrá en realidad cuantos fueron los asesinados, los masacrados, los mutilados, los dejados inhábiles per se, porque los gobiernos de la IV república, fueron expertos en masacres, Cantaura, Yumare, Porteñazo, Carupanazo y otras, como las que hacían en las interminables noches por el 23 de Enero, las cuales nunca llegaron a esos medios que hoy, ayer y siempre, han sido portavoces de los criminales fascistas, oligarcas, mantuanos y burgueses de las cúpulas adecas, copeyanas. El pueblo caraqueño pudo haber alargado su radio de acción hasta esos lugares del este”jai”donde se han planificado tantos atentados contra los que menos tienen, pero fue caballeroso y se llevó a parte de sus muertos en silencio, con una oración húmeda de impotencia en los labios. Por eso hoy da pena escuchar a Borges, a Granier, a Cisneros, Ravell, a Allup, a Álvarez Paz, a todos esos adecos y copeyanos que fueron arte y parte del peor acto criminal contra un pueblo, articular palabras, donde se refieren a la injusticia. ¿Cuál pueblo? ¿El qué ustedes mataron de hambre hasta que se enojó de tal manera que provocó la mortal estampida? Asquerosos hombres de la indignidad, falto de escrúpulos, inhumanos. Hijos del diablo, satánicos del Dante, compañeros inseparables de Herodes, de Marat Sade, de quienes matan sueños y cortan esperanza.

Si alguna ley internacional pudiera aplicarse contra ustedes, Dios y los pueblos justos del mundo estarían musitando una plegaria a lo que nunca debió suceder, por culpa de la ambición, de la ignorancia, del atropello, de la discriminación, de la injusticia a todos los valores humanos de un país llamado Venezuela. Empero, aquel 28 de febrero de 1989, fue el prólogo a lo que vendría después y que hoy se denomina EL SOCIALISMO AL SIGLO XXI. No ¡volverán! De intentar hacerlo por el golpismo, se van a encontrar con ese valiente ejército, que sin otras armas que la razón, la verdad, la libertad y el amor, escalará al cielo si es posible para enfrentarlos con la misma fuerza de aquella vez.

aenpelota@gmail.com


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Ángel V.Rivas

Limpiabota, ayudante de pintura, articulista, Productor Nacional Independiente, editor de El Irreverente. Animador del programa Gigantes del Romance, autor del libro Pacto Satánico y poeta en estado de frustración.

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