Mi proclama sobre las tres categorías de revolucionarios

Así como creo lo decía un poema de Aquiles Nazoa, que había tantas policías en Venezuela que unos usaban la pistola con la “cachita pa`lante”, y otros con la “cachita pa`tras”, así mismo diría que pudieran existir varias categorías de revolucionarios y revolucionarias, pero en verdad quizás sólo tres en estricto rigor científico, a saber: los que reprueban o critican a Chávez, los que lo ensalzan y ponderan y los que no lo mencionan ni para bien ni para mal.

Los que lo critican o reprueban casi siempre le dicen que es muy dado a creer en pendejadas, que es muy confrontacional o muy blandujo; que es muy virginal en política o zamarro en demasía y así mismo hasta en el amor, que no es bolchevique lo suficiente, que no acaba de una vez con la corrupción ni con el resto de las maldades del mundo, que no le gusta la sangre, que no tiene la más mínima crueldad necesaria para poder ejercer el poder con éxito como Bush, que se deja engatusar por el entorno que pareciera muchas veces ser objeto de la más corrosiva envidia y que también cualquiera puede llegar y meterle un “mojón” rápido y así sucesivamente hasta muchas veces ahorrarle esfuerzos al mismo derribacionismo opositor en la concepción de sus arremetidas feroces e intercurrentes contra él. En la mayoría de ellos, casi siempre observo la tendencia a segmentar y encapsular la realidad y llevársela al baño para el análisis, como definiendo con ello una frustración por no participar en todo lo que sus propias críticas señalan, como si algo o alguien se lo prohibiera. En otros no, en otros se percibe como una legítima angustia...

Los que lo ensalzan y ponderan perciben en primer término la aguda inteligencia que posee, la cultura que tiene para evaluar el hecho histórico-cultural-político; la importancia que le da en sus prédicas a los valores trascendentes que son justo los principios que informan la Revolución (o que pretenden informarla); el realismo que muestra en la selección de las herramientas revolucionarias; en el establecimiento de los objetivos a corto, mediano y largo alcance; en el análisis y evaluación de la compleja realidad internacional a los fines de hacer de Venezuela por fin un país libre y soberano; en su obstinación por alcanzar lo que cree justo, en la sinceridad de las mejores concepciones éticas a favor del pueblo; y en fin, en el manejo muchísimas veces impecable que para todo hace de lo que pudiéramos denominar el tablero genérico…

Me reconozco sin ambages dentro de los que lo ensalzan y ponderan, porque habiendo sido un crítico tan lacerante y meticuloso de la política -y en particular del político como infame espécimen de la creación- no voy a perder la oportunidad (ni pendejo que fuera) de permitirme reflotar y lavar con agua dulce mi pasada y pesada frustración (y hasta desesperación) al haberme topado de pronto con un líder que me hiciera redimir aquella opinión tan desvastada que tenía de la política y de los tantos “animales” políticos que pululaban y aún pululan por allí convertidos en espantos... Así pues que, con respecto al pana Chávez, dejémonos de vainas, soy de los que veo el vaso siempre medio lleno o algo más, y trato de explicar por qué. A los que me tilden de jalabola por ello, les anticipo mi más encarecido agradecimiento por reconocerlo con tan extraña gentileza y bondad, y más en un país donde se reconoce tan poco conforme a su desvirtuada historia. ¡Reconocimiento es reconocimiento “man que tenga cochocho”! me veo tentado a decirles henchido en lo más “full”, carajo, de un orgullo muy humano.

He dicho.

crigarti@cantv.net




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Raúl Betancourt López


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